CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

15 julio 2006

La tormenta perfecta

Debo haberlo contado cientos de veces. Pero siempre que estoy a solas y escucho el rugido del cielo recuerdo las tormentas de mi infancia como uno de los momentos más bellos y divertidos de mi vida. Aire fresco, olor a ozono y negros nubarrones desde Sierra Morena. Siempre que podía salía a la calle para ver las montañas y respiraba profundamente aquel olor que me encantaba, aquel olor a tierra mojada calándose en mis sesos a través de mi nariz.
Creo que teníamos más de veinte platos colgados de las paredes del patio; a pesar de nuestros esfuerzos por salvarlos todos siempre se rompía alguno, pero a mí me parecían todos iguales y feísimos. En Andújar los hacían como churros.
Más de cien macetas bajo el techo del patio rojo y el hueco de la escalera, descorríamos el toldo; mi abuela empezaba a rezar; llegaban algunas vecinas tan miedosas como ella supuestamente a hacerle compañía (como si siete en casa no fuéramos bastantes). La mayoría de las veces nos metíamos todos en el cuarto de mi abuela (y mío). Mi abuela encendía mariposas en una taza de aceite, una especie de chapas de corcho de colorines con un mecha. Con tanta gente y con tanta vela no nos fulminaría un rayo, pero no morimos intoxicados de CO2 de puro milagro.
"Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal
libranos de todo mal.
Yo soy la oveja perdida
que salió de tu rebaño
y conociendo mi daño
te amo más que a mi vida"
Conforme pasaba la tormenta mi abuela recuperaba el humor:
"Santa Bárbara bendita
abogada de las muelas
yo no puedo comer carne.
Come mierda puñetera"
No se podía pisar el suelo por si un rayo pasaba por debajo y te daba calambre en los pies. No se podía asomar uno a la puerta porque podía pasarte como aquel que nada más abrirla fue carbonizado por una malvada chispa eléctrica que parecía estar acechándole y le dejó hecho picón. Ni se podía poner la tele ni ningún cacharro eléctrico porque algún rayo hijoputa esperaba a que lo hicieras para pasar por el cable y explotar la casa. Las chispas de tormenta estaban dotadas de una inteligencia excepcional y no faltaban demostraciones empíricas de ello (los rumores).
"Virgencita dame un novio
que me pica el chamarín.
Calla hija del demonio
que también me pica a mí".

Con tanta historia macabra y tanto rezo de viejas podríamos haber criado una fobia de mil demonios. Pero no. Yo moría por ver una de esas culebrinas, una sola y contar los segundos de la luz al ruido.
Cuando nos mudamos a Jaén había una explanada ante la ventana que nos dejaba ver de noche las luces de varios pueblos cercanos. Veía entonces las tormentas con mi padre mientras mi abuela se escandalizaba por nuestra falta de respeto ante la ira de la Naturaleza y rezaba por los dos. Entonces era perfecto.
Ahora, a las dos de la madrugada me mantengo despierta sólo para verlo. Llueve rabiosamente y saco los pies por el balcón. Y no deja de ser curiosa esta forma de estar sola y no estar sola al mismo tiempo.
Mi bebé sigue ahí adentro y está bien.