CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

11 diciembre 2006

Sigues ahí

Van a cumplirse dos años de tu ausencia "oficial". Los dos últimos eneros estuvieron cuajados de lágrimas y hasta hace poco parecía a veces que te habías ido ayer. He tenido tres hogares desde entonces y la vida en uno de sus ultratumbos me ha regresado a la ciudad y al barrio en que me vine a vivir contigo. Tú sigues habitando en el anquilosante charco de la búsqueda de la seguridad absoluta y yo espero la llegada del ser que me pueble los días de emociones totalmente nuevas. Vestida de la misma desnudez con la que vine, acostumbrada a amarte y sin luchar contra ello, resignada a saberte lejano como siempre, pero ya sin dolor, acaso la amargura que deja esa medicina que tomaste hace horas.
Se repite el paisaje de los muros sucios y el trozo de cielo, del sonido monótono del tráfico y sirenas de fuego y de muerte.
Un amor que comienza y me da la atención y ternura que me reclaman la piel y los sesos y el deseo de amarle como tú no me amaste para sentir de nuevo la sensación de no desear nada más. Pero sé que nada será lo mismo. Y eres como esa cicatriz que duele cuando va a llover, pasen los años que pasen.
Ojalá no hubiera creído en tí absolutamente, con la ceguera de quien ama con todas sus fuerzas; ojalá no hubiera destetado mis dudas; ojalá no te amara todavía. Pero te sigo amando, a mi pesar y a pesar del orgullo que repite sin tregua la mentira de que ya no me afectas y que ya no me arañas el alma de ninguna manera.
He aprendido a ser feliz y a reírme como lo hacía antes, fácilmente. Y no es porque haya venido el olvido; sólo porque se ha ido el odio.
Yo no sé por qué a veces se me despierta el alma murmurando tu nombre en momentos en los que nada parece recordarte y no hay un olor, un sonido o visión que te traiga a mi memoria y hacía días que no me visitaba tu fantasma, o por qué me invaden ideas irraciionales, falsas o no, pero sin base alguna, como el convencimiento absurdo de que nadie en el mundo te amará como yo te he amado o que nunca jamás amaré en la misma medida, aferrándome a una prepotencia impropia de mí y creyendo en una especie de justicia natural que regresa siempre a cada cual lo que merece multiplicado por tres. Si esto fuera así, la humanidad estaría condenada a ser infeliz eternamente porque ¿quién no se equivoca de vez en cuando y en su error hiere a otro sin pensarlo o quererlo?
He aprendido a entenderlo, a regresar a los pequeños gozos de la vida y a convivir con sus sombras, incluso a amar a otro mientras tú permaneces, caminando a su lado y confiando un poco. Vuelvo a respirar y a sentirme afortunada. Ya no me invade el llanto amargo al abrazar el vacío ni me fustigo por mis errores, ni ignoro mi dolor ni me condeno, ni condeno a nadie. Ha durado más y ha sido más intenso de lo que hubiera jurado y, sinceramente, más doloroso y largo de lo que merecía. ¿Pero qué importa eso a fin de cuentas? No juro, pero no me atrevo a negar, que pasados dos años anhelo un beso tuyo, agarrarme a tus brazos y creer ingenuamente que jamás harías nada que pudiera herirme.
Que hay que cuidar del amor, eso lo he aprendido, como que hay que dejarlo marchar si así sucede, sin mascar la amargura de haberlo perdido y conservando los recuerdos limpios de todo dolor, más aún si se es consciente de que permanecerán en la memoria por tiempo indefinido.