CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

10 agosto 2008

Ojitos coloraos

Llorar viene bien. Una se siente aliviada después de llorar, te relajas, te brillan los ojitos y la piel aparece más limpia. Aguapa eso de llorar. Después de llorar una se siente como si le hubieran quitado un peso de encima. El problema es que hoy no puedo parar de hacerlo. He despertado con una tristeza grandísima, sin una causa que lo justifique o al menos sin una causa más que ayer mismo. Últimamente estaba un poco triste. Tengo la cabeza llena de ideas inútiles y estúpidas que van y vienen, muchas de ellas inciertas, pero que me agotan.
Mi hijo se ha portado hoy especialmente bien y me ha regalado más sonrisas y abrazos que nunca, como si me adivinara la tristeza. En una ocasión no he podido evitar que me viera llorar y me ha dado su chupete.
Me ha dado por pensar en las equivocaciones que he cometido y, si bien es cierto que errar es humano, también me siento hoy más humana que nunca. Me equivoco constantemente. Hoy me ha dado por pensar que casi todas las decisiones que tomo son erróneas, pero eso lo pienso hoy y lo pienso muchas veces en los últimos meses. Ese modo de pensar me paraliza tanto que algunos días soy incapaz de hacer nada y a veces me quedo sin comer porque no sé decidir lo que quiero comer.
El trabajo me resta muchas de estas estupideces y parece que me ha sentado mal eso de tener medias vacaciones y tener tan adelantado el trabajo que tengo que hacer desde casa.
Mi padre, un hombre simple para algunas cosas, ve una solución rápida a este estado de ánimo mío, su CDH: comer, dormir y hacer deporte. No niego que esta solución encierra gran sabiduría y que la mayoría de nuestros males se paliarían con eso, pero soy una mujer compleja y mucho me temo que su forma de aliviar mi tensión: "si te ves mal económicamente, siempre te puedes venir a vivir con nosotros" es la salida más estresante y angustiosa que conozco, porque es precisamente lo que he tratado de evitar desde que salí de casa.
Me da pánico la posibilidad de acabar regresando a vivir con ellos. Y no es que les odie, ni nos llevemos mal... es sólo que me sentiría atrapada, porque tienen un modo muy invasivo de quererme, que suele hacerme sentir anulada.
Pero no lloro por eso. La verdad es que no tengo ni idea de por qué estoy llorando hoy todo el día, por qué tengo los ojos colorados, la sonrisa invertida y el alma en los pies.
No es porque mi vida social sea absolutamente nula, mi mundo se haya reducido, mis amigos estén lejos, mis posibilidades laborales sean limitadas, mi monedero esté bajo mínimos, haya perdido la esperanza de encontrar, no ya al amor de mi vida, sino una aventura en condiciones, mis posibilidades de viajar sean también nulas y pase varias semanas sin hablar con nadie que no sea de mi familia o de mi trabajo y me sienta demasiado a menudo terriblemente sola. No es que me sienta frágil, poquita cosa, un poco inútil, un poco fea, un poco vieja, un poco torpe, un poco insegura, desprotegida, nerviosa, inquieta, triste....
La verdad, no sé por qué tengo hoy tantas ganas de llorar.

08 agosto 2008

Medio agujero

Supongamos que tenemos un agujero y decidimos rellenarlo pero sólo lo rellenamos hasta la mitad ¿Qué nos queda? Un agujero más pequeño, pero un agujero a fin de cuentas.
Supongamos que tenemos unas vacaciones, pero sólo en uno de los dos trabajos. ¿Tenemos vacaciones? ¿Existen las medias vacaciones?
Hoy estoy contenta porque es mi último día en el trabajo de las tardes y eso me dará más tiempo para el trabajo que tengo que hacer desde casa. Como siempre que se me aparece el tiempo libre, como una visión divina, tiendo a rellenarlo rápidamente con todas las cosas que vas dejando para cuando lo tengas y el resultado es la consiguiente falta de tiempo. Pero estoy contenta porque me he prometido a mí misma un lujo diario: un café en una terraza, un rato en la piscina, un sudoku... en fin, un placer barato y sencillo. Para irme haciendo a la idea y a pesar de que mis medias vacaciones aún no han comenzado esta misma mañana me he ido a una terraza con mi hijo y me he estado tomando un café mientras hacía juegos de lógica y he conseguido conformar a Ángel unos minutos con unos gusanitos. El inventor de los gusanitos merece un monumento, junto al que se inventó el chupete y el apiretal.
Al que inventó a las abuelas también le tendrían que pintar un cuadro; gracias a la de Ángel puedo darme dos minutos para escribir un rato antes de ponerme a analizar datos estadísticos y a intentar arreglar este desatino, ya que creo que la persona que me lo ha encargado no se tomará muy bien eso de que los datos no avalen sus hipótesis e incluso las contradicen y que los sesgos pueden echar por tierra el trabajo de todo un curso escolar.
Estoy contenta con mi medio agujero.

07 agosto 2008

Aprender a decir que no

A menudo he tenido problemas por no saber ser más rotunda con mis negativas. Cuando doy un "no" lo hago de un modo tan suave y le doy tantas vueltas que puede confundirse con un "a lo mejor" o hasta con un "sí". Cuando era pequeña leí en cierta ocasión una historia acerca de "La Virgen del Sí" que elevaba los síes y menospreciaba los noes e invitaba a decir que no de un modo suave. Pero no es muy inteligente ni muy efectivo el "no" suave, menos con el sexo masculino y muy poco con un niño pequeño.
Mi hijo tiene una pequeña lista de noes rotundos que entiende perfectamente: el ordenador, la tele y los enchufes y ahora él ha aprendido a decir que no con la cabeza. Es contundente y cuando dice ese tipo de no, no hay marcha atrás, es eso o sentarse en el suelo con un berrinche. He descubierto la magia de los berrinches y no los rehúyo, más bien los soporto con paciencia y a sabiendas de que se acaban y que además, después de ellos el niño come divinamente y se duerme mucho antes.
También descubrí hace tiempo, y vuelvo a darme cuenta ahora, que no hace falta repetirse cuando se ha dicho que no una vez y claramente, porque si el individuo receptor, dígase el niño, dígase el camarero pesado, dígase el pretendiente no correspondido, no padece sordera o tontera o algo que le impida comprenderlo, el problema no es que una no se haya expresado bien, sino que no hay más sordo que quien no quiere oír. En tal caso se pasa a la fase dos: la ignorancia. El tiempo y la hartura suelen hacer bien su trabajo. Todo esto resulta mucho más sencillo cuando el tiempo es precioso y hay más cosas que hacer que tiempo para hacerlas. Entonces tu tiempo libre se convierte en una especie de casa de campo donde sólo pueden entrar las personas que realmente te merecen la pena.
He perdido calidez. Es posible. Pero no soy yo quien debe juzga eso, sino la gente que me conoce desde hace tiempo.

05 agosto 2008

Hijo mío

Caballero: cuatro visitas a urgencias en el período de un mes son demasiadas. Espero que no tengamos que regresar hasta que te caigas de la bici.
Cuando contemplo la colección de imágenes de mi embarazo me parece mentira que midas ya 86 centímetros y que calces un 23, que hagan falta tres enfermeras para meterte un palito en la boca y que me llenes la vida de alegría desde que te despiertas... y me despiertas.
Este mes está siendo duro para los dos: tú has perdido dos kilos y yo también. Me cuesta oírte llorar sin llorar yo y me duele cuando te quejas y no puedo hacer más por aliviarte. Supongo que no podría, ni debería hacerlo si pudiera, liberarte de todo pesar y que tu dolor es necesario para hacerte crecer y que sepas distinguir lo que cuesta trabajo de lo que no, lo que merece ser lamentado y lo que no... desde que viniste al mundo mi sabiduría se reduce a suposiciones.
Estás en la edad de descubrir tus propias emociones y a veces, demasiado a menudo, te desbordan. Pero ya sabes que no puedes tocar los botones de la tele, ni el teclado de mi ordenador, ni los aparatos eléctricos, ni la escobilla del wc, ni meter las manos en la basura ni en el cubo de la fregona. Tu mundo está plagado de prohibiciones. Pero a cambio te dejo correr desnudo por la casa antes del baño, o tirar todos mis rotuladores al suelo, o cambiar los pañales de sitio.
Me haces falta, me llenas, me alegras, me completas, me provocas la risa a diario y has aprendido a decir adiós sin llorar, a cerrar los cajones sin pillarte los dedos y a coger tú sólo el yogur de la nevera, entre otras cosas. Me encanta oír cómo te ríes y me encanta que seas tan feliz.

Bichos

Vuelven las noches de insomnio. En parte debido al calor tan insoportable. A veces el niño tarda en dormirse y cuando lo hace ya estoy desvelada. Hoy me he picado, una vez más, trabajando. Me decía a mí misma: "Evalúo un test más y me voy a dormir", pero al terminar ese test comenzaba otro, me entusiasmaba la rapidez con la que iba corrigiendo, cómo se me iban ocurriendo nuevas ideas para el informe, cómo iba apuntando en un papel las fórmulas que debería buscar luego o los ítems que debía aclarar con mi cliente, cómo me autocontagiaba de entusiasmo e iba eliminando el agobio de las primeras horas, cuando no sabía cómo ni por dónde agarrar tantos datos sueltos. Sólo el intenso dolor de espalda me ha llevado hasta el colchón. El calor nos obliga, una noche más, a dormir en el salón, el lugar más fresco de la casa. Pero es que esta noche he descubierto un par de hormiguitas rojas sobre la sábana. Venía cansada del trabajo y no había cenado y tampoco comido, porque a medio día a Ángel le dio por ponerse rígido y le llevamos a urgencias (el diagnóstico: tiene mucho genio y el síntoma sólo es consecuencia de una de sus rabietas). Así que despojé el colchón del salón (que está donde debería haber un sofá según las costumbres) de todas las sábanas, colchas y fundas, lo desplacé, barrí, fregué, puse sábanas limpias, cambié el insecticida de sitio, estuve un rato buscando el hormiguero y dejé el salón como los chorros del oro, vamos, como lo había dejado por la mañana. Al acostarme soñaba que las hormigas olían mi menstruación y me devoraban viva, me picaba todo y buscaba hormiguitas en la penumbra del salón, como si mi miopía me permitiera verlas así, a oscuras y sin gafas.
Y es que esta casa, para ser tan cara, tiene unas cuantas taras y una de ellas es una gran cantidad de pequeños huecos de donde salen bichitos como arañas, hormigas y tijeretas. Llevo varias semanas tratando de eliminarlos y me río de mí misma por ese sueño absurdo de vivir en una casa de campo.
Tengo la manía de molestarme mucho por pequeñas cosas, pero de todas las pequeñas cosas que me molestan demasiado los insectos son la peor. A pesar de que sólo he visto dos hormigas y no he visto ninguna más al final acabaré durmiendo en el dormitorio. Soy lo peor.

04 agosto 2008

Mariquitas copulando

Mi amigo Francis se encontraba siempre con muchas cosas en el suelo: monedas, bolígrafos, objetos... solía guardarlos todos y cada vez que veía algo lo interpretaba como una señal divina; yo me reía y solía decirle que miraba demasiado al suelo. Sin embargo me contagió de esa manía de ver señales en las pequeñas cosas, aunque en mi caso no excede de convertirse en un pequeño juego.
Hoy he visto copular dos mariquitas chiquitinas; eso es algo que no se ve todos los días y menos aún al caer la tarde, sobre el asfalto, cuando sólo miras al suelo para evitar las cacas de perro que, por cierto, el recogerlas es una costumbre que en Jaén se estila muy poco. El caso es que al verlas me he puesto la mar de contenta convencidísima de que era una buena señal... y es cierto, este insecto augura buenas noticias y próximas alegrías. Pero también he visto ahora mismo una araña bajando por la pared, un animal que augura peligro de caer en alguna trampa. Una de cal y otra de arena. Así es la vida.

03 agosto 2008

El placer de las pequeñas cosas

Ayer me lamentaba con Shunna de lo difícil que me resulta tomarme un par de horas de relax, tomar unas cervezas en una terraza, charlar con alguien sin mirar el reloj constantemente... Es un lujo que no me permito más de dos veces al mes.
Ayer prometía ser una noche más de estrés, de niño que no se duerme y que no está contento con nada porque tiene sueño pero no se quiere dormir.
Pero la noche me regaló algo muy distinto. Tuvimos visita. Ángel tardó en dormirse pero cuando lo hizo cayó del todo y nos permitió salir un rato al balcón, con un buen vino y un buen queso y un buen paté... no hacía calor, se estaba a gusto. Charlamos de todo un poco, hablamos de lo humano y lo divino y hasta de lo demoníaco, fumamos cigarrillos de lujo, cogimos ese puntillo graciosete que no llega a convertirme en una madre irresponsable y nos dieron las tantas de la mañana viendo las estrellas. Gocé del inmenso placer de escuchar y ser escuchada, de reírme y de hacer reír, de recordar viejos tiempos como si fueran más viejos todavía y reírnos de aquello que un día nos preocupó y concluir que es típico pero cierto eso de que el tiempo todo lo cura y nos hace ver la vida de otra manera. También concluímos que vino, queso y paté son grandes amigos y que nunca deberían separarse.
Cuando se marchó nos despedimos con un abrazo y desde el balcón pude ver cómo se alejaba y saboreé su presencia igual que saboreo el último trago de vino.
Y es que no es lo mismo dormir poco por no poder que dormir poco porque tienes que hacer algo mejor que dormir.
Hoy me he levantado despejada y llena de energía. No me ha dolido fregar los platos de la cena de anoche, ni levantarme temprano a pesar de trasnochar; ni me ha dolido empezar a trabajar cuando he acabado con mi papel de maruja.
Ahora el niño está jugando con el abuelo y yo sigo disfrutando de pequeños lujos, como este ventilador que me salva de morir cocida, una bebida dulce y el gustazo de empezar a cogerle el tranquillo a un trabajo complicado, que nadie me dice cómo he de hacer o cómo debo plantear. Disfrutando del placer de aprender y trabajar al mismo tiempo; algo que sería muy difícil experimentar en un puesto de teleoperadora.
Algo tan simple como unas horas charlando en el balcón, una vela encendida, algo rico... toda una receta para mantener el equilibrio emocional.

01 agosto 2008

Elogio de la soledad


Hoy quisiera gozar unos minutos... unas horas de soledad, tranquilidad y silencio en un espacio propio y elegido por mí para tal fin. Todos necesitamos estar a solas de vez en cuando y, además de necesitarlo, resulta que me gusta. Sin embargo es sumamente difícil encontrar ese tiempo y ese espacio, acaso en momentos como ahora, en los que el niño duerme. Pero no es una soledad tranquila, porque no se sabe cuándo puede despertar.
Esta es la tercera noche que no dormimos. Tres enfermeras han tenido que sujetarle y no podían con él. Parece mentira que siendo tan pequeño tenga tanta fuerza. Me río por no llorar cada vez que veo las medicinas y pienso en el momento de tener que dárselas. He estado un rato marcando con rotulador indeleble la dosis que tiene que darle la abuela cuando no esté yo y los horarios a los que debe tomarlas.
La chicharra canta furiosamente y se sabe que hoy hará mucho calor. Su canto reduce el ruido del tráfico y me transporta a un campo de girasoles, rabiosamente soleado y terriblemente bello. Es hora de ponerse a trabajar.