CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

11 abril 2005

El tabaco y yo.

Ha sido un fin de semana ajetreado y agotador. Se me ha acumulado información para estudiar, tareas por hacer y horas para dormir. Y es que estoy habitándome a un ritmo imposible desde agosto y tarde o temprano el cuerpo protesta.

Largas horas de guardia dan para pensar en muchas cosas.

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Me cuesta horrores escribir, me siento tan débil que apenas me sostengo en pie si no estoy apoyada. A esta hora ya el tabaco te llama a gritos y estoy también más agitada. Me he echado un chicle de nicotina a la boca con la esperanza de que me calme la ansiedad. Si soy capaz de no fumar tres días soy capaz de dejarlo del todo. Sé que la tos que tengo ahora no es consecuencia del tabaco, sino de un resfriado. Y cuando he ido al médico y le he dicho que fumaba mucho me ha oscultado y me ha dicho “estás bien”, con lo cual como que no tenía ninguna motivación extraordinaria para abandonar un hábito que me gusta. Sin embargo, es la hiriente sensación de dependencia, este no respirar tranquila, de amarrarse al primer cigarrillo después de horas como a una tabla de salvación, que me hace sentir tan ridícula; me tiemblan las manos, la primera calada después de horas de mono sabe fatal.

Empecé a fumar a los 20 años, cuando empecé la carrera de Psicología. Antes nunca cedí a las constantes invitaciones de mis amigos, aunque sí es cierto que sentía una curiosidad enorme y soñaba que fumaba una y otra vez y que fumar me resultaba placentero y me calmaba. Por entonces yo corría todas las mañanas. Salía de casa a las siete, desde la estación de tren (abajo) hasta la alameda(arriba), seguía hasta la catedral (más arriba) y luego el seminario (más arriba). La verdad, no corria mucho, me cansaba enseguida y casi siempre era un caminar deprisa, pero me encantaba callejear por el casco antiguo y, sobretodo, me fascinaba la sensación de estar “lejos de casa” y que nadie supiera dónde estaba en ese momento. Al volver lo hacía con calma, no faltaban unos minutos frente a cualquier edificio antiguo, o mirando a través de las rejas de los sótanos de la catedral, llegaba hasta la casa de Francis y Pretel, despertaba a Francis, desayunábamos juntos un gran desayuno y ya regresaba a casa. Eran tres horas divinas, eran mi salvación. Un día llegué a casa de Francis, no sé quién abrió la puerta, entré y tanto Pretel como Francis estaban dormidos, también los otros dos compañeros de piso. Y yo no sabía qué hacer, no quería enfadar a nadie, no sabía si marcharme.... y entonces lo vi, abandonado sobre un mueble destrozado estaba un paquete de Malboro con un cigarrillo dentro. Lo encendí. Me encantó. Me gustó el olor, el tacto, el sabor y la sensación de ser rebelde por una vez en mi jodida vida. Mis amigos no fumaban, mis padres tampoco, nadie me incitó, lo hice libremente y me gustó. Creo que era lo único en lo que desobedecí a mis padres durante años, eso y mi manía de correr por las noches por barrios peligrosos. La gente me decía que estaba loca por correr de noche en esa zona y que había navajeros, a lo que yo les respondía: “mejor, así corro más deprisa”. La insistencia de Jorge para que dejara el tabaco me agarró a él con más fuerza. Siempre he mantenido unos 20 al día desde hace doce años. Pero últimamente he llegado a fumar hasta 40. es hora de controlar un poco esto. ¿para qué fumar si no me ayuda a estar más tranquila, es caro y no es sano? La tos de este catarro me pone en situación de cómo podría ser mi voz y mi respiración en unos años si sigo fumando. Además, sigue en mi mente la idea de tener un hijo y quiero estar sana cuando eso ocurra.