Doce mil vidas... mejor no pararse a pensar.
Como cada no-festivo que voy al trabajo, esta madrugada fui al archivo a guardar las últimas fichas en su lugar. En un momento dado me encontré en el centro buscando un historial y miré a mi alrededor, envuelta entre archivos grises, verdes, rojos y azules, ordenados por fechas y lineas de entrada, perfectamente alineados y aplastados; falta espacio. Son los archivos de los últimos diez años. Empecé a multiplicar: unas doscientas fichas por carpeta, diez carpetas por balda, cinco baldas por estantería... sólo en ese cuarto de unos tres metros cuadrados había más de doce mil vidas infelices (no quise pensar cuántas de aquéllas fichas recogían más de una vida). Luego, en mi turno de descanso (gracias a Dios esta noche pude descansar dos horas), me tumbé en una habitación oscura recuperando la paz después de más de cuatro horas recibiendo llamadas. Doce mil agujas me punzaban la cabeza y tuve que practicar todo mi repertorio de técnicas de relajación. Casi acabando mi turno de once horas, una llamada de angustia al amanecer... una hora extra para escribir esa ficha, una ficha que recogía cinco vidas burladas por la pobreza, la violencia, el abandono, la desesperación y la diplomacia.
Sé que en mi trabajo es mejor no pensar en ello, o acabaría loca. Pero a veces no es posible evitarlo. Si no me importaran esos doce mil cinco, no estaría trabajando donde estoy.
Es la una del medio día y debería dormir un poco, extraña hora para soñar. Dormiré con la conciencia tranquila, feliz de trabajar allí, aunque a veces me queme la sangre, me duelan los dolores ajenos, o me sienta pequeñita a los pies de rascacielos de expedientes. Aunque sólo sea porque hoy, al filo del amanecer y por un instante, una mujer que sufre dejó de sentirse sola. Soy feliz de estar donde estoy y hacer lo que hago.
Sé que en mi trabajo es mejor no pensar en ello, o acabaría loca. Pero a veces no es posible evitarlo. Si no me importaran esos doce mil cinco, no estaría trabajando donde estoy.
Es la una del medio día y debería dormir un poco, extraña hora para soñar. Dormiré con la conciencia tranquila, feliz de trabajar allí, aunque a veces me queme la sangre, me duelan los dolores ajenos, o me sienta pequeñita a los pies de rascacielos de expedientes. Aunque sólo sea porque hoy, al filo del amanecer y por un instante, una mujer que sufre dejó de sentirse sola. Soy feliz de estar donde estoy y hacer lo que hago.
3 Comments:
At 8/07/2005 04:32:00 a. m., gallardo said…
Dale, resiste, si al final todo suma, y tu lo transcribes todo como si no costara nada.
At 2/16/2007 01:14:00 a. m., Anónimo said…
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