CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

01 agosto 2005

Pesos pesados

Ayer por la mañana, después de dos turnos de noche consecutivos y hacia un tercero, en lugar de dormir, como está mandao, me fui para casa de mi hermano mayor para ayudarle con su mudanza, pese a mis incontables autopromesas de ser egoísta por una vez en mi puta vida y ponerme a mí misma en primer lugar. Subí y bajé más escaleras que un ama de llaves en la mansión de la Preysler y en la tarde, en lugar de dormir como está mandao, me fui para casa de mi hermano menor para hacerle una visitilla, cargada, eso sí, con dos cajas de plástico duro, un maletín, un bolso de saco y una bolsa nevera hasta los topes de congelados que mi hermano me regaló. Más parecía que iba hacia la guerra, mi hermano el pequeño se compadeció de verme tan cargadita y me regaló un baño de espuma en su inmensa bañera y me ofreció su cama para dormir y hacerme de despertador. Luego me dijo que dejara parte de los bultos en su casa y fuera a recogerlos en el próximo turno de noche. Aun así, la bolsa nevera pesaba como un cadáver, no como un cadáver de gato, pájaro o similar, pesaba como el cadáver de un cachalote y tenía la esperanza de que alguien me pidiera dinero para comer, o en el metro o en el camino, porque ahí había comida de sobra para darle, como si se quería quedar con la bolsa entera. Sin embargo, nadie me pidió ayer para comer. Esta mañana, camino del metro, pensé en los vagabundos que piden junto al sprint, en la boca del metro en Avenida de América, en la boca de metro de Legazpi, en el Paseo de las Delicias... no me encontré con ningún pobre, se ve que también ellos se van de vacaciones en agosto (todo el mundo se va de vacaciones en agosto menos yo, hay que joderse). Y fue en el Paseo de las Delicias cuando pensé que ojalá hubiera olvidado la bolsa en la parada de metro o me la hubieran robado o alguien me hubiera pedido para comer... y me planteé la siguiente pregunta: Si podemos prescindir de lo que nos pesa, ¿por qué nos cuesta tanto trabajo desprendernos de ello?
Mi corazón está repleto de recuerdos pesados, como un desván que no se revisa desde la Guerra Civil y esconde granadas que anhelan ser explotadas. Me pesa el paisaje de todos los días, la rutina aplastante del siempre lo mismo y el deseo febril de volver a agarrar la mochila y tomar el primer tren que pase hacia donde sea y bajarme en la estación que se me antoje, como hice en la playa de Ocata hará más o menos un año.
Recuerdo los dolores y los olores de aquel día de finales de septiembre, desde el amanecer hasta el anochecer. Y como es mi blog, se me antoja y me apetece lo voy a contar:

"Atardecer en la playa de Ocata"
Era mi entre séptimo y décimo día en Barcelona, por entonces ya había perdido la noción del tiempo. Me había instalado en un albergue y dormía con 18 personas más en una habitación la mar de grande. Había perdido ya la vergüenza y me paseaba en toalla por los pasillos porque era muy molesto para mí cargar con toda la ropa. No tenía reserva para ese día y me dijeron que me levantara temprano por si me podían dar cama para esa noche. No existía esa posiblilidad y por cuarta o quinta vez desde que aterricé en Barna debía cargar con mis mochilas buscando cobijo. Agotada de un viaje que no me había llevado a ninguna parte y cargada con el mismo pesar en el corazón con el que había partido me senté rendida a tomar el desayuno, que era gratis. Debía hincharme, pues no tenía mucho dinero para comer y subsistía todo el día con una sola comida. Junto a mí se sentó aquel maestro judío que estudiaba grafología y que tanto se parecía a mi hermano mayor, con el que había estado hablando las últimas noches. Me decía "your travel hasn´t finished already... go to India... you are Indian, all the time, your eyes says India, your clothes, your hands... go to India... don´t come back, you haven´t to come back, you musn´t come back. Your travel has just began..."... no hace falta que diga que mi inglés no es muy bueno, pero entre cuatro nociones básicas y el lenguaje del corazón entendía a Abram perfectamente.
Con una mochila delante y otra detrás, dos bolsas y un bolso me recorrí las ramblas hasta la estación de tren y en lugar de tomar billete para casa lo cojí para Mataró, a hacer una visita obligada a unos tíos paternos. Por el camino el mar me llamaba por mi nombre y ya estaba deseando de regresar para volver a ver el paisaje. Comí con mis tíos, empeñados en que me quedara a dormir con ellos y, cuando me sentaron a ver los videos de la boda de sus hijos y luego pusieron un documental de animales, mi tia se puso a coser y mi tio a leer el periódico a mi me entraron las náuseas en el culo y me levanté con una prisa horrorosa y les dije que debía marcharme, que el padre de un amigo mío estaba muy enfermo y me necesitaba (era cierto, pero de mi amigo de Barcelona no sé nada desde unos días antes de aquella visita, no sé qué fue de él y dudo mucho que me entere nunca). A mis tíos aquello les sentó como una patada en los cojones, pero lo cierto es que no tenía ni tiempo ni ganas de buena educación y rechacé de plano su ofrecimiento de pasar con ellos una noche. Me subí al tren sin saber muy bien hacia dónde ir ni dónde dormiría esa noche. Entonces fue cuando pasé por un lugar llamado "Ocata" y pensé, como Bocata pero sin b, cómo mola y me quedé allí. Tuve que subir una cuesta más larga que un día sin pan hasta llegar a un albergue donde acababan de ocupar diez minutos antes la última plaza, hablé con unos alemanes en la puerta, conocí a unos chicos de allí en un bar a medio camino hasta la playa y me senté en la playa hasta que se hizo de noche. Decidí que mi equipaje me pesaba mucho y me deshice de parte de él y finalmente regresé en tren hasta Barcelona.
Esa noche dormí en un hostal de mala muerte el doble de caro que el albergue, después de haber paseado durante horas por un sitio que ni las ratas iban, enloquecida por acabarme de enterar de mi suspenso en la última asignatura de la carrera con un 4.93 en la segunda parte , lo cual me suponía la pérdida de empleo. Aquella noche había perdido curso, empleo y casi pareja y todas las estrellas se me cayeron encima; al menos ese día había comido dos veces y había encontrado sitio para dormir; sin embargo, cuando necesito relajarme cierro los ojos y respiro el olor de aquella playa tan hermosa y vivo el recuerdo de la arena bajo mis pies, vestida de blanco con un chal azul, caminando libre por unos minutos y olvidando el equipaje por unos instantes. A solas con el mar que me besaba, el viento que me abrazaba y el sol que se caía, me juré a mí misma regresar a aquella playa y así lo haré.
Hoy he sentido el mismo ansia de libertad que me empujó a hacer ese viaje que siempre supe incompleto; esta vez he querido ir hacia el sur a descubrir África; deseo ver dunas, pisar dunas, oler dunas. Me siento más desierto que nunca. El desierto es un paisaje que me apasiona porque me transmite paz, porque parece eterno y porque esconde vida sin que sea evidente. Parece quieto, pero se mueve. Parece muerto, pero está vivo. Tumbada en su suelo es posible ver más estrellas que en ningún otro lugar. Todo parece un contraste radical e inhabitable y sin embargo, en su corazón, guarda un oasis. A veces me pregunto si detrás de mi sequedad, mis tormentas de arena, mis temperaturas extremas y mi aparente "no vida" se esconde también un oasis. Hay un desierto en África que se florece en cuanto le caen cuatro gotas; esconde semillas que florecen después de decenas de años secas. En el fondo, muchas personas sólo necesitamos que nos caiga el agua en el lugar oportuno para abrirnos como flores. Aún he de descubrir el lugar que me haga olvidar mi mochila y sospecho que no tardaré mucho en cargar con ella hacia un lugar cualquiera, sin fecha de regreso.
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