CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

25 octubre 2008

En un momento del mundo tan pendiente de los glúteos, los pómulos, las arruguitas de la frente y la depilació láser hay brotes de submundos cargados de humanidad, como burbujas de varicela que revientan y se expanden por la cara del mundo.
Ahora que no tengo tiempo de colaborar en una ONG y que mi aportación económica es de una ridiculez al mes, agradezco, al menos, tener un trabajo tan humano.
Con mi traje de ejecutiva y mis calcetines de colores chillones, lo habitual es despertar unas cuantas sonrisas al día, aunque sólo sea por la sorpresa que provoca en los niños que una inspectora tan seria muestre unos calcetines así.
Por otro lado, a mí me gusta llevarlos, romper con las líneas serias, aunque sólo sea por los calcetines.
Cada día soy testigo de historias de amor increíbles, como la de aquella madre que donó un riñón a su hijo, aquella monitora que luchó lo indecible por conseguir una rampa para su alumna, para que pudiera ir a clase con los demás compañeros; o esos niños de cuatro años, separados por una verja de colorines del patio donde está su compañero del año pasado y se acercan para darle su bocadillo o una chuchería. Ayer una niña se desvivía por mostrarle libros con desplegables en la biblioteca a su compañero autista.
Lamentablemente, también son muy comunes las historias de familias rendidas o indiferentes a la enfermedad de su hijo, o simplemente familias que, por simple comodidad, dejan de realizar los ejercicios necesarios de un programa echando por tierra el trabajo de varios meses en unas pocas semanas.
Mi amigo Josema suele decirme que no sacrifique mi vida privada en pro del trabajo; me conoce demasiado bien. De hecho, hace más de un mes que no salgo de cervezas con los amigos. Pero hoy me voy a dar un forzoso homenaje, porque me hace falta, porque lo necesito y porque yo lo valgo y me voy a ir a cenar a un restaurante raro, o caro, o bonito con un amigo al que no veo hace años.
Los reencuentros son la leche. Tenemos tanto que contarnos, tanto que abrazarnos y tanto que resumir en unas pocas horas. Creo que cuando le vea no le voy a reconocer. Me gustan los reencuentros, al menos, algunos de ellos.