CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

18 octubre 2005

Te trataré como a una reina

Es uno de los títulos de Rosa Montero. Lo tomé ayer del bibliometro, un gran invento, por cierto, ya que llevo meses con el carné de la biblioteca municipal en el bolso y nunca tengo tiempo de pasarme por allí. En el metro es diferente: sales del metro, vas hacia el tren (o viceversa) y allí una pequeña biblioteca de 500 títulos que te permite cambiar de libro cada quince días. El caso es que, sin querer queriendo, como si mi inconsciente supiera un poco más que yo, dejé olvidado el libro sobre la barra del bar donde trabaja Julio. Me marché antes de que él llegara, no sé de él desde anteayer por la noche; fue silencioso, seco y arisco. Yo odio dormir con el amante sin haber arreglado lo que se tenga que arreglar. Mi lema siempre fue no irse a dormir sin arreglar las cosas, nunca dormir juntos y enfadados. Pero Julio es uno de esos seres que cuando se enfadan se cosen la boca y no hay modo de arrancarles una palabra. Y yo, que había bebido (poco pero me sentó como el culo), estaba mareada (supongo que por haber bebido sin cenar) y agotada de los tres últimos turnos de noche consecutivos, no tuve fuerzas para hablar con un ser humano que milagrosamente resultó ser más cabezota que yo misma. Desperté con el habitual vacío de las camas anchas y solitarias al que me había desacostumbrado después de diez días reclinando mi cabeza sobre su pecho fuerte y cálido; su olor permanecía como un resto de realidad, acaso porque no se lo pudo llevar con él. Una escueta nota que aún permanece en la mesilla de la entrada "Tengo cosas que hacer. Adiós. Julio." Más hiriente que un "te odio", "no quiero volver a verte", "púdrete"; el silencio puede ser más cruel e hiriente que una retahíla de verdades apuñalando el espacio entre "tú y yo". De hecho es la manipulación que uso con los niños que mienten... simplemente callo y el niño siente la imperiosa necesidad de decir la verdad.
No sabía que echaría de menos a Julio cuando marchara. Le amaba intensa y fugazmente, como amas una flor que te regalan por impulso y sabes que va a morir pronto. Aún conservo la última rosa que me regalaron, la sequé y su belleza permanece intacta bajo el polvo, pero está muerta.
Me venció tanto el sueño que no escuché cerrarse la puerta. Y es que el amor se marcha a menudo sin que nos demos cuenta. "Un problema menos" fue lo que pensé y, sin embargo esta noche dormí en Madrid con mi hermano para evitar la tentación de buscarle.
"Te trataré como a una reina" _prometió_ como prometió en su día José Manuel, Manuel y tantos otros a los que no permití entrar en mi vida de ninguna manera. Y por diez días fue cierto.
José Manuel, por cierto, habla cada día conmigo. Su amor no se acabó y su ex le sigue amando y sin embargo cuántas veces el amor no es suficiente. Hace falta valor. Los amores cobardes no llegan a ninguna parte, como los garabatos del poeta que se quedan escritos en la servilleta de un bar y ruedan sin rumbo en el centro de un libro, o en un doblez de la cartera, o en un bolsillo de la camisa que se lava, se moja y destiñe la tela de manchas intraductibles.
Y sé que no diré nada porque me da pavor engancharme y romperme para siempre, como la tela desgastada de un vestido adorado que vistes durante años. Y es que Uruguay está muy lejos y aún no se sabe si Julio obtendrá o no la nacionalidad y no se sabe qué arrastra Julio consigo, pues es un hombre callado que presume de misterio ¿y qué pasa si un día le arranco los muros y se descubre estéril como una tierra prometida que resulta áspera y sin semillas? Los amores cobardes no llegan a ninguna parte. Pero por alguna razón mi inconsciente dejó aquel título sobre la barra del bar "Te trataré como a una reina".