CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

10 agosto 2006

La llamada de la carne

Fue hace meses, pero lo recuerdo como mi último brote de mujer fatal, de esa que me late siempre y siempre me habitará. Sólo me contuvo saberme embarazada pero se me grabó en el recuerdo como uno de esos pocos momentos en que no me dejo enfierecer.
Me senté en el metro y abrí un libro que hablaba sobre el amor. Junto a mí un hombre atractivo de piel clara y pelo oscuro y corto. De cuando en cuando volvía la cara y le veía mirarme a mí o a mi libro. Abrió las piernas rozando la mía y comenzó a moverlas sutilmente. Nuestros brazos también se rozaban de un modo que pudiera ser casual. Comencé a excitarme y me sentí culpable; crucé mano sobre mano en las rodillas, en actitud pudorosa, y deseé ser más recatada o más atrevida, pero me incordiaba ese artificial centro en el que me había situado seducida por la idea de lo que debía ser según unos cánones que hace demasiado tiempo no tienen nada que ver con mi persona. Al llegar a mi parada me apoyé en la barra metálica junto a la puerta y él dio un paso apelando al descaro, situándose tras de mí y poniendo su mano sobre la mía. La aparté despacio. El corazón me latía deprisa; deseé darme la vuelta y besarle y en cuanto se abrieron las puertas me disparé hacia las escaleras mecánicas escandalizada de mí misma. Él volvió a situarse tras de mí, me olió el cuello y me habló al oído tomándome por l acintura con una mano larga, fuerte y precisa. Su nombre impronunciable venía de algún lugar de Europa del Este. Tenía 8 años menos que yo e iba a encontrarse con una mujer 8 años menor que él. No procedía compartir teléfonos y el encuentro breve se quedó ahí, sin más.
Hoy lo recuerdo, no sé por qué, tal vez la añoranza de la dama fugaz y atrevida que se entregaba sin tregua al amor y al olvido en tramos de tiempo indigeribles e intensos y que respondía visceralmente a las señales de su cuerpo abriendo y cerrando precipitados paréntesis a una vida cargada de responsabilidades y de inquietudes más espirituales, profundas y maduras.
A estas alturas mis muslos se humedecen al mínimo recuerdo y trato de encubrir mi olor a deseo con colonia de bebé, como el lobo que se disfraza de cordero. Demasiado tiempo sin aliento en mi ombligo, demasiado sin uñas en la espalda, demasiado sin lenguas húmedas como caracoles e inquietas como culebras, sin olor animal, sin instinto visceral, sin mordiscos salvajes, sin gritos, quejidos, lágrimas y respiraciones encendidas. Porque lo que es es... y no puede dejar de ser y yo soy una mujer que siempre, siempre, desea al ser amado y, en su ausencia, a cualquier ser en el que naufragar como si amara y esta soledad que se alarga como un canto de cigarra me cruza las piernas y los brazos añorantes de varón bravo y humano porque, por maravilloso que sea, hay huecos que un hijo no puede cubrir.

3 Comments:

  • At 8/10/2006 11:27:00 p. m., Blogger gallardo said…

    Transitar los senderos del deseo es inevitable. No es moral, solo es humano, estamos echos de ese deseo que nos cruza la cara al mas tenue roce.
    Nada que hacer, solo dejarse ir cuando es posible y asumir el riesgo.
    Besos

     
  • At 8/11/2006 06:47:00 a. m., Blogger post-scripta said…

    Lo hubieras besado...

     
  • At 8/11/2006 04:28:00 p. m., Blogger Avasallado said…

    Hola Tzade,

    Quise conmentarte pero tuve un absurdo dilema: estaba convencido de que serías comentada precisamente en este post, y no en ninguno de los nuevos que publicaste. Quizás sea que es el último, pero lo dudo, creo que te hubiesen comentado en este fuere cual fuere su posición en la cadena.
    Es humano y así somos. La llamada de los genes en su perpetuación es quizás la más poderosa que guardamos en la memoria genética, incluso mayor que el miedo a la muerte.
    No hace falta que te diga que eres una mujer completa y compleja y tienes múltiples facetas que cubrir, eso lo has sabido siempre.

    Un abrazo.

     

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