CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

10 agosto 2006

Turnos

Qué distintos son unos turnos de otros.
El turno de día te da el privilegio de ver amanecer, pasear sin calor por la ciudad bostezante y tranquila hasta el tren, donde todo se condensa, se amasa y se precipita. Temes que uno de esos empujones te haga caer en el hueco de la vía y te dan ganas de gritar "eh, ¡que estoy embarazada!" como si los que no estuvieran embarazados no tuvieran derecho a vivir. Temes empujar a alguien sin querer. Entras en los vagones de todos los trenes a presión y los rostros están tensos, somnolientos o ambas cosas. Te regalan un períódico, o dos, o cinco. Todo el mundo te da los buenos días en el trabajo con una sonrisa, te da tiempo a cubrir trabajo atrasado, sales con hambre, corres el riesgo de quedarte más tiempo de la cuenta, vuelves en otra masa y llegas dándote cuenta de que tienes varias horas por delante.
El turno de tarde es más lento. Hay que salir mucho antes para, a veces, llegar mucho después. Puedes acercarte al Bibliometro y con suerte sobra media hora para comer. Nada se abarrota. Nadie te regala periódicos, pero sí tarjetas de restaurantes cercanos. Todo el mundo te saluda en el trabajo con una sonrisa. Corres el peligro de trabajar de más, pero, algo que no sucede en la mañana: existe la posibilidad de trabajar de menos; si las jefas se van antes hay un sorteo y si te toca te puedes ir media hora antes. Sea como sea, llegas a casa más tarde de lo previsto, agotada y sin tiempo para nada más.
Al turno de noche se va en vagones vacíos, nadie se choca, nadie te empuja, nadie te cede el asiento porque hay asientos de sobra para todo el mundo. Si hay calma puedes dormir hasta tres horas. No te regalan nada. Al llegar todo el mundo te sonríe y te desea una buena noche. Hay más bromas, más pervertidos, más llamadas límites, más emoción y más momentos de aparente calma para echar unas risas con el compañero, mirar el correo o hacer un sudoku. El regreso es contracorriente y es cuando contemplas como si fueras de otro mundo corrientes rápidas de humanos deshumanizados atravesando de parte a parte el suburbano sincronizados en dirección, ritmo y expresión, como bancos de alevines en medio del océano. Tienes prisa por irte a dormir, pero no tienes ganas de correr y te dejas llevar por las escaleras mecánicas y las cintas de los largos pasillos con música de guitarra, saxo o violín. Te regalan un periódico, o dos o cinco durante el trayecto que usas para limpiar los cristales porque no hay tiempo ni ganas de leerlos.