CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

06 septiembre 2006

balcón con balcón

Un día estaba ahí, habitando en el piso de al lado. La encontré asomada a su balcón un amanecer que salí al mío para ver desanaranjarse el cielo y me contó que su madre había muerto y que se sentía muy sola. No tenía familia. Tenía un piso arrendado en Madrid al doble de precio de lo que le costaba este. Venía de Valladolid. Nos dijimos las cosas típicas que se dicen las vecinas balcón con balcón "qué calor", "yo prefiero tender por dentro", "ya sabes dónde estoy si necesitas algo"...; la oía subir su persiana cuando yo aún pereceaba en el sofá y sólo nos cruzamos balcón con balcón una vez más. Un buen día dejé de oirla. Temía convertirme en ella, o en algo parecido: una mujer solitaria sin más quehacer que limpiar cuatro motas de polvo y dejar pasar la vida esperando la muerte. Nunca la visité porque nunca me faltó la sal y, aunque me apenaba su soledad me daba vergüenza llamar a su puerta por temor a ser inoportuna y por no saber cómo iniciar la dichosa conversación. Y una mañana me di cuenta de que ya no subía su persiana.
Durante varios días una bofetada de olor podrido inundaba el rellano y pensé fríamente y sin maldad "se habrá muerto la vieja?"...
Hace dos días una pareja de jóvenes y una comercial abrían la puerta de la casa de al lado. Hoy un tendedero igual que el mío luce al sol una ropa más blanca que la mía y recuerdo con tristeza que la vieja me dijo que ella nunca tendía fuera. No puedo evitar imaginarla agrandando la lista de viejos que mueren solos habitando entre la marabunta de deshumanidades que tanto me oscurecen y, cada vez más, deseo criar a mi hijo en un lugar pequeño y llano junto al mar, donde los vecinos se inviten a comer, la gente se salude por la playa y no esperemos oler a podrido para saber que el de al lado ya no está ahí.
Madrid nos queda grande y estoy cansada de nadar sin rumbo en medio de este océano de brazos vacíos. Me duele mi soledad como una puñalada y a un tiempo me duelen todas las soledades de todos los solitarios.
Hoy me tomo vacaciones de niños durante un mes, mitad de trabajo... me he quebrado en las últimas semanas tratando de salvar cursos y sonrisas. He tenido una alumna que no sonreía jamás. No creo que haya conseguido que apruebe, pero los últimos días sonreía abiertamente y hasta creo que la oí reir alguna vez. Todos mis alumnos han avanzado mucho en muchos aspectos. Y ahora, que voy a tener quince días de vacaciones (cuando coinciden las vacaciones de los dos trabajos) y no voy a salvar a nadie, necesito un hombro o dos y un abrazo de oso y jugar a ser persona.
Shunna, preciosa, cómo te echo de menos.

1 Comments:

  • At 9/07/2006 03:00:00 a. m., Anonymous Anónimo said…

    La vida suele dar lecciones a aquéllos que están dispuestos a aprenderlas. Pero aprender la lección sólo sirve para activar una señal de alarma, no garantiza no caer en los errores que nos mostraron.
    A los 19 años, compartía un piso de estudiantes en una gran ciudad. Teníamos un matrimonio mayor como vecinos y apenas habíamos intercambiado más que algunas frases de cortesía.
    Una tarde después de comer, el marido llamó a nuestra puerta y nos dijo que su mujer se encontraba mal. Mi compañero de piso había tenido un problema recientemente con un derrame cerebral y no podía verse sometido a tensiones fuertes, así que decidí ir yo solo a ayudar. La mujer estaba prácticamente inconsciente, la cogí en brazos y la llevé a la habitación del matrimonio. Su marido llamó por teléfono a un médico amigo de la familia. Yo me quedé esperando por si hacía falta para algo. A los pocos minutos la mujer dejo de respirar y se le paró el corazón. Yo intenté reanimarla practicándole un masaje cardiaco y la respiración boca a boca, pero algo me decía que no iba a funcionar; y no funcionó. Se le paró definitivamente el corazón y tuve que explicarle al trastocado marido que su esposa había muerto. El decía que no, que el médico la curaría. El médico llegó a la media hora y, naturalmente, dijo que había fallecido. El marido trajo un pañuelo y me dijo que si se lo podía atar a su mujer en la mandíbula para que no quedara la boca abierta: lo hice y enseguida llegaron los hijos del matrimonio. Yo me despedí lo mejor que pude.

    Nunca había visto a un muerto, ni siquiera a mis abuelos, porque mis padres no querían que pasase por ese trance, y el destino hizo que una mujer se muriera literalmente en mis manos y tuviera que intentar explicárselo a su marido.
    Pero lo que no puedo dejar de preguntarme es qué hubiera pasado si en lugar de dejar que el marido llamase a aquel medico, yo hubiera llamado a urgencias a pesar de su negativa. Esa es la lección que acabé extrayendo.

    Tú soledad es en parte elegida por ti misma, podrás superarla cuando de verdad te lo propongas, de eso no me cabe duda alguna.

    Te dejo mi abrazo, por si te sirve de ayuda.

     

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