CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

19 julio 2008

La risa de mi niño

Ángel se recupera a pasos de gigante del susto del hospital... yo me estoy recuperando más despacio, aún con el susto en el cuerpo, pendiente de cada tos, cada pis y cada caca. Cuando de lunes a viernes se trabaja a doble turno y el trajín es tanto que hasta da pereza cenar, el sábado se alarga como la sombra del ciprés y los minutos se alargan, lo que no quiere decir que me cunda más el día. El calor nos ha condenado a Ángel y a mí a permanecer en el salón casi todo el tiempo y sus paseos son a primera hora de la mañana, de paso que vamos a la frutería.
Cuando salió del hospital Ángel se puso a crecer y la ropa que le había comprado hacía dos semanas ya está guardada en bolsas para Cáritas. Los sábados son nuestros, el mando de la tele es mío y las cortinas son para él; ha descubierto varias formas de jugar con ellas pero lo que más le gusta es encontrarme detrás de ellas; hago como que me asusto y Ángel se ríe a carcajadas llenando de luz todos los rincones de la casa. Es difícil entonces sentir el agotamiento con el que has llegado a casa, todo se te olvida y el mundo se reduce al juego y a la risa.
Ahora duerme tranquilo, como siempre, con la paz de los niños bien alimentados, bien cuidados y bien queridos. Algunas veces se duerme junto a mí en el "sofá" que es en realidad un colchón de ochenta forrado de sábanas y colchas y con un montón de cojines. Es entonces cuando le consulto mis dudas contadas en en mismo tono en el que le cuento los cuentos: Dime, hijo mío, de los cuatro trabajos que tengo, ¿Cuál debería dejar? y él suspira, sonríe y se me engancha a la pierna y es como si me dijera "El que te robe más tiempo para mí".
La decisión está tomada. Una vez cubierta y recubierta nuestra subsistencia el tiempo se convierte en el objeto más importante y más cotizado. Me hice un plano de tiempos en la mesa del despacho y me di cuenta de lo difícil que resultaría mantener un ritmo de salir a las dos para entrar a las tres y de la incompatibilidad del trabajo que voy a dejar con la búsqueda de otro mejor pagado y más de acuerdo a mi formación, mis posibilidades y mi vocación.
Después de las divagaciones ambos nos quedamos dormidos; qué maravilloso invento ese de la siesta y después volvimos a jugar, rizando las cortinas, haciendo música, corriendo descalzos por ese salón tan grande y tan poco peligroso que he creado para mi hijo y me doy cuenta que, desde su llegada a este mundo, todas mis decisiones han sido las más adecuadas y que, aunque durante estos dieciocho meses he vivido los momentos más plenos y felices de mi vida, lo mejor aún está por llegar.