CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

12 noviembre 2008

risas de otoño

Ángel está a punto de cumplir dos años y su carcajada ha cambiado; se ha buscado una risa pilla que da gusto oír y se ríe de distinta manera según de qué y en qué contexto. Cada día ves cómo el esbozo se convierte en dibujo.
Ya está bien: corre, juega, tiene hambre y se hace con el mando de la tele siempre que puede.
Tal como había soñado, me paso el día rodeada de niños, los de otros por la mañana y el mío por las tardes. Luché mucho para estar aquí, en el punto en el que estoy ahora pero sigo con la sed incansable que me condena a ser para siempre una mujer incompleta.
Tengo cierta facilidad para ser feliz y lo soy con frecuencia, pero me resulta muy difícil sentirme satisfecha. Con el sexo también me pasaba. No existía el amante suficientemente bueno y tardé mucho, demasiado diría yo, en darme cuenta de que no era una mujer anorgásmica, como pensé durante años, sino una amante exigente.
Hace meses que he asumido la soledad, a nivel afectivo-sexual, como una constante indestructible para el resto de los días; la maternidad ha multiplicado mi nivel de exigencia y ha reducido muchísimo mi tiempo libre y si antes no era sencillo llevarme a la cama (parezca lo que parezca), ahora ya es difícil tomar conmigo un café.
Cuando se acerca la navidad me entra la fiebre de besos y abrazos, me siento vulnerable y pequeñita y deseo desear con tantas ganas que me abrazo a la almohada y la empapo de sueños de lluvia hasta que me duermo para seguir soñando con más de lo mismo.
Es evidente que hay facetas que un hijo no puede cubrir (ni debe).
Cada noche me asomo a la ventana y cuando veo la luna llena me gusta olvidar que es sólo una piedra gigante y que tiene el poder de cumplir deseos.
Hace mucho tiempo, cuando me decían "pide un deseo" no se me ocurría nada. Era tan feliz que no necesitaba nada más. Y eso que era pobre, dependiente, mala estudiante y mi amante parco en palabras, abrazos y honestidad. Pero era asquerosamente feliz.
Ahora no sabría cual de todos los deseos escoger. Ahora, que no creo en la magia.
Por suerte para mi equilibrio y el de mi hijo (una madre desequilibrada no puede criar a un hijo feliz) habito un otoño plagado de risas inocentes y estoy descubriendo la belleza a través de los ojos de otros, de vencer al dolor cada día y de hacer de cada logro una victoria y de cada amanecer un regalo. Y cada día es una lección de humildad, cada día una lección de madurez y cada día una lección de feliciología.
Las paredes de las aulas respiran historias increíbles. Algunas son inventadas y algunas superan la ficción. La realidad me muerde la nuca por las mañanas y mis fantasías me empapan los muslos por las noches.
He conocido ya a varios niños que se enfrentan a la enfermedad y a la muerte con el miedo a cuestas pero sin recular. A muchos profesores que no se dan por vencidos ante un papel que anda dictando limitaciones y se empeñan en contradecirlo y muchas veces lo consiguen. Veo cada día desafiar la palabra "imposible" y ... sí, soy una cobardica, que se escuda detrás de su hijo pequeño y detrás de su trabajo para evitar una cita, para decir que desea enamorarse y al mismo tiempo no permitir que suceda ni el amor, ni un miserable café.
Y confiar es tan importante para crecer...
No sé si darme cuenta de esta realidad mía y contarla, escribirla para leerla y verla cuantas veces quiera servirá para dar un nuevo paso adelante o simplemente servirá para asumir que estoy condenada a escuchar las risas del otoño y no reconocer mi voz en su eco. Pero al menos hoy sé que yo también quiero reírme.

5 Comments:

  • At 11/12/2008 08:56:00 p. m., Blogger Avasallado said…

    En Justine, Durrell dice de un personaje (creo recordar que de Nessim): "Pensaba y sufría mucho, pero le faltaba la fuerza necesaria, para atreverse, primer requisito del que hace algo".

    El pensamiento en sí, sin la acción, no es más que un generador de inseguridades que acaba "castrando" al sujeto. Y esto es así porque a cada elección mental se yuxtaponen varias posibilidades y la cadena crece exponencialmente. Uno acaba abrumado.

    Empieza por el café con quien te parezca no demasiado desadecuado, luego el adiós o el reencuentro te será dado por añadidura, porque ya sabes dónde y cómo no quieres estar. La sorpresa vendrá, no lo dudes.

    Un abrazo, Tzade.

     
  • At 11/14/2008 10:55:00 a. m., Anonymous Anónimo said…

    Como apuntaba Carlos Marx en su libro El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, "...cuando la historia se repite, la primera lo hace como tragedia y la segunda como farsa"...

    Besos,
    Gabriel

     
  • At 11/14/2008 05:15:00 p. m., Blogger Tzade said…

    ¿Tratas de decirme con esto que la búsqueda de una segunda oportunidad convierte nuestra historia personal en una farsa? ¿Es que tú no crees en las segundas oportunidades?
    ¿O sólo tratas de decirme que la segunda vez que el amor me dé la espalda no me dolerá tanto?
    En ambos casos, por suerte, no creo que la historia se repita. Nuestra historia sucede, sin más y algunos episodios de nuestra vida guardan cierto paralelismo con otros por culpa de lecciones que no aprendimos en el pasado. Suena muy simple, pero supongo que más o menos es así.
    Mucha paz, Gabriel.

     
  • At 11/20/2008 02:07:00 p. m., Anonymous Anónimo said…

    Creo que la "primera oportunidad", marca tanto que es imposible conseguir el mismo "efecto" en las oportunidades que la seguirán.

    Ni siquiera es reproducible/repetible en lo que supone la "tragedia de su final".

    Como tu apuntas, la segunda oportunidad (o las siguientes) "ya no duelen tanto".

    ¿Será porque quizás no hemos sido tan "receptivos" como lo fuimos en la primera?

    ¿Será que ya ha dejado de ser una "tragedia" realmente?

    Siguiendo sobre estas dos premisas...

    ¿Será que se ha convertido por consiguiente en una (involuntaria) "farsa"?

    ¿Qué tiene esa primera oportunidad de fundamental que ya no tendrán las otras?

    ¿Será que no se puede amar intensamente sin la indispensable inocencia, inexperiencia y la generosidad absoluta que aporta la misma?...

    Claro que existe la segunda y posteriores oportunidades, pero nada que ver con la primera.

    La primera vez de todo, aun siendo la menos elaborada, es indiscutiblemente la que nos marca para siempre.

    Lo que sigue, queramos o no... invariablemente se convierte en una "farsa".

    Es el precio que hay que pagar por la madurez que nos ha permitido sobrellevar aquella primera "tragedia".

    Es así como lo identifico.

    No se como lo aprecias desde tu experiencia personal.

    Besos,
    Gabriel

     
  • At 11/21/2008 10:22:00 p. m., Blogger Tzade said…

    Jorge no fue el primer amor de mi vida y, decididamente, me marcó mucho más que el primero. Lo cual me lleva a esperar relaciones más fructíferas, tan reales, tan ciertas y tan intensas ... o más.
    Me gusta pensar que lo mejor no ha llegado todavía.
    A mi edad, son pocas las nuevas experiencias que me quedan por vivir, si descartamos las que me dan vértigo como el puenting o tirarme en paracaídas, las que no me llaman la atención, como hacer submarinismo...
    He leído muchos libros y cada libro que leo es una experiencia nueva. Tampoco los amigos resultan menos gratificantes por no haber sido las primeras personas en llegar a mi vida y estoy convencida de que si estudiara otra carrera, algo que no descarto, emplearía en ella el mismo o mayor entusiasmo que en la primera.
    La experiencia no condena nuestra existencia a la renuncia de vivencias auténticas; el aprendizaje no convierte nuestra vida en una farsa.
    La madurez no implica necesariamente una menor intensidad de nuestras emociones, ni menor belleza en nuestros paisajes.
    Nada se repite realmente; sencillamente vivimos las cosas de otro modo, no menos bello, no menos auténtico, no menos real.
    Soy optimista ante lo que está por venir. Tal vez ingenua, es posible. Pero no argumento en base a esperanzas infundadas, o en lo que leemos en libros de autoayuda, sino en base a mi propia experiencia personal, a mi manera de ser. Tengo la fortuna de poseer el don del entusiasmo fácil, la facilidad de la sorpresa, el regalo de creer en lo increíble. Tengo a mi hijo, mostrándome cada día y a cada instante que uno se puede reir cientos de veces con la misma mueca y la experiencia que nos muestra el camino para que la próxima vez duela menos o al menos durante menos tiempo.
    Mi vida no ha sido nunca una farsa. Nunca lo será.

     

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