CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

01 marzo 2009

Un mundo de sensaciones

En cierta ocasión una lectora del blog me dio el consejo más sabio que podía recibir en aquel momento: "no dejes que esto te convierta en carne de psiquiatra". Durante meses tuve aquella frase presente como un gran trozo de madera en medio del océano. Posiblemente esa frase me dio el equilibrio necesario para seguir adelante.
Por aquel entonces había dado un giro a mis investigaciones sobre el sexo y sus parafilias y me decanté por el amor, abriendo mucho los ojos para tratar de saber en qué punto del camino me había perdido yo.
Aún continúo mis investigaciones, ajena ya al dolor y al miedo y contemplo, desde mi isla de paz, el mundo y el pasado con otros ojos. No sabré si habré ganado esa batalla hasta que no se den las circunstancias oportunas, pero no tengo prisa por averiguarlo.
La soledad es una circunstancia de la que estoy aprendiendo muchísimo. No la combato entre otras cosas porque, como dijo alguien alguna vez "hace falta estar distraída para que suene el teléfono".
Mi hijo me regala cada día momentos inolvidables. Habla conmigo de cosas importantes para él como las partes de su cuerpo y del mío, los abuelos, los titos, Pocoyó, sus cocos, sus cacas... tiene la risa fácil y nuestros minutos son nuestros y de nadie más. Entre catarro y catarro se abre camino hacia arriba y, si bien hay vacíos que un hijo no puede cubrir, también es cierto que no deja mucho tiempo para sentirse triste.
Cuando vivía con mi pareja apreciaba especialmente los despertares; era y es lo que más echo de menos. Pensaba que no existía emoción más placentera que despertar junto a la persona que quieres y regalarle caricias, miradas, susurros y sonrisas. Sigo pensando lo mismo pero por aquel entonces no contaba con la posibilidad de que esa persona fuera mucho más pequeña y que aquella sensación fuera mucho más intensa y pura. De algún modo una pareja en sus primeros momentos hace muchas cosas que hacemos las madres y los hijos: las miradas largas, las caricias suaves, las sonrisas anchas, los juegos, los bocados inocentes... la dependencia mutua...
Mi hijo está ahora en la edad de la mamitis profunda y por extensión yo tengo una hijitis como una casa. Cuando estoy en el trabajo no me sabe tan mal, pero cuando me separo de mi hijo para ir a tomar un café, a cenar o salir a bailar me cuesta la misma vida. Sé que estas separaciones son sanas y necesarias para los dos y que es necesario que aprenda que mamá se va, pero vuelve siempre. Cuando se da cuenta de que me he marchado me busca por toda la casa y me llama a voces y mi madre, que me lo relata con sus mejores intenciones me inyecta una sobredosis de culpa tan inmensa que a veces doy media vuelta y regreso a casa inventando un dolor de cabeza o un frío muy grande.
Si todo va bien, este verano me iré con él unos días a solas. Quiero ver su cara cuando descubra el mar.