CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

29 noviembre 2008

Semana larga y lenta

Ha sido uno de esos conjuntos de siete días que pasan sin pena ni gloria, en los que no paras y tampoco acabas nada de lo que comienzas, o esa es la falsa impresión, porque lo cierto es que mi objetivos se han cumplido, los informes están entregados, corregidos y vueltos a entregar, el despacho está aparentemente ordenado, la habitación de invitados casi despejada, vaciado el armario del cuarto de invitados y movido, con estos bracitos, al cuarto de Ángel, que ha quedado reducido pero, como yo deseaba, lo suficientemente diáfano como para que el niño pueda potrear todo lo que quiera sin matarse... enchufes cubiertos, polvo excomulgado, juguetes peligrosos al trastero y apuntes y libros necesarios pero no por ahora también encerrados con las arañas anchas como mi mano.
Pero lo cierto es que ha sido una semana lenta, con demasiadas horas dedicadas a los solitarios del windows, a los puzzles japoneses y a la meditación trascendental.
En un nuevo sábado sin plan, por pura pereza, echo de menos los tirones de orejas de Miglo y me da coraje que se haya marchado tan lejos porque lo cierto es que es la persona que más me apetece ver ahora mismo (que nadie se ponga celoso, plis).
Admiro la valentía y arrojo con que Miglo se enfrenta a las situaciones más complicadas; yo siempre he sido muy cobardica para ciertas cosas y creo que podría aprender mucho de su asertividad... el tipo de asertividad de Shunna se me queda a cien años luz, aunque como bien dice ella, "más vale una colorá que cien amarillas"; pero Miglo podría escribir un manual de conducta asertiva y creo que no es consciente de lo muchísisimo que vale.
Lo cierto es que estoy rodeada de personas admirables y que también me he alejado voluntariamente de personas admirables, por falta de tiempo, por pereza, por inmadurez, por inseguridad o por soberbia pura. A menudo me pregunto por qué se me quiere tanto.
Porque las madres, los hijos y los hermanos te quieren por naturaleza o por convenciones culturales y la verdad es que a veces también me pregunto por qué me quieren tanto porque si he sido en ocasiones insoportable, lo he sido especialmente con mi familia. Y lo cierto es que visto pasados los años creo que lo que me han hecho o dicho no ha sido tan grave y si se agravó fue porque yo no lo hablé.
Mi exceso de consideración me ha traído muchos más problemas que mi exceso de sinceridad (que también se lleva lo suyo).
Hace ya más de un año que regresé a mis raíces, con más dolor por lo que volvía a tener que dolor por lo que dejaba y el tiempo me ha enseñado a volver a querer, me atrevería a decir, a querer como no había querido nunca y a escuchar como nunca había escuchado a las personas que, por misterios de la naturaleza, siempre me han querido.
Creo que nunca me había sentido tan cerca de mi padre desde que, hace más de veinte años, me iba con el cada sábado de excursión al campo y volvíamos cargaditos de frutos silvestres. No recuerdo haberme acostado nunca con mi madre en la cama a charlar hasta que mi padre se asomara cansadito a la puerta pidiendo permiso para irse a dormir. No recuerdo haber abrazado a mi hermano mayor derrumbada como lo hice la semana pasada; siempre le he admirado, pero no recuerdo haberle querido como ahora le quiero. Y hoy siento tanto haberle herido...
Tomaba café con mi cuñada y mi hermano mayor en un bar de viejos y mus, el café más malo y diarreico que había probado jamás, y desde el bar vimos a los abuelos con el niño en medio, cogiéndole de la mano, con el gorro de su tito Dani en la cabeza y la sonrisa abierta de par en par. Hubiera querido tener a mano una cámara para hacer una foto de ese instante, pero lo cierto es que desde que vivo en Jaén podría inmortalizar todos los momentos.
Ver a mi hijo con sus abuelos o sus tíos es siempre un instante digno de inmortalizarse.
Vale, no tengo un novio al que ponerle la mano helada bajo la blusa, que me haga cosquillas o que me reste la impresión de cama inmensa cada noche. Pero posiblemente soy una de las mujeres más afortunadas de este planeta y lo cierto es que a veces no me doy ni cuenta de la suerte que tengo.
En mi trabajo, en el que cada día realizo informes sobre diversas miserias humanas y especialmente sobre miserias que afectan a la salud de los más pequeños, sería una necia si no me diera cuenta y dan ganas de apuntarse a una religión cualquiera para poder darle las gracias a Dios.
Soy una mujer con suerte tan necia que se siente sola.