CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

29 marzo 2010

Ya no me ajunto

Que una persona decida dejar de hablarme es un mal menor. Sobre todo si por mi parte tengo la conciencia tranquila respecto a merecerlo o no y también porque, aunque sea por un precario mecanismo de defensa, acabamos pensando que esa persona no merece la pena, entre otras cosas por mostrar una actitud tan inmadura. Después de todo, es una buena manera de ahorrar tiempo en conversaciones poco productivas. Sin embargo me sigue llamando la atención la frecuencia de estas actitudes, no tanto hacia mí (gracias a Dios, me ha pasado dos/tres veces en mi vida) como en general.
Recuerdo una vez que una compañera dejó de hablarme por varios días; íbamos a la misma academia y cuando me sentaba a su lado apartaba la mesa como si una echara pestes. No tenía ni idea de lo que le sucedía y pasado un tiempo hablé con ella, y así supe que era porque le había comentado (a solas y con la mayor discrección de que fui capaz) que pintarse tanto los labios no le quedaba nada de bien. "Y eso es meterte en mi vida y no tienes derecho"... sin comentarios, desde luego estaba en su derecho y a fin de cuentas a mí qué carajo me importa. Pero, ¿Era para tanto?
También conozco de casos cercanos de personas adultas que han dejado de hablar a otras personas adultas por razones pueriles y de personas que no se han dirigido la palabra por un malentendido de lo más tonto y que pasados los años se aclaró... o no se aclaró jamás.
No recuerdo haber retirado jamás la palabra a nadie, ni el saludo. Incluso saludo al incómodo vecino del segundo, ése que tiene la misma cara que su perro y cuyos ladridos son idénticos. Aunque reconozco que lo saludo por joder... por eso unas veces y por la fuerza de la costumbre otras. Hace mucho que el vecino del segundo no me habla y es posible que tenga algo que ver que yo le amenazara con denunciarle por amenazas, acoso, injurias y calumnias... pero eso es otro cantar.
El caso es que a mí plin que alguien decida ignorarme o retirarme el saludo, algo ganará con ello supongo, tal vez se le engorde el halo del orgullo cuando vuelve la cabeza a un lado recuperando el gesto de un niño de tres años. Sí me resulta un poco molesto, la verdad, pero más que nada porque la falta de educación siempre me ha fastidiado y cuando este gesto se realiza en público casi me dan ganas de vomitar.
Actualmente sólo se da el caso con una persona que tuvo el detalle de decirme dos frases cuando se murió mi perro. Hasta me dijo que me quería. Qué extraño modo de querer tienen algunas personas.
También una vez dejó de hablarme el cocinero de un restaurante en el que trabajaba porque nunca me acababa de comer sus platos. Pasado un tiempo se disculpó conmigo por lo mal que se portó.
Estoy acostumbrada al silencio. Acostumbrada a las personas que llegan a unas buenas y se quedan para siempre y a las personas que desaparecen sin más y... ninguna de las dos cosas es reprochable. Yo misma acostumbro a quedarme para casi siempre o a desaparecer sin más.
Pero lo cierto es que existen en la vida cotidiana ciertos eventos que nos dan una pista de por qué el mundo no funciona... y es porque existen personas así, demasiadas personas así: las que deciden enclaustrarse en su propio punto de vista, estancar unilateralmente la comunicación, exigir al otro lado un grado de comprensión y tolerancia que ellos no tienen ni de lejos, cuando no joder al otro lado porque les ha dado un arrebato de los suyos o porque tienen un mal día.
Así va el mundo.
Me pregunto qué coño hago yo a las cuatro y media de la mañana escribiendo sobre temas y personas intrascendentes.
De fondo cada vez que alguien me comenta "ya no nos hablamos" o "ya no me hablo con fulanito" la situación, aparte de ser surrealista por lo general, siempre me da un poco de risa. Supongo que algunas personas, al pesar de los años, no se acaban de librar de ese puntillo de niño chico. Unos tienen al niño chico que les permite imaginar, entusiasmarse con cualquier cosa, perdonar con rapidez y mantener la ilusión en el futuro. Otros viven por la vida tratando de ser los protagonistas de uno de esos cuentos que les contaron en la infancia con final feliz jarticos a perdices. Y a otros el niño les sale por ahí, por el "ya no me ajunto", la rabieta constante y el refunfuñe permanente. No son peligrosos. Sólo, tal vez, un poco molestos.
¿Seré capaz de levantarme dentro de tres horas? No tengo perdón.