Quedamos.com: la segunda impresión
Si bien es muy tópico eso de que "la primera impresión es la que queda", también es cierto que sólo se cumple cuando sólo hemos tenido una y no permitimos que exista otra. La verdad es que la mayoría de las personas que conozco a través de redes sociales quedan descartadas después del 2º encuentro _por su parte o por la mía_ que es cuando realmente se mete la pata, cuando se hace o dice algo imperdonable. Y es que en esta carrera frenética por encontrar el producto adecuado, nadie quiere conformarse con un producto defectuoso y, claro está, el ser perfecto no existe y entretanto la oferta responda a la demanda, es inevitable tener un nivel de exigencias muy por encima de lo posible.
En la última semana he sido yo la descartada con un "no sé si tengo fuerzas para iniciar una relación sentimental ahora. Te llamaré" (ups, qué palo) y acto seguido me ha tocado descartar a mí, resguardándome en la vida tan estresante que llevo y el poco tiempo que tengo. Por si me cabía alguna duda, el otro trata de arreglar las cosas ofreciéndose a hacer mi trabajo (cuando sus estudios no tienen que ver nada-nadita con los míos) y yo, que siento una desvalorización grandísima y que estoy cansada de desvalorizaciones gratuítas respondo con "mi trabajo es mío y lo hago yo, cuando esté libre (o sea nunca, porque eres muy bajito, muy simple y muy aburrido) te llamo"
Luego me digo a mí misma que Jaén está lleno de Pokemons (es decir, hombres bajitos, rechonchos, con cara de pan y una conversación muy simple) y regreso al cinismo y frivolidad que tanto me caracterizan y que me condenan a una cómoda soledad crónica que me protege contra el rechazo, el maltrato y las incomodidades del compromiso.
A fin de cuentas, como dice el señor Z, la soledad no es más que una consecuencia, a veces incómoda, de una forma particular de ser que ya se ha reforzado a sí misma a través de la experiencia. Y a veces uno está porque es; el estar es variable; el ser es constante y necesita de cambios más drásticos para transformarse.
Una oportuna pregunta que formuló mi última cita me hizo tomar conciencia de que realmente no quiero lo que creo querer: "¿De verdad quieres una relación seria?"... mmmmm va a ser que no, especialmente si implica convivencia. Porque si bien echo de menos cierta estabilidad, contar con alguien y que alguien cuente conmigo, garantizar de algún modo el polvo sano, seguro y placentero y algún "te quiero" tierno o apasionado, la verdad es que cambiar mi actual ritmo de vida, vaciar la mitad de mi armario o mudarme de nuevo me daría una pereza terrible. Aunque supongo que el tiempo es el que cambia esa actitud ante la vida _algo poco probable, ya que parece ser que he regresado a la dichosa maldición del segundo encuentro.
Decididamente, la mayoría de las veces una segunda impresión resulta suficiente. Se tarda toda una vida en conocer a alguien y es cuando le conocemos cuando se nos cae del todo. Cuántas veces no he escuchado, después de una ruptura la frase "no le conocí hasta ese momento", el momento en el que toda la magia se rompe irremediablemente. El ser amado es un desconocido y por eso le queremos. El fruto del árbol prohibido, comer de él, es lo que nos expulsa definitivamente del Paraíso. Entretanto somos ignorantes, somos felices. La maldición del segundo encuentro ha sido fruto del desarrollo de una curiosa habilidad para concer el lado oculto de las personas demasiado pronto como para que haya dado tiempo a encariñarse con ellas. No obstante, no descarto llegar a conocer a personas lo bastante inteligentes como para burlar la maldición, capaces de despertar mi curiosidad más allá de un par de cafés, que también sientan por mí la misma curiosidad y encontrar, antes de llegar al mar, sedimentos que se queden a mi lado al menos gran parte de lo que me queda de viaje.
Asumir una esencia solitaria no aniquila mi optimismo y sigo pensando que alguien abrá lo bastante afín como para llegar al acuerdo de ignorar el lado imperfecto del otro, o al menos darle a ese lado la importancia que realmente merece, que, por lo general no es mucha, y seguir disfrutando del lado humano y divino que nos atrajo el uno hacia el otro.
Te conozco y, a pesar de eso, te amo. Qué bonito ¿No?
En la última semana he sido yo la descartada con un "no sé si tengo fuerzas para iniciar una relación sentimental ahora. Te llamaré" (ups, qué palo) y acto seguido me ha tocado descartar a mí, resguardándome en la vida tan estresante que llevo y el poco tiempo que tengo. Por si me cabía alguna duda, el otro trata de arreglar las cosas ofreciéndose a hacer mi trabajo (cuando sus estudios no tienen que ver nada-nadita con los míos) y yo, que siento una desvalorización grandísima y que estoy cansada de desvalorizaciones gratuítas respondo con "mi trabajo es mío y lo hago yo, cuando esté libre (o sea nunca, porque eres muy bajito, muy simple y muy aburrido) te llamo"
Luego me digo a mí misma que Jaén está lleno de Pokemons (es decir, hombres bajitos, rechonchos, con cara de pan y una conversación muy simple) y regreso al cinismo y frivolidad que tanto me caracterizan y que me condenan a una cómoda soledad crónica que me protege contra el rechazo, el maltrato y las incomodidades del compromiso.
A fin de cuentas, como dice el señor Z, la soledad no es más que una consecuencia, a veces incómoda, de una forma particular de ser que ya se ha reforzado a sí misma a través de la experiencia. Y a veces uno está porque es; el estar es variable; el ser es constante y necesita de cambios más drásticos para transformarse.
Una oportuna pregunta que formuló mi última cita me hizo tomar conciencia de que realmente no quiero lo que creo querer: "¿De verdad quieres una relación seria?"... mmmmm va a ser que no, especialmente si implica convivencia. Porque si bien echo de menos cierta estabilidad, contar con alguien y que alguien cuente conmigo, garantizar de algún modo el polvo sano, seguro y placentero y algún "te quiero" tierno o apasionado, la verdad es que cambiar mi actual ritmo de vida, vaciar la mitad de mi armario o mudarme de nuevo me daría una pereza terrible. Aunque supongo que el tiempo es el que cambia esa actitud ante la vida _algo poco probable, ya que parece ser que he regresado a la dichosa maldición del segundo encuentro.
Decididamente, la mayoría de las veces una segunda impresión resulta suficiente. Se tarda toda una vida en conocer a alguien y es cuando le conocemos cuando se nos cae del todo. Cuántas veces no he escuchado, después de una ruptura la frase "no le conocí hasta ese momento", el momento en el que toda la magia se rompe irremediablemente. El ser amado es un desconocido y por eso le queremos. El fruto del árbol prohibido, comer de él, es lo que nos expulsa definitivamente del Paraíso. Entretanto somos ignorantes, somos felices. La maldición del segundo encuentro ha sido fruto del desarrollo de una curiosa habilidad para concer el lado oculto de las personas demasiado pronto como para que haya dado tiempo a encariñarse con ellas. No obstante, no descarto llegar a conocer a personas lo bastante inteligentes como para burlar la maldición, capaces de despertar mi curiosidad más allá de un par de cafés, que también sientan por mí la misma curiosidad y encontrar, antes de llegar al mar, sedimentos que se queden a mi lado al menos gran parte de lo que me queda de viaje.
Asumir una esencia solitaria no aniquila mi optimismo y sigo pensando que alguien abrá lo bastante afín como para llegar al acuerdo de ignorar el lado imperfecto del otro, o al menos darle a ese lado la importancia que realmente merece, que, por lo general no es mucha, y seguir disfrutando del lado humano y divino que nos atrajo el uno hacia el otro.
Te conozco y, a pesar de eso, te amo. Qué bonito ¿No?
1 Comments:
At 6/27/2011 02:43:00 p. m., Toni said…
Bonito, no, Precioso y en la inmensa mayoría de casos, utópico.
Publicar un comentario
<< Home