CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

17 mayo 2005

Aun resuena el eco de los tambores africanos

Era mucho más feliz habitando en la inconsciente ingenuidad del momento presente sin hacerme preguntas, sin hacer preguntas. La pregunta era el aire y la respuesta era el grito. Era como un animal salvaje que se nutre de cuanto encuentra. Entonces el mundo te topa con seres empeñados en domesticarte.
Yo no buscaba al hombre. Yo no esperaba nada. Daba de mí todo cuanto me nacía dar, el agua contenida se estanca y se pudre. Y yo recebía a cambio, en la misma medida, siempre algo más de lo que esperaba. Despreocupada de agradar, agradaba. Despreocupada de recibir, recibía. Mi libertad recién estrenada era un regalo de los dioses que abrí y que gocé como un niño goza y disfruta de su primera caja de cartón vacía. Me sentía bien en mi danza tribal, saltando y movíendome al son de los tambores. Me quieren calzar tacones y hacerme bailar el tango: más elegante, más sofisticado. No quiero, no quiero y no quiero. Quiero saltar desnuda y descalza como los masais.
Pero llegó a mi mundo un domador empeñado en domesticarme que me dice que lo que deseo no está bien. Le di mi alma en minutos. No creo en la casualidad, creo en la magia del encuentro. Creo que los encuentros casuales son regalos del destino.
Conocí a Jose el Jueves Santo. Jueves, el día de los encuentros. Yo estaba muy nerviosa, me veía obligada a hacer un viaje a Jaén que no me apetecía. Aterricé en la tetería después de buscar otras alternativas: todos los bares estaban llenos de hombres con una expresión en la cara que me producía náuseas. Conté mi dinero, no era mucho. Me compraría un kebap y subiría a casa para seguir trabajando. Luego todo fluyó. Me impactó la voz y el discurso de José y me gustó su rostro. Entré en la conversación. Todo ocurrió de un modo natural, humano y precioso. Por primera vez comí en familia....
Un mes después caí presa en los brazos de Jose y fui cediendo a sus demandas de ternura y confesiones, cada vez más íntimas, a sus demandas de fidelidad... y comenzó una relación que él decidió acabar por motivos varios: uno de ellos el darse cuenta de que no podía cederle tiempo a una relación; el otro, percibirme siempre lejana, hiriente, inaccesible.
No podía dejar de pensar en José Manuel. Me dolió perderle, aunque fuéramos buenos amigos. Sé reciclar relaciones pero a baja velocidad. Me confundieron sus idas y venidas, su insistencia en golpear la puerta para marcharse justo antes de abrirle. Me sentí como cuando buscas el teléfono en el bolso y cuando al fin lo encuentras cuelgan, o como correr bajo una lluvia torrrencial que escampa justo cuando llegas a casa y te preguntas ¿para qué has corrido? Le echaba terriblemente de menos. Con él borré listas. Quise partir de cero. Lo decidí tarde. Cuánto lo sentí. Así se lo hice saber hoy.
Recordaba la impresión del primer día: la sensación de conocernos desde hacía mucho tiempo, como si el primer encuentro fuera en realidad un reencuentro y nos echáramos de menos. estas cosas pasan pocas veces en la ída, cuando ocurren son, cuanto menos, curiosas, y suele suceder que estos encuentros resultan importantes en la vida de uno hasta el punto en que, a menudo, marcan en nuestra vida un antes y un después. Esto último fue y es lo que marcó la diferencia: sólo con Jose sentí que mi vida marcaba un antes y un después porque es la primera vez que abrí la puerta de verdad... ante su rechazo quise cerrarla con doble candado, pero no podía, la madera se había expandido. No estaba dolida con él, acaso conmigo misma, pues me sentí como una estúpida.
Yo quiero a un rey que me trate como a una reina. Quiero reinar en perfecta armonía con un co-regente.

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