CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

10 agosto 2005

Llueve

Algunos días soy consciente de que estoy sola y algunos de esos días, como hoy, soy consciente de que me importa.

La flaca caminaba bajo el cielo nublado del despertar del día, un día cualquiera, un día más; la fresca brisa le pesaba en los hombros, alejados de todo calor humano y divino. Había sido presa de las playas durante noches y noches y no se cansaba. La flaca miraba al cielo y sus pasos resonaban con el eco triste de un vals maldito (un, dos, tres; un, dos, tres...), un vals que sólo podría bailarse abrazado a una almohada.
Quiso que la tierra se la tragara y la tierra la vomitó a la superficie tantas veces que la flaca se resignó a habitar en la superficie del suelo con la firme creencia de ser inmortal y que sus huesos jamás besarían las entrañas del planeta.
Los hombres que probaron su dulce jugo nunca la olvidaron y nunca la quisieron. Era difícil amar a la flaca y la flaca amaba y se entregaba a cada cuerpo con la creciente necesidad de deshacerse de tanto amor, tan pesado para sus huesos. La flaca amaba y no importaba a quién, el nombre del hombre era lo de menos. Salía de casa enamorada y regresaba a casa deshecha y así un día tras otro la flaca gozaba en las noches y reposaba por las mañanas, mientras el infame sol se vengaba del resto de los mortales, viéndoles trabajar y gastarse la vida y se reía de ellos.
La flaca también se reía, pero para adentro. Quiso burlar a la vida y la muerte se burlaba de ella pintando su vivo retrato en las hondas y oscuras pupilas de la flaca.
¿Qué pensaba con la mirada perdida y la frente alta bajo la tormenta a punto de estallar? Nadie lo sabía y a nadie le importaba. La flaca danzaba invisible entre la marabunta de seres inhabitables que subsistían en la rutina incansable de la ciudad.
Y comenzó a llover y a caerse la lluvia fría sobre la flaca dejándola sola como al espantapájaros del campo. Cayó la linea de sus ojos como un diminuto arroyo sobre sus blancas mejillas y la flaca seguía caminando sin miedo a nada. El agua empapó sus ropas volviéndolas traslúcidas y la flaca continuaba vagando sobre el asfalto gris. Los huesos de la flaca eran una pincelada anarquista sobre el lienzo de la vida.

2 Comments:

  • At 8/12/2005 01:36:00 a. m., Blogger gallardo said…

    Bello Tzade, que importante se vuelve tener un destino algunas veces, que importante estar lucido y reconocer los huesitos amables en la esquina.
    Yo sin dudarlo, y a riesgo de perderme, acudiria a su encuentro con un gran trozo de lino, caminando detras por si callera, y levantarla del piso aun mojada, y construir en mis brazos "La Pieta"

     
  • At 8/12/2005 04:13:00 p. m., Blogger gallardo said…

    Fue un poco cursi lo anterior
    jajajajajajajaj
    Pero igual

     

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