CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

25 julio 2005

telaraña de flash-back

Dos y media de la madrugada, a pesar de la doble jornada de 12 horas he de aguantar despierta hasta las cuatro. He visto una peli, he salido a dar un paseo y finalmente he estado revisando las notas de mi investigación, "sexo, dominación y sumisión en red". Historias para no dormir, por si no tenía bastante con las historias de mi trabajo. Todas reales. El mundo es una maraña de historias que se entrecruzan; a veces nos escandalizan, a veces nos resultan indiferentes y a veces nos sentimos identificados con ellas.
Es la hora en la que el sueño y la copa de calmar la sed traen a mi memoria historias de mi infancia. Mi vida es un flash back desde el mes de enero. Dicen que cuando se está cerca de la muerte uno ve pasar su vida entera delante de los ojos (más o menos es cierto, soy de las que vieron la luz al final del túnel) y debe ser porque cuando se me acabó el amor me sentí morir, lo cierto es que tendría que dedicarme exclusivamente a escribir para plantar todas las historias en mis diarios.
Cuando era pequeña vivía en una casa muy grande, aunque no me pareció tan grande la última vez que la ví. Lo cierto es que vivía en una casa grande que estaba en dos calles estrechas, junto a un arco de piedra en donde había un balcón misterioso donde no vivía nadie. Ni mi casa ni la otra casa que lindaba con ese arco tenían ninguna puerta que diera a ese balcón. Mi teoría era que existía una puerta secreta tapiada en mi desván y que ahí había una biblioteca, telarañas, mucho polvo y tal vez un fantasma que se entretenía leyendo esos libros viejos que yo nunca podría oler, al menos hasta que ganara dinero suficiente para comprar el desván y convertirlo en mi hogar. Entonces derribaría el misterioso muro que me separaba del balcón.
Había en el desván una mecedora muy pequeñita hecha de madera oscura y una sábana blanca muy vieja. Yo me mecía en ella abanicándome con un abanico gigantesco con mucho cuidado porque era muy muy viejo. Retaba a la pared y contemplaba sus vigas. "Si hay alguna puerta, tiene que estar ahí". De pequeña me gustaban las cosas muy viejas y ahora me gustan los hombres con canas. Había también una gaita a la que jamás saqué más sonido que algo parecido a un quejío lamentable.
Frente a mi casa vivía María, la de las vacas, que le decíamos. Cada día traía a casa entre cinco y siete litros de leche recién ordeñada que mi madre hervía cuidadosamente por tres veces. Juntaba la nata para hacer rosquillos que el pequeño y yo amasábamos y que mi madre freía. Pero ella, que sabía de mis debilidades, me guardaba un poquito de nata y la enfriaba para que yo le pusiera azúcar y me la comiera a cucharadas (pequeñas para que duraran más). ¿Qué hubiera sido de mi madre y de sus caldos si no llega a ser por la taza del monito al fondo? "Bebo sólo hasta que se vea el mono mamá" y ella hacía como que accedía de mala gana, cuando se veía el monito no quedaba más que un culín.
María la de las vacas tenía una hija que era peluquera. Una mujer joven, muy hermosa, con el pelo largo y rubio y unos intensos ojos azules, con una piel blanquísima y bellísima (que según mi madre, era así de bonita porque bebía mucha leche_ y es que mi madre y el Calcio eran amigos íntimos y cada día tomábamos tres o cuatro vasos de leche más una cucharada de Calcio 20). No era de extrañar que muchos hombres la pretendieran, entre ellos un hombre casado, padre de una compañera mía del colegio que se llamaba Alicia. Este hombre corrió la voz de que La peluquera y él eran amantes y todo el mundo se lo creyó, menos mi madre, que nunca se erigió juez de nadie y menos de la peluquera que me dejó por meses pelada a lo chico. El novio la dejó, la madre le gritó, el padre le pegó, el hermano la echó de casa... y como en mi casa había teléfono, no sé si el único de la calle y por eso todos los vecinos recibían allí las llamadas de sus familias, amigos y proveedores, ocurrió que la esposa del presunto amante de la peluquera hija de la vaquera llamó a casa y quiso hablar con la rubia guapísima que le estaba robando al marido y mi madre habló con ella con la diplomacia que la caracteriza y fue poniendo al asunto los puntos sobre las íes, luego estuvo calmando a la chica, habló con sus papás y días después el rumor se probó incierto y el novio de la chica la perdió para siempre por crédulo y por gilipollas.
Luego la peluquera aprendió a cortar el pelo en condiciones, pero nunca le perdonaré que me dejara como un chupa-chups durante dos estaciones consecutivas.
Cuando llegué al colegio con el pelo tan corto la monja, chachamilia le decíamos, me gastó una broma delante de mis otras 41 compañeras y yo no me corté un pelo y dije "más que fea es usted y yo me aguanto la boca", la monja llamó por teléfono a mi madre para contarle eso y mi madre me dio la razón plenamente, aunque me lo contó bastantes años después y de ese asunto se desentendió. La chachamilia solía decirme que leía libros inapropiados para mi edad, yo tenía diez años; una vez se quedó muy sorprendida cuando me vio leer en clase, ávidamente y a escondidas, un libro titulado "poesía española del siglo de oro", en concreto unos sonetos de Góngora. Al salir de clase me pidió el libro prestado y me preguntó si yo lo entendía a lo que yo respondí ¿usted sí?..., yo siempre leía las anotaciones explicativas, pero de todos modos lo que me gustaba, así le dije a la monja, era cómo sonaba el poema en mi cabeza cuando lo leía. La monja nunca me regañó por leer a escondidas porque nunca me pilló en un renuncio, al menos nunca en clase de lengua; de mates, como era alta me sentaban al final y como era miope y sin gafas no veía los números...así que yo me metía en mis mundos y nunca me enteraba de nada. Yo le explicaba que la poesía que nos hacían leer parecía escrita para tontos y que yo ya me había leído el libro de quinto y los libros de mis hermanos hasta octavo. Dos años después la chachamilia sería mi profesora de literatura y lengua. Tomé las clases con mucho entusiasmo pero me hartaban los ejercicios. Todo era tan sencillo que me aburría una barbaridad.
Tres y veinte de la madrugada. Ya sólo me queda aguantar media hora. Pero creo que lo haré frente a la caja tonta, tomando nota de las fantasías más reiteradas de las películas y anuncios porno que ponen a estas horas.
El informe, mañana a esta hora, sobre esta mesa.

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