CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

15 septiembre 2005

2005 x 0 = 0

Estoy acostumbrada al sonido del dolor. Hace ya más de dos años que lo escucho y durante los dos últimos meses casi a diario, a veces de un modo continuo, a veces intermitente, durante jornadas de siete a doce horas. Puedo escuchar el llanto de un niño desesperado mientras dibujo monigotes en una hoja en blanco, del mismo modo que un cirujano comenta el último partido durante una operación a corazón abierto (lo he visto en las pelis).
Ayer escuché la voz de aquella mujer detrás de mí, repitiendo en un eco monótono y lastimero la misma frase pidiendo una ayuda; no quise verla y me sumergí en mi agenda para no tener que mirarla. Pasó delante de mí y no la miré; no la miré y no la vi. Porque no quería ver el rostro de esa voz. Pero cuando ella regresó por donde se había marchado no la esperaba y la ví de frente. Y entonces no pude parar de mirarla. Rondaba unos veintitantos fatalmente cumplidos; su ropa estaba sucia y rota y una a una sus vértebras asomaban en su espalda como si no tuviera suficiente piel para contenerlas. Llevaba en su mano un vaso de plástico con algunas monedas de cobre. Esa mujer vive en una ciudad donde se supone que nadie pasa hambre y sin embargo era un saco de huesos. Vive en un lugar donde nadie carece de agua y estaba sucia. En esta ciudad la gente deja su ropa usada en bolsas en el portal, su camiseta no valía ni para limpiar el polvo.
Me he vuelto sibarita desde que me alejé de la capital y a veces olvido que esa gente existe. Esa mujer tenía más hambre que nadie, más sed que nadie, más mugre que nadie y estaba más desnuda que nadie porque estaba en el punto en que no quiere comer, ni beber, ni lavarse, ni vestirse. Y es que peor que no tener de qué vivir ha de ser no querer hacerlo; olvidarse de uno mismo hasta el punto en el que una mirada deja de reflejar el espíritu que la habita.
Sé que ya no se puede hacer nada por ella, que la muerte la ronda y no tardará en llevársela y me pregunto si alguien la echará de menos cuando eso ocurra.
A menudo impongo a mis alumnos un cruel castigo: les hago recitar la tabla del cero hasta que de corazón tengan ganas de aprender algo nuevo. Al principio toman el castigo a risa pero el hastío les vence rápido. La última vez que escuché aquella voz, recitaba 2005 x 0 = 0

2 Comments:

  • At 9/16/2005 09:56:00 a. m., Anonymous Anónimo said…

    Pasan por nuestro lado y no queremos verlos, es nuestra particular forma de disfrutar de un "estado de bienestar" totalmente ficticio. No vale si no es para todos. Y sí: 2005 x0 =0, que si al menos lo multiplicáramos por 0,7...!

     
  • At 9/17/2005 12:38:00 a. m., Blogger gallardo said…

    "olvidarse de uno mismo hasta el punto en el que una mirada deja de reflejar el espíritu que la habita."
    Notable Inma, creo que es de las mejores descripciones que he leído acerca del abandono.
    Es que me pega fuerte ese tema, porque hay una separación impalpable entre el abandono y la introspección, lo que me pone en alerta.
    Por suerte cuento con tus ojos.
    Un beso

     

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