CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

14 abril 2005

La mirada serena de papá

Es la una y media del medio día y tengo sueño. Tal vez porque esta noche tampoco he podido dormir muy bien. Además madrugué. Mi alumna va bien para este examen, la veía contenta, emocionada, se sentía capaz de superarse y con ganas de comerse el mundo. La he acompañado un poco hacia el colegio y luego he ido a comprarme esa camisola blanca que tanto me gustaba. En semana santa compré algo de ropa, pero hasta entonces hacía años que no me daba el lujo y hoy me lo he dado. Me sentía guapa con todo lo que me ponía, me hubiera llevado la tienda entera. Pero me he limitado a una falda, un pantalón, dos blusas y un top. Luego he ido al dentista, Jorge no me dejaba ir porque decía que costaba dinero... Ahora tengo menos dinero que antes, pero no me privo de lo que necesito. A día de hoy, me puedo permitir lo que necesito. En la farmacia me descalcé para pesarme y medirme. Hoy peso 55.55 y mido 1.65...espero no seguir menguando. Me he dado un buen tute ordenando apuntes y ya empieza a notarse la habitación más organizada.
Entre otras cosas, ayer encontré una foto de mi abuela cuando era pequeña, una foto de papá y una foto mía siendo peque, ya tenía más de seis años, porque ya tenía la cicatriz. Me hace gracia verme de pequeña, no me hicieron muchas fotos. Cuando yo tenga una hija le haré un millón de fotos. Y le escribiré un diario para que lo continúe cuando sea mayor.
A primeros de enero yo sabía que este día llegaría. Ese día en el que despiertas pensando en mil cosas diferentes, no tienes ganas de llorar y además sientes que eres feliz. No sabía que este día llegaría tan pronto y Gabriel tiene mucho que ver con eso. Pensé que si alguien llegaba de nuevo a mi vida, primero, pasaría muuuuucho, muuuuucho tiempo; también pensaba que sería arisca y que tardaría mucho en sentir algo. Pero no es así. También pensaba que tendría miedo, no tengo miedo. Para que todo sea perfecto sólo hace falta que se me mueran los virus y dormir un poco más.
Contemplo la foto de mi padre.... sentí tanta nostalgia que le he llamado. Pero no he podido hablar con él, mi madre acaparó toda la llamada. Cuando le dije que llamaba porque estaba mirando la foto de papá se ha puesto toda celosa. Siempre me ha dicho “como la que te ha parío nadie te va a querer” y luego me cuenta historias de que mi padre no fue a mi bautizo y no sé cuántas cosas más. Yo podía tirarme las horas mirando cómo mi padre arreglaba los relojes, lo veía tan inmerso, tan concentrado. Luego me preguntaba si dieron las doce... estábamos tan acostumbrados que no escuchábamos las doce campanadas de ninguno de los relojes de pie o de pared. La última vez que vi la relojería era una pastelería. El local me pareció diminuto. Eso ocurre cuando te vas siendo pequeño de los sitios y vuelves crecido, parece que todo se encoge.
A veces olía a gasolina, a productos raros... había una máquina que me fascinaba: una carolina. También me gustaba mirar las máquinas antiguas, pequeñas, metidas como tesoros en cajas de madera. En las vacas flacas, mi padre las regalaba a quien sabía apreciarlas en lugar de comprar un regalo. Todo era tan pequeño y delicado, todo era tan curioso, todo era tan bello. A mi padre nunca le temblaba el pulso, y era un experto sacando las espinas. La primera espina que le sacó mi padre a mi madre la tiene conservada entre dos trozos de celo. Yo recuerdo esa imagen, como a cámara lenta, cuando mi padre me cogió el dedo y despacito, con mucha paciencia, con unas pinzas puntiagudas desinfectadas con alcohol, me sacó una espina y era un momento de esos en los que casi no quieres que se acabe, aunque la espina se te quede clavada para siempre. Pero también recuerdo su ira y su cerrazón. No es un hombre perfecto. Le adoro, de todos modos.