CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

14 noviembre 2005

Un instante para recordar

27/10
7.30. Suena la alarma de un reloj que avisa del cambio de turno. Todo es actividad de pronto, apuras los minutos, miras el reloj y te das cuenta de que hay tiempo de café, cigarrillo y lectura. La noche se quiebra lentamente muerta de frío. Últimos detalles del trabajoy entras en una calurosa y virulenta red de metro. El goteo incesante y educado de la gente que camina en una fila caótica, como los primeros días de coletio, cuando parecía que Sor Teresa se había olvidado durante el verano de cómo se da una colleja. Nuevos Ministerios, Primavera de Vivaldi, el violinista se sumerge en sus cuerdas y parece que el corazón se cuela entre las grietas del metro. Enlenteces del paso y quieres que la Primavera dure toda la vida. Cuando las ondas ya no llegan a los oídos Vivaldi continúa en tu memoria. Atocha: un minuto, corres y llegas, bajas en la vía tres y en la vía 4 ves cómo el tren que ha de llevarte a casa se marcha lentamente, como con recochineo el hijoputa. Y entonces sabes que será de esos días en que será mejor no levantarse, pero no te has acostado todavía... y deseas hacerlo, con todas tus fuerzas, deseas dormir. Te acaricias la cara interna de los dientes con la lengua, pensativa...
Julio me esperará a las 9'00 y verá pasar a la gente, cara a acara, con el sueño clavado en las pestañas y su día por delante. Buscará mi boca entre un millón de bocas y verá alejarse al tren que me llevaba de nuevo hasta sus brazos. Tal vez piense que me quedé dormida y pasé de estación sin darme cuenta.
Llega otro tren y un amasijo de personas se agolpa en dirección opuesta. Desde detrás los empujones impacientes y a mi izquierda la masa que se extiende como mancha de aceite y que me empuja peligrosamente contra la vía. Paso un poco de miedo, me enlentezco y me amarro a los libros porque no hay otro lugar donde agarrarse. El señor del megáfono repite sin sentimiento alguno quien viene y quien va y el tren se va llenando de gente. Antes una mujer elegante, de rostro bello pero enjuto y serio, con un gesto de su mano me pide que quite los libros del banco para poder sentarse. Obedezco ciega y somnolienta, ni por favor, ni gracias, planta el culo y al instante se levanta y se marcha. Qué ganas de joder tiene la gente. Al rato pasa junto a mi ventilando el humo de mi cigarro con fastidio. No hacen falta muchas luces para darse cuenta de que es gilipollas del carajo.
Las nueve y dos y Julio allí, esperando. El mate en casa, listo para ser compartido. Hoy celebramos el nuevo trabajo de Omar. El tren arranca.
Recuerdo que lloré y deseé un hombre que me amara intensamente, que me tratara como a una reina y me mirara con desconcierto y deseo y me abrazara fuertemente. Quise a un hombre listo, sensible, sensual, que quisiera morirse conmigo; lo recuerdo. La soledad me hería y me dolían las noches solitarias que se alargaban como sombras, los rincones del miedo agazapados tras los crujidos de vete a saber qué, vete a saber dónde. Deseé a Julio aunque aquel día aun no sabía qué nombre darle. Un hombre cálido y ardiente, amante de los mimos, con una voz capaz de calmarme hasta el sueño y excitarme hasta el éxtasis. Y ahora que lo tengo no sé qué hacer con él. Sólo sé que le echo de menos cuando no está, que le deseoy que desde que le conocí no hay lugar apenas para nadie más. Pero el 1 de Noviembre me marcho de viaje. Todo será que a mi regreso él ya no esté ahí. Está en su derecho pero él ya sabía de mi cita en Noviembre, esa de tres o cuatro días cada tres o cuatro meses. Aun tengo que dedicarle un tiempo a ese viaje y no encuentro el momento. Me da pena. No sé por qué me empeño pero sería un alivio que no pudiera ser.

30/10
Esta es una de esas noches en que, dicen, se abren todas las puertas. Y es que las puertas están para eso, para ser abiertas y cerradas; es lo que tienen las puertas. La vida es una sucesión de puertas que se abren ante nuestros ojos y que nos invitan a pasar. Las miradas son como cerraduras oxidadas, como candados que estallan... ayer él me miraba como quien mira una muralla infranqueable, como un signo de interrogación que se estira lentamente, como quien mira por última vez.
No lo entendía y no iba a hacerlo porque yo no pretendía ser comprendida. A decir verdad, me daba lo mismo.
No me apetece seguir el ritmo frívolo de lo que puede apetecer en un instante. No soy un animal y no quiero sentirme nunca más vacía.
Llevo demasiado tiempo sin encontrar el norte y ahora, sentada fetalmente en el sur, busco los sueños que se me quedaron anclados para siempre en las estrellas.
Este viaje me vendrá bien.
Me gusta el tren cuando no está atestado de gente y puedo estirar las piernas en el asiento de enfrente y empaparme del paisaje y de las caras pensativas que contemplan el paisaje, con el alma envuelta en la garganta y las palabras anudadas en la lengua.

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