CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

25 septiembre 2006

Elogio de la Mentira

Es el título del ensayo escrito por Volker Sommer que descubrí hace diez años y ahora vuelvo a leer llevada por el desasosiego que me produjeron anoche las mentiras de mamá. Porque mi madre, además de una santa, es una mentirosa muy fácil de pillar. Miente de un modo automático y gratuíto; si se siente acorralada, cambia unas mentiras por otras en lugar de reconocer la verdad; pero también miente sin venir a cuento, porque sí, creo que a veces no se da ni cuenta. Podría decirse que las mentiras de mamá son inocentes e infantiles, sin importancia, si no fuera por el detalle de que tiende a implicarte en ellas, sin tu conocimiento, enfrentándote a la violenta situación de mentir o dejarla a ella por mentirosa.
Ha mentido sobre el padre del bebé dando versiones distintas a personas diferentes. Su argumento es que no tiene que dar explicaciones a nadie, pero el hecho es que las da, aunque estas explicaciones no sean ciertas.
Puedo entender que algunas personas mientan para elevar su autoestima, ya que la realidad les resulta insuficiente o vergonzosa. También mentimos si percibimos una amenaza, para conseguir algo o para conservar algo.
Aun trato de asignar una hipótesis razonable a que mi madre mintiera a mi hermano sobre lo que comí, diciendo que había comido un bocadillo en lugar de menú, como si hubiera algo de malo en comer bien.
A veces el mentiroso tiene el poder porque es el único conocedor de la verdad ¿Se tratará de algo así?
Hace unos días mi madre quebrantó como el que no quiere la cosa tres normas fundamentales:
1. Violó mi intimidad escuchando todos mis mensajes del contestador.
2. Se metió en mis asuntos personales dando opiniones que no le había pedido.
3. Me mintió repetidas veces al verse "pillada"
Lo que más me preocupó de todo fue que en ningún momento reconoció haber hecho algo mal. Pues eso significa que mi intimidad corre peligro siempre que ella esté a mi lado. Para ella, ser madre te otorga derechos absolutos sobre tu hijo para siempre jamás.
Trato de mantener con mi madre una relación no-asfixiante, pero me resulta muy complicado. Vive con la absoluta convicción de que actuaré igual que ella cuando yo sea madre y me da pánico que lleve razón.
Espero cuando sea madre no perder nunca la conciencia de algo tan básico como que ser madre no te da derecho a todo en una maquiavélica ley natural destinada a traumar a los hijos de por vida.
Aquel día me sentí atrapada y lloré, con la angustia silenciosa del caco que acaba de pillarse los dedos con una trampa para ratones. Abrí la puerta con una ensayada expresión del disgusto para que el enfado se notara más que el amor, porque quería que mi madre me tomara en serio y estaba decidida a no someterme a su juego de poder. La encontré sentada sobre su doble pedestal de madre y de víctima, tomé sus manos entre las mías y la regañé como reprendería a mi propio hijo, recordándole que además de su hija soy una mujer adulta y que ser madre no te da plenos derechos por más que detrás de cada acción no haya más que un desmedido afán de proteger.
Le recordé lo que significa el derecho a la intimidad (no leer mis diarios, no escuchar mis mensajes, no leer mi correspondencia...), reivindiqué mi derecho a equivocarme y aprender de mis errores y le expliqué que sus mentiras traerían como consecuencia mi pérdida de confianza en ella, porque la palabra mal usada pierde validez.
No sirvió para nada. Me sigue acosando con la idea de mudarme de Pinto, sigue entrando en mi vida sin avisar y continúa tratando de decidir por mí. Antes de venir a Sevilla le dije que me concediera la oportunidad de ser yo quien le pidiera las cosas, en lugar de autoasignarse favores y responsabilidades que no le he pedido. Pues ya tenía decidido cuándo vendría a vivir conmigo, cuándo se iría (realmente no pensaba irse al menos en un año) y que será ella quien me acompañe durante el parto.
La sola idea de que mis padres hayan planeado irse a vivir conmigo indefinidamente me produce una angustia brutal. Puesto que las buenas palabras no sirven para nada mucho me temo que nuestra relación se acabará yendo al carajo. En las últimas semanas me he sentido tan atrapada como cuando vivía con ellos (he vivido con ellos dos semanas) pues desde la decisión más tonta (pepino o tomate) hasta la más trascendente (dónde vivir) son tomadas primero por ellos y luego me tengo que dar el trabajo de razonarles por qué no, siempre y cuando quieran escuchar.
Todo esto queda velado cuando me tumbo, respiro y mi hijo se mueve en mi vientre. Pero hoy es la primera vez en semanas que tengo la suficiente intimidad como para escribir en el blog... porque estoy a más de doscientos kilómetros y me parece que yo también debería haberles mentido. La mentira parece la mejor respuesta cuando la verdad es insuficiente. y si la sinceridad es una apreciada virtud, también es cierto que no ha hecho más que complicarme la existencia hasta donde me llega la memoria.