CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

25 junio 2009

Mágica Alhambra


Llego a casa cansada de un viaje por trabajo. Dos días en Granada. Prometía ser un viaje pesado, cargado de estrés, cansino, aburrido y odioso; sin embargo ha supuesto una bocanada de aire fresco para el espíritu; no sólo por los ratos libres en los que he tenido el privilegio de conocer un poco más Granada, tapear, charlar con mis compañeras, asomarme a ver al cielo desde el balcón del hotel desnuda y abrazada al cuerpo desnudo de mi socio, conocer a un personaje espléndido cargado de ternura, conocimientos, experiencias, risas y erotismo y meternos mano en una plaza pública frente a la Alhambra... no sólo por eso. Incluso las horas de trabajo han pasado ligeras, entre otras cosas porque a pesar de la urgencia con la que había que realizarlo, el trabajo de estos días ha sido una mariconada al lado del trabajo realizado durante todo el curso.

Al acabar el viaje llegué a casa y la encontré vacía y silenciosa, llevo una hora en ella y aún no he llamado a mi madre para que me devuelva al niño; quería disfrutar del silencio, de la quietud, de las cajas eternamente abiertas del despacho, y de ese dolor muscular tan rico que te dejan las horas intensas y las sábanas revueltas.

Echaba mucho de menos, muy especialmente, esas miradas largas, las caricias lentas, el cortejo, el buen vino, la risa tonta que da el puntillo entre besos y comentarios agudos, la calidez del abrazo cargado de horas sobre el banco de piedra. Echaba de menos dormir abrazada, el despertar perezoso entre caricias y besos, dormirme riendo y despertar riendo también y el sonrojo de sentirse descubierta.
Me alegra que el viaje haya sido corto. Ha durado el tiempo justo, ha durado lo que debía durar.
No estoy enamorada, ni falta que hace. No es necesario estarlo para vivir momentos mágicos; no todo es sexo aunque no vaya acompañado de amor. De hecho el sexo ha sido lo de menos; de hecho, el sexo ha sido lo peor.
Lo mejor de todo es que estos dos días han supuesto una cura importantísima para mi espíritu, una liberación en muchos sentidos y también un descanso de mi entorno habitual, un respiro, un retiro y un aprendizaje _dejando a un lado aspectos prácticos, intelectuales y económicos que también han ido sobre ruedas.
No percibo que haya sido todo perfecto y la imperfección me ha mantenido con los pies en el suelo, aunque me genera tristeza saber que no correspondo a las expectativas del otro y me decepciona de mí misma ser incapaz de superar ciertos tabúes.
Más de una vez he estado enamorada de hombres obesos, no hablo de una incipiente tripita, hablo de un generoso tripón. Y si bien he tratado de obviar ciertas características que sé que no son tan importantes para generar felicidad, en pro de cualidades más elevadas... el cuerpo imperfecto me genera rechazo. Sería una hipócrita si no admitiera que ciertos aspectos del físico en un hombre resultan a veces determinantes, porque me decapitan el deseo. Antes me sentía culpable por esto pero hoy he caído en la cuenta de que los hombres obesos con los que he estado me vigilaban cada kilo de más y vigilaban mi perfección en el vestir, en el peinar y en el moverme. Si el físico no es tan importante y yo no debería rechazarles por ese motivo... ¿por qué ellos se fijan tanto en el mío? Por esta vez, me encantaría ser capaz de superar ese prejuicio; me encantaría que no supusiera para mí un esfuerzo extraordinario jugar a que no me importa. Por suerte, durante las horas justas, durante un tiempo prudente, no me importó y pude disfrutar del delicioso arte de reir a dos.
Como decía (sigo pensando en voz alta), estos días me han curado la urgencia y me he contagiado de la paz que transmitía la persona con la que compartí balcón en el hotel. El Amante no viene en grupo acompañado por carnaza expuesta para comprar. El Amante viene solo... o no viene. Pero si hay dudas... si hay dudas el amante no existe. A lo sumo existe la oferta y la demanda, el hambre y el pan, el instinto de agarrarse a lo que sea para sobrevivir y el hambre desmedida de ternura que nadie cubre porque, como en un bar de tapas, frente a mis ojos se exponen platos atractivos pero no existe el plato fuerte.
Me ha desaparecido la urgencia de enamorarme, de compartir armario, de encontrar al amante perfecto antes de los 40. Se me ha ido el miedo a los 40... a lo mejor vuelve mañana pero hoy he regresado cargadita de dignidad... y con mucho trabajo por hacer.
Sé que la dosis de emociones vividas y compartidas de estos dos días no me curará el hambre para siempre, pero lo cierto es que me ha calmado el ansia hasta el punto en que lo que me apetece esta noche cuando el niño se duerma es asomarme al balcón, sentarme en la hamaca y plantearme muy seriamente qué necesito, qué deseo y a qué estoy dispuesta a renunciar por ello... y luego sentarme frente al cuaderno y definir, esquematizar y convertir mi fantasía en proyecto (ahora hablaba del negocio).
Anoche frente a la Alhambra, antes de la descarga de erotismo, unas horas antes, me cargaba de paz. Pensé mucho en lo que han sido mis últimas semanas, en su sentido, en su parte real y en su lado extraño; pensaba en lo que he creado casi sin querer, o en lo que intentaba crear (si es que intentaba algo), en cómo he dibujado garabatos sin sentido sobre páginas en blanco.
La Alhambra me inspiró, no sé si fue el paisaje, la calma, la sensación de calidez, la charla, el vino, las risas, el sueño... no sé en qué punto pero lo cierto es que tomé una decisión.
La cosa fue de lo más tonto. Regresábamos al hotel un poco cargados, desconocíamos el camino y nos perdimos en el Albaicín. En un cruce de caminos encontramos dos flechas de "dirección obligatoria" apuntando en sentido contrario y por supuesto hubo que bajar del coche y explorar el terreno. Me prometí dejarme llevar esa noche y al llegar a casa "fabricarme un stop".
Para recordar que estoy en estado de "STOP" conseguiré una foto gigante de la Alhambra de noche y la pondré frente a mi mesa. Estaré en estado de STOP el tiempo que sea necesario, aun a riesgo de cumplir los 40. No se puede amar con prisa. No se puede elegir con prisa. La prisa no puede determinar nuestras elecciones vitales. El miedo a la infelicidad no nos acerca a la felicidad, es más, nos aleja de ella a velocidad y distancia de vértigo.
¿Por qué no me digo a mí misma de cuando en cuando lo mismo que le diría a mi mejor amiga?