CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

28 agosto 2009

De Madrid al Cielo I

Inicié mi viaje a Madrid en una madrugada de miércoles, merta de sueño, apenas había podido dormir y estaba tan nervisosa que mi vientre se hinchó y me dolían la tripas como la víspera del primer día de colegio.
Cuando vi aquel vagón vacío completamente e intuí que sería la única pasajera y que el vagón sería mío, mío y sólo mío durante todo el trayecto o gran parte del mismo me alegré tanto que hasta dí saltitos en el andén de pura emoción. Todos los posibles pasatiempos desfilaron ante mis ojos ofrecidos en bandeja de plata: depilarme con pinzas los pelitos sueltos de la pantorrilla, leer la revista "Mente y cerebro" que había comprado en enero y hasta ese día no pude apenas ni mirar; podría meterme los dedos en la nariz siempre que me picara; leer "El último Catón", escribir en mis cuadernos, modificar mi CV, organizar la información de mi pen drive....
Era tan perfecto qeu deseé que el viaje se alargara y el tren retrasara su hora de llegada. Cuando descubrí que había tomas de corriente junto a los asientos abrí entusiasmada la bolsa del ordenador para enchufarlo enseguida.
Una señora mayor entró buscando su asiento; la ayudé a encontrarlo, por suerte estaba delante de mí, no me gusta que me miren desde atrás, me siento controlada. Gradué su asiento para el reposapiés y la dejé sentadita en su sillón con una amplia sonrisa. Ella estaría sentada delante de mí y mis planes seguían intactos. Ya estaba yo frotándome las manos en mi sitio cuando la Tía Juana giró su pequeña cabeza casi calva y se puso a charlar. Agradecí a los dioses que sólo quedaran cinco minutos para la salida y conversé con ella porque los viejitos me inspiran simpatía y debilidad. No tardó mucho la buena señora en ponerse de pie en mitad del pasillo y seguir charlando con su acento manchego-andalusí y una voz tranquila y agradable. Sonreía permanentemente contara lo que contara: su vida presente y pasada, sus sobrinos, su cáncer, su perro...
Pasados cinco minutos el tren arrancaba y en ese momento sabía varias cosas sobre la tía Juana: que era la menor de siete hermanos, que vivía sola con un perro pequeño y agresivo, que nunca se casó, que adoraba a sus sobrinos, que tenía un linfoma contra el que luchaba desde hacía diez años y que se sentaría a mi lado durante el resto del viaje.
Apenas pude leer, apenas dormir y cuando aún faltaba más de media hora para que el tren llegara a mi destino decidí recorrer el resto del trayecto en pie, junto a la puerta, castigada mirando a la pared porque ya no podía soportarlo más. Mi cabeza iba a estallar.
Escuchar repetidas veces los problemas de la tía Juana pero, sobre todo, responder lo más discreta y diplomáticamente posible a sus preguntas sobre mi propia vida y sus especulaciones sobre mi futuro pudrieron definitivamente mis primeras horas de libertad. Besé el suelo de Aranjuez, me senté en el andén y aspiré hondas y aliviadas caladas.