CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

23 febrero 2010

Sí... sería

"Si no viviera en casa de mis padres sería feliz"; "Si tuviera una habitación sería feliz"; "Si tuviera un trabajo sería feliz"; "Si tuviera un piso sería feliz"; "Si fuera psicóloga sería feliz"; "Si trabajara como psicóloga sería feliz"; "Si tuviera un hijo sería feliz"; "Si fuera jefa sería feliz"...Más tarde que pronto, todo parecía costar demasiado, he conseguido todo aquello que perseguía en pos de ese estado de calmosa alegria de la gente dichosa, de la paz que proviene de tener lo que has anhelado, aquello por lo que has luchado e incluso a veces la vida me ha sorprendido regalándome experiencias que ni soñaba, vivencias que pensé que serían un horror y, sin embargo, me colmaron de risas (como trabajar en el ámbito de Educación Especial). Lo bueno acaba sucediendo y a lo menos bueno te acostumbras y pasado un tiempo (menos del que esperabas) deja de ser tan terrible y al final puede que hasta te guste. Lo cierto es que esa felicidad que anhelamos por lo general no es tan intensa ni tan duradera como hemos soñado.
Cuando caigo bien a un niño que de antemano me cae mal, me siento un poco culpable. Ese niño con el que trabajabas por exigencias del guión es siempre el puñetero que te sorprende con un abrazo o un comentario agradecido o gracioso que te derrumba todos los esquemas. Los halagos me incomodan, siempre, vengan de quien vengan. Me dejan un saborcillo agridulce. No sé cómo reaccionar ante ellos y se me nota a la legua que no estoy cómoda. Entonces el halagador se muestra divertido y repite y repite hasta que te zafas como puedes o le sueltas una bordería.... la de hoy ha sido "es mi trabajo, no hace falta que me hagas la pelota"... por supuesto, se ha reído.
En el trabajo, en casa, en la calle... mi vida está salpicada de señales, de bocaditos de felicidad, de momentos cumbre... pequeños momentos cumbre que no podría gozar si no hubiera conseguido esas grandes cosas, esas que, en si mismas, no te dan la felicidad que esperabas de ellas.
Si no me preocupara tanto de ser feliz, probablemente, sería mucho más feliz.
Tomo nota.

11 febrero 2010

Delirios en torno a las dos de la mañana

El sabor del mate me lleva de viaje a Madrid, a casa de Jade, donde lo probé por vez primera, azucarado y aún así amargo. Me lleva a un arroyo cerca de Robregordo. Me lleva a casa de mi negrito zumbón. A las noches de guardia con mis compañeros argentinos.
He de irme pronto a la cama pero no consigo empujarme hacia ella. Las dos de la mañana me suceden todos los días, al menos no me sorprenden con las botas puestas. La intención es buena. He tomado la costumbre de ponerme el pijama antes de media noche. Cuando no es la tele es el trabajo, cuando no el trabajo un juego de lógica que me tiene picada y cuando no el diario y cuando no los dichosos recuerdos, mis proyectos, mi artículo, mis inventos, mis ganas de que el día no se termine. Me cuesta horrores irme a la cama. No es algo nuevo. Creo que me sucede desde siempre, eso de trasnochar hasta que me aguante el cuerpo y sin embargo madrugar, o al menos intentar madrugar. Pero si me alejo mucho de las dos de la madrugada las seis son un tintineo incansable de un despertador que se apaga una vez ... y otra... y otra, sin que la mañana me despierte del todo si no hay una razón realmente urgente y poderosa para hacerlo: que el trabajo me exija estar en un lugar a una hora en concreto, las ganas de hacer pis, la sed o un niño cabalgándome hinchándome a besitos y poniéndome las gafas.
No creo que sea buena idea apurar el mate a estas horas. Supongo que me engancho a los momentos de paz que me da la madrugada. Durante el día soy un tabardillo que descansa del trabajo haciendo tareas de la casa y descansa de las tareas de la casa trabajando y luego hace un kit kat buscando más trabajo, estudiando... y que hasta convierte en obligación los momentos de distensión para no olvidar tenerlos.
Si ya el trinomio casa-trabajo-hijo me ocupaba del todo... casi del todo, he matado el "casi" apuntándome a una oposición. La idea... formarme, sobre todo esa y luego, jugar a la lotería. Porque estudiar una oposición es muy similar a jugar a la primitiva, sólo que cuesta más dinero y requiere más tiempo y esfuerzo.
Tengo un dúplex/ático en una hermosa ciudad cerca del mar. Mi trabajo es un reto todos los días; requiere altas dosis de paciencia y constancia, estudio, entereza, equilibrio... pero compensa a muchos niveles. Por las tardes juego con mi hijo en un jardín... el ático se convierte en una casita con jardín en donde mi hijo y yo hemos plantado un olivo pequeño. No ando sobrada pero la carencia de dinero no es ya un problema en mi vida y parece un sueño lejano. Mi hijo y yo aprovechamos los puentes y fines de semana para inventarnos rutas y seguirlas y hacemos "la ruta de los castillos medievales", "la ruta del paso del Cid Campeador", "la ruta de los mejores jamones del mundo"... o conducimos hasta cansarnos y paramos donde se nos ocurre, improvisando. De cuando en cuando visitamos un lugar lejano, tomamos fotos y conocemos a gente diversa. He escrito un par de libros, o tres... mi hijo aprende a tocar la guitarra y yo con él... también he aprendido a patinar.
Un día me despertaré y todo esto no será un sueño. Pero ahora toca luchar por él.
Entretanto los días pasan deprisa y al final de la jornada organizo el día de mañana que nunca resulta tal como lo he planeado porque las cosas nunca suceden como las planeamos pero a veces sí mejor de lo que hemos soñado.
Hace días que la sonrisa no me abandona. A pesar de todo lo que me atenaza, a pesar de mis miedos más o menos fundados, a pesar de muchas cosas que no quiero perder tiempo en mencionar, mi sonrisa no me abandona. La esperanza tampoco. No volveré a permitir que nadie me robe la sonrisa. Me pertenece. Es mía. Para siempre.