CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

29 diciembre 2005

Dulces sueños... ojalá.

Cuando mi corazón abandona al último amante siempre es por un ultramotivo más allá de los motivos menos importantes pero más evidentes: no puede aportarme nada y no es capaz de recibir lo que puedo aportarle yo. Da lo mismo si fue él quien se alejó o fui yo; el resultado es el mismo: el abandono, no ya de la persona sino del sentimiento que te vincula a ella. Con el abandono llega el vacío y el intento de cubrirlo con el exceso de trabajo. En esas cosas pensaba anoche cuando, más que dormirme, me desvanecí. Al salir del baño sentí que mis piernas no me sostenían y que la cabeza se me iba hacia agtrás. Llegué hasta la cama dando tumbos como si hubiera bebido y me dejé caer en ella. De pronto, todo daba vueltas; me pareció que la cama, en un burlesco gesto de maldad, se volcaría hacia un lado para dejarme caer y, solo por si acaso, agarré fuertemente las mantas apretando los puños y me sentí tan pesada que creí que acabaría atravesando el colchón. Todo en mí era "caída"; me sentí morir y dije en un hilo de voz "socorro". Lo siguiente fue despertar de frío en medio de la oscuridad, con el albornoz aun húmedo y el pelo mojado bajo la toalla. Me quité la ropa mojada, di media vuelta y volví a perder la conciencia hasta que me harté de darle manotazos al despertador. Desde que me levanté sólo puedo pensar en dormir. Son las cuatro y mi jornada no acaba hasta las ocho. Creo que me dejaré caer como una bendita nada más llegar a casa.

¿Quién pagará los platos rotos?

2.42 de la madrugada. Tengo un baño de espuma preparado para tratar de relajarme. No es lo más solidario para la provincia dada la escasez de agua, pero, al menos para mí, un recurso más aceptable que el prozac. Son noches largas de insomnio, de recuerdos incómodos, de llantos largos que vienen sin un por qué claro , de planes pospuestos, de lluvias ácidas adentro de la piel como venenos lentos. Las semi-vacaciones me vienen mal y agradezco no haber tomado vacaciones en los dos trabajos al mismo tiempo. Me incomoda el sueño que llega una hora antes de que suene el despertador, o a lo largo del día en momentos y lugares donde tumbarse no es posible, o no procede.
Aun fuera del trabajo me sigue ocurriendo encontrar desconocidos para quienes soy su única opción. El azar me cruza con ellos, casi siempre como consecuencia de una estupidez mía y de repente cobra sentido que yo esté presente en un lugar y a una hora concretos.
Hoy pasé por una agencia de viajes para pedir presupuestos para vuelos (al final pospongo mi viaje para el veintitantos de enero) y luego decidí pasar por el super que había cerca para comprar leche, pues casi era la hora de cerrar. Como hoy no había comido, tenía hambre; el hambre hace que compres más de lo debido (científicamente probado por nosequé universidad según leí en nosequé revista) y me cargué más de lo que puedo soportar más de veinte pasos seguidos. Así que me detuve en el camino varias veces y ya relativamente cerca de casa pasé por la cervecería por si veía a un chico que una vez me regaló un pendiente que nunca me pongo, por eso de que a mí me gusta ponerme dos pendientes iguales y como me lo reprocha pues quedamos en que se lo devolvería, así que pensé "si veo a este tío le digo que me acompañe a casa con las bolsas y le devuelvo su pendiente". No le ví, pero sí a un amigo que estaba con esta chica. Al cabo de un rato de chistes y bromas la chica me confesó su situación: se divorció de su marido por un tipo que la controla en todo, no tiene a quién acudir y se siente como si no hubiera salida, ya que la soledad le da más miedo que ninguna otra cosa; vive en dependencia económico-emocional con un hombre al que no ama. Le ofrecí mi hombro, mi apoyo y mi casa. Luego mi amigo me dijo que muy posiblemente esta chica me necesitará en Nochevieja, que le extrañó mi ofrecimiento y él sólo pudo responder: "ella es así". También después de esto mi amigo me prometió guardarme el lunes para mí sola para que yo pudiera desfogar cuanto quisiera y, si era necesario, comprar una vajilla en los chinos para romperla enterita contra el suelo. Como psicóloga creo que la ira engendra más ira y que romper platos no arregla nada, pero como persona humana y cabreada conmigo y con el mundo quiero romper platos. Que yo recuerde, en mi vida he roto muy pocos (vasos sí, mogollón, he sido camarera, pero eso no vale). Me gusta la idea. El lunes toca romper platos.

28 diciembre 2005

Arte contemporáneo

Las navidades pasan sin pena ni gloria. Se notan en las luces de la calle, en los pasteles de las casas y establecimientos, en los anuncios de la tele y en la pesadez de mi madre y en cierta pesión por regresar a casa poco después de haber ido.
Hoy es el día de los Santos Inocentes. La vida no me gastó más broma pesada que la de seguir ahí y en cierto modo vivo con la esperanza de que, pasado un tiempo, no mucho, me alegre de permanecer en ella. Por eso he decidido no maldecirla más. Ya no me angustia respirar, simplemente respiro y contemplo la existencia como el que se pasea por una galería de arte contemporáneo: disfrutando de la "belleza" sin tratar de comprenderla.

26 diciembre 2005

Volar

La flaca regresó sola a casa cuando aún no amanecía dibujando eses de un lado a otro de las calles estrechas, conteniendo gemidos y lágrimas, sostenida por un milagro, voló sobre la escarcha sabiendo que ya no le daban lo mismo los brazos de cualquiera.

El Jueves tomé un par de cervezas con unos conocidos. Me agobié en el bar, repleto de gente que cantaba villancicos a voces, frente a un conocido que se autodenomina mi amigo y que tiene una conversación similar a esto "... y yo le dije parriba, pabajo ¿qué necesitas? ehhh, esto lo otro, no se hable más, pum, ¿algo más? esto, lo otro ¿pa que estan los amigos? pues eso, porque si no ¿pa que?".... durante más de veinte minutos. Necesitaba salir de ahí. Puesto que no me resultó reparador, decidí seguir en la calle, pues no me apetecía nada volver a casa y continué mi ronda por una cafetería, un garito tranquilo y, finalmente, la charca del Rana. Me sentía segura pues me habían hablado muy bien del camarero y no sospeché que pudiera pasarme nada malo mientras estuviera allí. Conocí a una pareja muy divertida y ellos me presentaron a otras personas. Sólo tenía dinero para una cerveza pero allí me renovaban la botella cada cierto tiempo y además brindamos con chupitos de una botella que tenía pinta de ser cara. Perdí la cuenta, tanto de las cervezas como de los chupitos y tampoco fui muy consciente de que la gente se iba marchando del bar. Al final quedábamos el barman, un chaval de 22 años y yo. Entré en fase de charlar sin parar sobre la locura del mundo, la injusticia en general y mis derechos personales como ser humano; luego hubo chistes, risas... no recuerdo. El chaval y el barman se sentaron a ambos lados; yo de milagro me tenía en pie. Me propusieron un trío. No cedí. Ellos argumentaban "sólo queremos que pases un buen rato", "esto va a quedar entre nosotros" y cosas así. Empezaron a meterme mano y yo trataba de zafarme de ellos, más o menos con éxito. Finalmente me erguí como si no hubiera bebido en toda la noche y le dije al barman "dame mi abrigo que me voy". Siguió insistiendo pero me dio mi abrigo y abrió la puerta. Al salir el chico dijo que me llevaban a casa en coche, me pidió perdón y volvió a decir que sólo querían hacerme pasar un buen rato. Lloré amargamente y entonces ellos volvieron a intentarlo. Ya no accedí a que me llevaran a casa en coche. Era casi de día y regresé sola, sintiendo cada vez más el peso del alcohol en mi cabeza pero cada vez más también, el alivio de estar cada vez más lejos de aquel lugar y segura al llegar al centro de la ciudad, llena de gente que iba hacia su trabajo. Llegué a casa. Lloré, vomité y dormí. La resaca me duró hasta la noche siguiente. Fue como el broche de oro a mi ritmo de los últimos meses.
Antes de que acabe este año quiero volar.

La felicidad

Uno aspira constantemente a cosas que una vez que tiene no suele valorar, o a recuperar algo que ha perdido y que ahora valora realmente. Nos decimos: "sería la persona más feliz del mundo si..." y cuando "sí" como si nada. No somos conscientes de que poseemos cosas que otros necesitan y/o desean. Para empezar, lo más básico: techo, comida y libertad. A menudo encuentro en mi vida a gente que me confiesa su envidia porque poseo algo muy valioso para ellos: una risa fácil, resistencia, constancia, enamorados, bellas piernas, ojos verdes... o cualquier otra cosa. Y que no se explican cómo "alguien como tú" puede estar triste. A mi personalmente no me sirve de consuelo saber que hay personas desgraciadas. Es algo que veo en mi trabajo constantemente y ningún caso me produce la más mínima satisfacción. De la felicidad, como de Dios, cada cual tiene su concepto, supongo. Para mí desde luego no consiste en poder estar peor. Definitivamente, no haber estado presente allí donde un Tsunami, un huracán o un terremoto han hecho de las suyas, no es para mí motivo de consuelo. A veces, me gustaría ser un poco más simple.

¡Taxi!

Los taxistas suelen decir que los clientes les cuentan su vida. Pero a mí los taxistas me cuentan la suya... y encima me cobran los muy hijos de puta. Ellos, que me cobran por su tiempo más de lo que yo les cobraría por el mío... deberían dejarme la carrera gratis. El de hoy cumple 65 años el 30 de enero, se jubila, lleva 40 años casado, tiene dos hijas y cuatro nietas, dos de cada hija y una finca en Villaconejos en la que tiene un huerto y rosales, la pasión de su mujer que tiene una rodilla mala y necesita muletas para caminar. Su mujer era huérfana y él no tenía padre porque murió cuando era chico, su madre trabajaba todo el día. Él y su mujer se conocían desde chicos y se casaron a la edad de 26 años. El hombre venderá su licencia de taxi y dejará descansar por un año la tierra de su huerto. Llevará a su mujer a Canarias 10 días para que se monte en un avión y la llevará a Benidorm, la ayudará con la compra para que su rodilla no se resienta y disfrutará en verano de sus hijas y de sus nietas. Ama a su esposa. Habla de lla con una dulzura tal que no puedo evitar emocionarme, habla con dolor de su rodilla y con ternura de su pasión por las rosas. Sin quererlo tal vez, el buen hombre ha hecho balance de su vida al completo y ha llegado a la conclusión de que está satisfecho y se siente realizado.
Luego me ha preguntado por mi estado civil y le ha extrañado "pues usted es una mujer joven y muy hermosa y cualquiera se da cuenta de que además es buena" y ha pasado sin más preámbulos a su peculiar receta salvadora: "salga usted a las discotecas con una buena amiga y busque a un hombre que la quiera y la cuide cuando esté enferma y le de muchos mimos. Estar sola es muy triste"
Es cierto. La soledad es triste. Últimamente me esfuerzo por acostumbrarme a la anchura de la cama, pues el sofá me estaba haciendo trizas la espalda. También me esfuerzo por no venderme a poco cuando me nace el deseo de dentro afuera y siento que soy capaz de rendirme a los brazos de cualquiera, como ayer. Entonces me quedo en casa, a solas con mis fantasías y mis dedos, hasta que el sueño vence al deseo y dejo descansar mi mano sobre mi vientre, impregnada de gozos solitarios y vacío.
Me visto de negro, con botas de tacón, faldas cortas y blusas estrechas. Seda, licra, cuero y terciopelo. Me aliso el cabello, que ya crece ajeno a mi promesa incumplida de no tener sexo mientras fuera corto. Crece sano, fuerte, brillante. 52.300 Kg, 1.69, 95 de sujetador, talla 36. Bajo las escaleras del portal y contemplo mi figura esbelta, mi rostro serio, mi gesto exigente. Me gusta lo que veo y me gusta que me guste. Con Jorge me sentía insegura, me veía fea, poco atractiva, incapaz de gustar a nadie. Su indiferencia me aplastaba y me dejaba plana como una sombra. Dependemos de la imagen que tiene de nosotros quien amamos, sin darnos cuenta, pero ocurre y cuando ese otro ser dispone de un poder semejante le cedemos todo: nuestra autoimagen, nuestra valía, nuestro concepto de "yo" se lo dejamos a "tú" cuando ya no existe "nosotros" y nos fundimos en una entidad imaginaria o desaparecida bajo la rutina y el tiempo. Cuando nos desvanecemos en otro corremos el riesgo de no encontrarnos cuando el otro ya no nos busca. A él le gusta llamarlo "dependencia" y cuando lo hace suelo pensar que se lo tiene muy creído. Ambas cosas son ciertas.
Ahora no dependo de nadie para saber qué soy, quién soy. Sé que no es sencillo estar conmigo. Y por eso cada día tengo más asumido que mis amores tendrán siempre el encanto de las novelas cortas.
El abandono me da miedo. Lo viví con tanto dolor que no creo que pudiera soportarlo de nuevo. Amar significa correr el riesgo. Amé y perdí. Y creo que ya no es posible. No hablo desde un corazón recién herido, sino desde la sabiduría de haber saltado de puntillas al borde de la locura y saberme tan frágil como el cristal cuando el amor me toca. Ese dolor no tiene medida.
Como el taxista, yo también hago balance a fin de año y me doy cuenta de que los últimos 16 meses me ha movido el dolor del abandono, el dolor de la cama vacía y un cubierto en la mesa, el dolor de los chasquidos en la oscuridad, el dolor del hígado inflamado, el dolor de los músculos tensos, el dolor del estómago vacío, el dolor del amor que se muere y el dolor del niño abandonado. No es bueno que el dolor nos mueva... ya he visto que ese movimiento no nos lleva a ningún sitio.

A veces pasa

Suele suceder que una persona no cumple las expectativas de otra y cuando eso ocurre, al menos uno sufre. A veces pasa.
No sé por qué esta vez sí me dejé llevar por cantos de sirena. Las personas necesitamos creer en algo, o en alguien, de vez en cuando y cuando esa necesidad apremia acabamos confiando en quien menos lo merece. A veces pasa.
Y cuando apuestas por alguien sin esperar nada, tan solo apuestas que es incapaz de hacerte daño y pierdes la apuesta que gritaste y por la que te enfrentaste a todo el que veía... lo evidente, pues, te sientes estúpida.
No lloro porque se haya terminado sino por cómo ha sido. Y, a fin de cuentas, ayer también lloré por otras cosas que no tenían nada que ver. Últimamente lloro mucho. Debe ser la depresión otoñal, la regla, la cgripe, el cambio de tiempo o el golpe de la realidad, o todo junto. Entonces se entra en una de esas épocas en las que lloras de noche y escuecen los ojos de día.
Ayer estuve charlando un rato con Honey y esta mañana le he mandado un mensaje cargadito de necesidad y ternura. Pues a fin de cuentas él sigue siendo el primero, aunque lejos, pero siempre ahí, hasta que deje de estar. Mi verdadero amor, hasta que se acabe. Le descuidé mucho estas semanas, a veces pasa, pero cuando regreso él sigue ahí, a su manera. Anoche estuvo, cuando decidí que no quería ser durante más tiempo una mendiga de caricias. Él siempre las da de gratis.
Pero estoy destrozada. No es amor. Ya se me pasó el tiempo de las llanteras quinceañeras si es que lo tuve alguna vez. Ha sido una consecuencia más que una causa; un filón más de mi instinto autodestructivo. La próxima vez me busco un asesino a sueldo. No puedo más. Eso es todo. Y no quiero poder más. Y es curios que cuando me da por pensar así siempre me aparece en el trabajo una tentativa suicida y no sé cómo, debe ser magia, consigo convencer a la otra persona para que no siga adelante. Siempre me causa una inmensa tristeza escuchar a personas que han decidiod que la vida ya no es importante para ellos y que no desean seguir adelante. Y a mí, al menos últimamente, me pasa lo mismo. No puedo más. No encuentro salida y además no me apetece buscarla.

Comer rabos de pasa o acariciar un felino?

Mis olvidos y despiestes son cada vez más frecuentes hasta el punto en el que comienzo a sentirme insegura en el trabajo. Que cada día sea diferente e incluso cambien los horarios de sueño, no facilita nada las cosas, hasta el punto en el que algunas veces incluso olvido comer y, por ridículo que parezca, tengo que apuntarlo en la agenda o puede suceder que me sienta desfallecer en el autobús después de un cuarto café en ayunas...a las ocho de la tarde. Incluso apuntado en la agenda y sabiendo el día que es (que no siempre lo sé) paso por alto citas apuntadas como si fueran invisibles. Siempre olvido algo cuando voy al trabajo y tengo que improvisar alguna que otra clase cuando no voy cargada de material necesario para las clases del día siguiente. El otro día me bloqueé en el trabajo y respondí "Telefónica" porque por un instante olvidé el nombre de la entidad en la que trabajo desde hace ya tres años. Equivoco el nombre de las personas, incluso si esa persona es un hombre con el que he dormido varios días seguidos (curiosamente, no me cuesta recordar su teléfono). Tengo que preguntar al camarero si he pagado el café que acabo de pagar y tengo problemas para recordar mi propia dirección si me la preguntan del pronto. He olvidado mi cartera sobre la mesa de una cafetería, varias veces en la misma semana. Tengo la impresión de que los trenes que pierdo salen en punto y los que tomo salen con retraso. Mi mente se ocupa gran parte del tiempo con el temor a olvidar cosas importantes y doy por supuesto que olvidaré cualquier cosa que no apunte. Hasta hoy no me ha pasado faltar al trabajo, pero sí presentarme cuando no tenía que hacerlo (menudo cachondeo general)
Me gustaría poder vivir más despreocupada de las pequeñas cosas y hacerlas de modo natural, sin tener que darme autoinstrucciones o acabaré de mierda hasta el cuello por olvidarme de cagar.
Lo que no olvido, sin embargo, son sensaciones, impresiones y olores. Como la suavidad del cuello del último chico que acaricié (hace demasiado tiempo para mi gusto), la húmeda calidez de sus labios sobre los míos o el tacto de su espalda bajo la yema de mis dedos.
Hace unos días me diagnosticaron "agotamiento físico y emocional"... suena muy pijo eso. El tratamiento recomendado: un gato, decorar mi casa y dedicarme tiempo... Primero decoro la casa para dejar las figuras rompibles lejos del alcance del gato y luego me dedico tiempo para buscar un gato. No se me hubiera ocurrido jamás. Resulta que los gatos son animales que relajan, al tiempo que hacen compañía y no exigen demasiadas responsabilidades. Y resulta que si tengo un gato que me haga cariñitos al llegar a casa, algo de lo que ocuparme, a lo que mimar y que además me enseñe a relajarme... se me van a quitar los problemas de memoria, derivados de la ansiedad, derivada del agotamiento. Conclusión: los gatos son buenos para la memoria

Puta Navidad.

Me apetece desaparecer, esfumarme, sumergirme en el olvido de todos los nombres y borrar mi nombre de todas las bocas. Comencé borrando direcciones de mi correo electrónico como una posesa y el final consistía en borrar mi blog, quemar mis escritos y mis diarios... desaparecer a fin de cuentas, sin dejar rastro alguno.
Hoy estoy difusa (¿cuándo no?). Tengo muchas cosas en la cabeza y poco tiempo para ordenarlas, un retraso de sueño considerable y una alteración circadiana inevitable y dañina.
Hoy estoy ejercitando mis oídos. No para oír mejor, sino para aprender a no escuchar. En un entorno contaminado de múltiples estímulos acústicos, milagrosamente, la selección estimular desempeña su función y no me pierdo ni una sola expresión dirigida a mi persona. Hacer como que no oigo no es sencillo; una vez he vuelto la cabeza por exceso de buena educación el tipo me mira a los ojos, me dice "te quiero" y suelta un amago de beso pero sin acabar de soltarlo, dejando sus labios en suspenso con una expresión ridícula. Es un hombre corpulento, de ojos y pelo muy negros y piel morena; le conozco desde hace bastante tiempo. Solía ir a un bar en el que yo impartía mis clases a los hijos de los dueños. Los clientes observaban mis clases y éstas llegaban a convertirse casi en un espectáculo. Él era uno de esos espectadores. Pero no creo que lo recuerde. Es más, no creo que sea capaz de andar derecho. La soledad es terrible. Algunos son incapaces de conservar la dignidad. A otros nos absorbe y envuelve con tal saña, que incluso pretendemos desaparecer de los recuerdos. De todos modos, la Navidad es muy puta. No pienso hacer caso de ningún pensamiento autodestructivo hasta que no se vayan los Reyes Magos.

10 diciembre 2005

Los locos del tren

Las estaciones y los trenes traen, llevan y encuentran a miles de locos. Están los locos de todos los días, los que no paran de mirar el reloj, hablar por el móvil y vete a saber cuánto hacen que no miran el cielo; también están los locos que no pueden parar de mirarlo,
locos callados, locos parlantes,
locos que van hacia todos los lados,
locos que no van a ninguna parte,
los locos de siempre
los locos de antes
locos que miran de frente
y locos sin dientes
que ríen mordientes
la mirada supuestamente cuerda
de todas las gentes.

Yo hablo de esos locos que los normales miran con crueldad, cinismo, susto, curiosidad o desprecio. Esos que se dirigen al primero que los mira y no paran de hablar si les respondes. Que pueden ser borrachos, colgados, o mentes que un día se desperdigaron por las vías y vagan entre los grises sin confundirse jamás con ellos.
Hoy he hecho dos viajes en tren y en ambos vagones había un loco.
El primero era un hombre de unos cuarenta mal cumplidos, sucias botas marrones de risa abierta y calcetines cortos que mostraban una pierna blanca y seca, como un hueso de jamón aprovechado; pantalón desgarbado y una chaqueta que allá por los ochenta se llevaba mucho, de esas deportivas con unas rayas horizontales a la altura de los hombros, rostro chupado por el hambre, el tiempo y la ambición de vivir a toda prisa. Movía la boca como malbesando el aire viciado, esputaba y tragaba sus esputos, provocando en todos los demás una expresión de asco al unísono, como ensayada, él esputaba y los demás movíamos a un tiempo la cabeza a un lado, cerrando los ojos, arqueando los labios y tragando saliva. Llamaba por su móvil, alguien respondía y entonces el colgaba... se escuchaba perfectamente el "digame" repetido de una mujer primero, de un hombre después. Habló de marcas de armas y de balas, de licencia de armas cortas y de cómo penetran en el cuerpo unas y otras... luego se marchó y no regresó.
En el segundo vagón, un hombre extranjero miraba buscando miradas que se mantuvieran ... encontró la mía... siempre me pasa. Me dijo "no te comas las uñas, que luego te duele la cabeza y te vuelves loca... yo lo sé" Y empezó a reirse. Mantenía un cigarrillo apagado en su boca, me miraba y se reía y hablaba a veces en español, a veces en vete a saber qué, a veces en un lenguaje entendible pero incomprensible para los "normales". "Te estás rompiendo, yo lo sé". Deseé llegar a mi destino con todas mis ganas. No paró de mirarme mientras bajaba a duras penas mi pesada maleta y al caer al suelo estalló una pieza de la base de la maleta y el loco no paraba de reir... el tren se alejó con el loco mirándome y riendo ... y era una risa cruel cargada de amargura y de un saber que yo no me sabía. Creo que eso es lo que nos da miedo de los locos: lo que saben; esa verdad que tiñe de amargura las neuronas, esa sabiduría de lo insoportable.
Con su risa clavada en mi recuerdo, paré en una tetería tranquila donde esperaba tomar un café a solas, libre de miradas que te lleven en volandas al catre y libre de la risa de los locos. Al otro lado de la barra, un medio loco miraba buscando una mirada que no se apartara de la suya. Y caí de nuevo. Se acercó a mí, me habló de Dios, que tiene un problema con la bebida desde hace nueve años y que ya no bebe porque hace deporte y va a misa, que está pendiente de un juicio que le llevará a la cárcel, que soy muy guapa y que si podía pasar la noche conmigo... al final loco y salido. Los locos del tren también van a los bares.