CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

24 julio 2009

Quiero estar sola

No he podido comer nada. El nudo en el estómago se ha instalado ahí y tampoco puede decirse que haga mucho esfuerzo por eliminarlo. Hoy no quiero hablar con nadie. Me enrosco lenta y perezosa en mi caparazón; silencio el teléfono y cambio mi habitual dirección de messenger personal por la profesional. Abro la nevera y veo en ella el champán que tendrá que esperar hasta septiembre y me sirvo un té al limón helado para combatir la sed y el calor. Antes de sentarme a la mesa a seguir parasitando las horas me he recostado en la cama imaginando escenitas eróticas, unas más cutres que otras y he estado dejando que mi cuerpo gozara hasta que se me ha cansado la mano (nota mental: reparar a Agustín) y luego me he estado sacando pelitos del pubis con las pinzas hasta que se me han saltado las lágrimas.
Sé que el mundo no se termina en este instante y que fuera de aquí se siguen editando culebrones, los políticos siguen simulando que arreglan el mundo y un grupo de esquizofrénicos peligrosos planea la emisión trimestral de Gran Hermano. Sé que el mundo no se acaba pero no necesito el consabido "la próxima es tuya" o que alguien intente levantarme el ánimo recordándome las hambrunas africanas... no gracias, saber que cada dos minutos muere un niño de hambre (o cada minuto dos niños, no recuerdo bien cómo era) no me consuela nada de nada y ya sólo me falta sentirme culpable por estar triste. No me abraces, que es peor.
Las frustraciones necesitan de ese momento de desconstrucción masiva vía ombligo y de sus generalizaciones absurdas sobre esta mierda de vida, nuestra inutilidad como habitantes del mundo o nuestro futuro echado a perder para siempre y nuestro pasado entero tirado a la basura y nuestro presente podrido ... y hasta decapitar cruelmente nuestra autoestima ahogados en un baño de sales, de espuma o de lágrimas tontas.
Me gusta pensar que todo sucede por una razón, que algún día me reiré de todo esto e incluso encontraré una asociación perfecta que justifique que llegué a algo o a alguien magnífico a través de este mal rato. Hasta los peores tragos te encauzan hacia esas maravillosas casualidades que dan sentido a todos los momentos pero ahora no quiero hablar con nadie.

12 julio 2009

Página en blanco

Es la primera vez en mucho tiempo que me encuentro con tanto tiempo libre y lo cierto es que no sé qué hacer con él. Muchos planes y proyectos se abren ante mis ojos, me asomo a todas las puertas y no paso a ninguna parte. Resulta tan agotador no tener nada que hacer que me estoy volviendo loca iniciando actividades que no termino. No me sorprendería nada si de repente me diera por recibir clases de violoncelo. No ha estado mal disponer de un par de semanitas para descansar... gracias universo, ahora... ¿puedes hacerme el favor de devolverme el estrés de siempre? Estoy abatida.
Al margen del inevitable estiramiento del tiempo con la consiguiente postergación de todas las cosas y el crecimiento geométrico de la lista de cosas por hacer, lo que sí estoy haciendo más que nunca es disfrutar de mi hijo, del sol y del agua... los tres a la vez. Me he empeñado en enseñar a mi hijo a nadar, o al menos que no tema al agua tanto como la temo yo.
Los padres solemos cometer a menudo el error de querer que nuestros hijos logren lo que nosotros no hemos logrado y asi es como los niños viven cada día más estresados, apuntados a un montón de actividades para aprender todo lo que sus padres saben y también todo lo que sus padres quisieran saber. Empeñados en no cometer los mismos errores que cometieron nuestros padres, proyectamos sin saberlo nuestras necesidades, deseos, sueños, frustraciones, en nuestros hijos, convirtiéndoles en una especie de extensión de nosotros mismos y olvidamos respetar su identidad como seres individuales, distintos y separados de nosotros.
Más de una vez se ha descrito al recién nacido como una tábula rassa, una hoja en blanco sobre la que la experiencia va conformándolo todo. No es eso exactamente, ya que el recién nacido trae escrito todo un código genético que define ampliamente sus posibilidades y sus limitaciones, unas condiciones ambientales que le determinan en gran parte y... también... también las experiencias de sus padres, los sueños, las necesidades, las frustraciones de éstos.
Yo por mi parte me voy a ocupar unos días de mi propia página en blanco, la que ha caído sobre mi mesa con estas vacaciones improvisadas... y dejaré en la medida de lo posible que mi hijo vaya escribiendo la suya propia. No me resultará muy difícil con el paso de los años, ya que es un niño independiente para su edad, que gusta de hacer las cosas por sí mismo y que toma decisiones tan importantes como qué zapatos llevar o qué cinta de video ver.
Ante mi página en blanco a veces me siento entusiasmada, a veces desolada, y a veces todo en un mismo día o en la misma hora. ¿Cuánto puede llegar a agotar una página en blanco? Será mejor que comience a escribir, aunque sea un disparate.

02 julio 2009

Saca los cuernos al sol

No consigo recordar desde cuándo se convirtió en hábito. Un día por prisa, otro por pereza, otro por inquietud... poco a poco se hizo cada vez más frecuente y ahora me sucede siempre eso de comer de pie cuando como sola. Ya desde mis primeros días sin Jorge, cuando vivía en la pensión, solía comer de pie dando paseos por la estancia con el plato en la mano, o iba y venía recorriendo desordenadamente los rincones como una mosca cojonera. En la pensión, con derecho a cocina, cada huésped contaba con un color _verde, rojo, azul, amarillo_ para sus toallas, su paño de cocina y hasta para su silla en la cocina, una pequeña silla junto a una barra en la pared, con su pegatina de color. Sentada de cara a la pared me sentía como castigada y comía deprisa y sin hambre... y descubrí la opción de comer de pie, restando importancia así al hecho de comer sola, sin comentarios sobre la jornada, sin planes para las vacaciones y sin miradas.
Esta noche también cené de pie, casi a media noche, en silencio y pensando en el chasco que me llevé cuando mi hermano me llamó para tomar con él cerveza y caracoles y luego mis padres le convencieron para que viniera a mi casa. Sólo he tomado caracoles cuatro veces a lo largo del verano, sola o con personas a las que los caracoles le dan asco. Y no es lo mismo, para nada, disfrutarlos con alguien que los aprecia y se pringa las manos contigo dejando incluso que a veces el silencio invada el momento entre el choque de la cuchara contra el cristal del vaso, las conchas acumulándose en el platito o los sorbetones. No es lo mismo. Espero que Miglo llegue a tiempo para disfrutarlos, antes de que un buen día desaparezca de la puerta del Frankfurt (el mejor sitio del mundo para tomar caracoles) el cartel de "hay caracoles", o que los pidas y el camarero diga "ya no hay".... así, como una puñalada, sin miramientos y sin sentir ninguno, como el que cuenta que ya no hay pan. Los camareros no tienen corazón.
No sé si tendrá que ver con su babosidad, con las corazas o con los cuernos, o con el hecho de que sorbes lo comestible y tiras el resto... pero siempre que comemos caracoles Miglo y yo hablamos de hombres. El tema sale solo, de una manera natural, sin premeditación ni alevosía. No hablamos de los hombres que queremos no. Hablamos de otros... de los que dan un poco de asco. Aunque claro, el año pasado ni Miglo ni yo estábamos enamoradas. Y yo me he vuelto ... ¿cómo decirlo? más condescendiente, comprensiva y ¿humana?.... ¡nooooo! Además recuerdo que también hablábamos de mujeres que daban asco (aunque eso era como más propio del café).
No son horas... mañana madrugo y yo aquí, hablando de cuernos.