CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

20 diciembre 2010

La huella

Hace mucho tiempo que la Navidad me desagrada. No sabría explicar el por qué ni el momento en el que pasé de ser feliz en estas fechas a mantener una constante expresión de desagrado y dejaron de ser una oportunidad para convertirse en un lastre. Pasé de valorar el tiempo que me daban para pasar con gente que adoro a valorar más el gasto que suponen y la sensación de obligatoriedad de estar con personas con las que no te apetece estar, el ruido y la avalancha publicitaria.
Es cierto que desde siempre estas fechas me han supuesto una especie de repaso del año anterior, si no de toda mi vida anterior. Debe ser por la asociación que establecemos con el fin de año y las buenas intenciones de cambiar las cosas.
Desde la navidad de 2003, el recuerdo de aquella sensación de desprotección y abandono se repite año tras año y no ha habido ningún acontecimiento, anterior o posterior a esa fecha, positivo o negativo, que me haya impactado tanto. Ningún acontecimiento me ha marcado y condicionado tanto la vida como ver morir algo que amabas sin poder hacer nada para evitarlo. Aquella Navidad de 2003 hacía ya mucho tiempo qeu el desenlace se había tornado inevitable y sólo me quedaba esperar el momento, ese momento en el que amargura y alivio se hermanan igual que cuando un amigo o familiar muy querido se rinde ante el cáncer.
También la Navidad me hace más consciente de mi soledad, una soledad que punza de un modo descarnado incluso aquella navidad de 2006, cuando mi hijo vino al mundo y estaba con mi pareja y con mi familia. Una clae de soledad crónica que nunca he logrado asesinar.
Después de aquello rara ha sido la relación que ha durado más de 21 días... era lo que yo denominaba "la maldición de los 21". Ahora he sido consciente de una nueva maldición que se viene dando muy especialmente desde que me vine a vivir a Jaén: ninguna relación supera dos encuentros... y eso es todavía más desolador que la maldición de los 21. En lugar de "nueve semanas y media" mi película era "tres semanas justitas" y ahora podría ser "dos y adiós"... ¿Me he ido volviendo cada día más insoportable?.
Soy consciente de que las experiencias novedosas tienen muchas más posibilidades de engancharnos emocionalmente. Cada vez que conozco a alguien, las posibilidades de que el siguiente resulte lo bastante novedoso para mis receptores cerebrales se reducen considerablemente. A menudo me parece que las personas que conozco vienen con un guión aprendido en el que se venden como la panacea y... probablemente lo han sido para otras pero no para mí.
Mi último amante, tras el segundo encuentro (y último) se atrevió a preguntar: "¿A que nadie te ha hecho nunca el amor como lo he hecho yo?" a lo que yo respondí "pssss"... ahora que lo pienso tal vez por eso ha desaparecido.
La huella que dejan los sucesivos resulta cada vez más difusa. Los hombres insisten e insisten hasta que consiguen que tome con ellos un café. Yo me amparo en una agenda realmente saturada de obligaciones y a veces me cuesta decidir a quién dedicar unas horas de mi valioso tiempo. Ni me tomo ya la molestia de arreglarme demasiado porque he aprendido que, diga lo que diga, haga la fascinación no superará los dos encuentros... así que muy a menudo me doy el lujo de elegir por descarte, entre los que permanecen después de mucho insistir y evito o retardo ese segundo y último encuentro, el que precede al desencanto, el desencanto que yo misma provoco por no ser lo que ellos esperan.
Creer en la inevitabilidad de los hechos aumenta su probabilidad de ocurrencia. Pero, ¿Cómo dejar de hacerlo? ¿Cómo evitar este pensamiento supersticioso cuando analizas los hechos y te das cuenta de que no parece existir un factor común desencadenante del desencuentro? ¿Cuando el abandono a menudo sucede sin más y el silencio es la única respuesta?
¿Y si resulta que nadie es válido para darme porque yo no soy válida para recibir? ¿Y si resulta que mi búsqueda, convertida en un complejo proceso de selección de personal, complejo e inconstante, no es más que un alto y grueso muro construído con gran esmero y esfuerzo para evitar el dolor del abandono? ¿Y si a base de ahostiarse contra el muro, antes se me rompían los amantes en tres semanas y ahora sólo en dos días porque mi muro es más fuerte que nunca? ¿Y si me he convertido en una especie de minusválida incapaz de amar realmente?
El abandono al que me vi sometida durante años de vida en pareja, ese abandono descarnado, progresivo, inevitable... esa impresión de no hacer nada bien, de "no ser nada bien", de resultar absolutamente indiferente cuando no molesta para quien amas, habitar en un engaño permanente y un cuestionamiento constante sobre mis acciones, mi persona, mi valía como mujer, ese final casi trágico, con mano delante, mano detrás, perdiéndolo absolutamente todo y darte cuenta de que nada que no figurase en una cuenta corriente parecía tener valor en absoluto. El cinismo con el que se mantuvo la mentira durante meses, que hasta se atrevió a cuestionar la veracidad de mis propias emociones... todo aquello es pasado y pasado está y lo sano sería olvidarlo del todo, romperlo, poder empezar de nuevo, apartarlo del todo y para siempre pero a menudo me doy cuenta de que todo aquello dejó una huella indeleble, una huella que ha condicionado el resto de mi existencia mucho más que otros acontecimientos que se podrían considerar más traumáticos por ser más repentinos, violentos o socialmente menos tolerados. Ni uno solo de aquellos acontecimientos que podrían haber sido denunciados y condenados y susceptibles de convertir a cualquiera en carne de psiquiatra me ha supuesto un lastre emocional tan significativo y determinante como el temor a revivir, siquiera levemente, aquellos meses de hambre del otro, de compartir la cama con el mismo abismo, de los abrazos vacíos, de la ausencia perpetua.
Lo que no sé es si algún día podré recuperar la capacidad de amar y de confiar que tuve tiempo atrás, de entregar lo mejor de mi misma, de volver a creer en alguien y lo cierto es que lo encontrado hasta ahora no me lo ha puesto muy fácil.

06 diciembre 2010

Siempre hacia adelante.

Igual que hace tres meses, me veo en las listas del paro frente a un horizonte incierto. Tengo a menudo la sensación de moverme demasiado para no llegar a ninguna parte. Sin embargo, han sido tres meses muy estresantes, eso sí, pero también muy enriquecedores.
Lamento el abandono al que he sometido al blog, a mis amigos y a mi propio hijo. Ha sido de locos... septiembre finalizó a bordo de tres trabajos: uno como formadora (contrarreloj, pues se me avisó del inicio del curso demasiado tarde y tuve que hacer la programación didáctica en una semana), otro como coordinadora de la anterior empresa (pues encima que se portaron como el culo me dio pena y todo y decidí dejarlo todo bien atado antes de irme) y otro como escritora (con este libro que parece maldito y no se acaba nunca... porque tengo que acabarlo yo y no se acaba solo).
En medio de mi desesperación mandé e-mails y llamé a muchos de mis amigos; todos respondieron, TODOS, sin excepción, me tendieron la mano a través de su ayuda económica, cediéndome su casa, moviendo mi curriculum y/o dándome apoyo moral, TODOS; incluso aquellos a los que no informé y se enteraron indirectamente de mi situación. Aquello me mostró que soy mucho más querida de lo que creía y posiblemente mucho menos de lo que merezco. Pues, si bien es cierto que siempre se puede contar conmigo y que siempre estoy ahí, también es verdad que soy harto olvidadiza y descuidada, olvido los cumpleaños y las cosas importantes y a menudo olvido algo tan básico como preguntar a mis amigos cómo están. Pero, para mi sorpresa, a la mayoría de ellos no les importa o al menos (a Dios gracias) no les importa demasiado. Ellos saben que estoy ahí de todos modos.
Me siento una mujer muy afortunada. No me caben en los dedos de las manos y los pies las personas que me han echado un cable en los momentos de apuro, las personas que me han abrazado con lágrimas en los ojos, las personas que se ofenderían si supieran cuántas veces me siento sola... y no me cabe en los dedos de las dos manos las personas que cuidarían de mi hijo si yo muriera.
El estrés del último mes se ha cebado con mi organismo, con una de esas gripes espantosas que mantienen la fiebre durante semanas, el estómago removío, una taquicardia de 130 pulsaciones en reposo y nosequé en el hígado que me tienen que mirar. No es sencillo trabajar con un cansancio crónico a cuestas, una ansiedad que se me ha instalado adentro y me impide disfrutar de las cosas sencillas y algo que se va pareciendo a una depresión de las gordas si no pongo pronto remedio. Todo me afecta demasiado y lloro todos los días, muchas veces por la tontería más grande. A menudo me siento atrapada y a menudo no tengo ganas de seguir luchando.
Entonces es cuando me dedico a leer o a recordar las historias de luchadores natos, que se crecen ante la adversidad, muchos de ellos amigos o conocidos míos; o cuando hago listas de las posibilidades que tengo, las personas que me apoyan... o recuerdo los peores momentos de mi existencia y cómo salí (más o menos victoriosa) de ellos... al menos nada me ha matado.
Si eso no es suficiente, paro de recordar el pasado para recordar el futuro... sí, digo bien, recordar el futuro: los sueños que me quedan por realizar, las lecciones que deseo dejar a mi hijo cuando yo me vaya de este mundo, los proyectos que han de llevarse a cabo, los puentes que he de cruzar. Y siempre llego a la misma conclusión: no me quedan más cojones que mirar hacia adelante y seguir de frente. No hay otra... o eso, o convertirme en la esposa mantenida de un viejo pringao.

02 diciembre 2010

El brillo del escalofrío

Con mucho cargo de conciencia porque tenía trabajo para horas y porque no estaba con mi hijo porque tenía que trabajar, con la gripecilla a cuestas y con desgana, acudí esta tarde a la presentación de un libro con la sana intención de regresar a casa tan pronto como pudiera escaquearme.
No puedo olvidar mi espíritu crítico y criticón y mi manía de ponerle puntilla a todo lo que veo y lo que oigo. Me divierte y es una manera como cualquier otra para mantener la atención. Andaba febril y con sueño acumulado y sentarme en un lugar en el que hace calor es para mí, en este momento, como una sobredosis de valerianas. Deseé que se apagaran las luces y sólo se iluminaran los oradores, para poder echar una siestecita como el que no quiere la cosa y despertar con los aplausos; pero como no podía ser, me dediqué a analizar las formas prestando poquita atención al contenido. Ni el escritor ni su acompañante parecían tener grandes dotes comunicativas y, no obstante, me dieron ganas de comprar el libro. No pude hacerlo porque no tenía dinero suficiente así que en lugar de ir directa a casa como tenía pensado decidí ir hasta el pub donde se celebraba el evento, pasé por un cajero y saqué dinero suficiente y luego compré el libro.
Sabía que me arrepentiría... pero sólo me arrepentí entre la página 10 y 15. Si un libro a pesar de los pesares me mantiene las primeras 45 páginas tiene muchas posibilidades de valer la pena... más aún si estando en un pub no puedes contener las ganas de leer, haciendo caso omiso a comentarios jocosos y miradas prejuiciosas porque en los pubs no se lee... se bebe, se fuma, te ríes como si te hiciera gracia lo que dicen los demás, bailas como si supieras bailar... y yo, personalmente, hago lo imposible por pasar desapercibida y salir del antro lo antes posible porque odio las aglomeraciones.
"Si no puedes cruzar el local en diez segundos, sal de ahí dentro de media hora" Ése es mi lema.
Y cuando llevaba allí una hora y mi grupo de gente consiguió hacerme soltar el libro, no pensaba en otra cosa sino en marcharme de allí lo antes posible para seguir leyendo.
Como proyecto de escritora que soy, sé de la facilidad de dejar un libro a medias durante años... ahí está mi ensayo sobre amor y sado muerto de risa, con las estadísticas perdidas y las notas extraviadas, deseando ser retomado algún día. Por eso admiro a quienes no se rinden y acaban lo que empiezan. Admiro a los autores que te enganchan, a quienes tienen un sueño y lo cumplen, a quienes tienen algo que celebrar y lo celebran...
España es un país donde se edita mucho y se lee poco. No sé qué alcance tendrá este libro, si será conocido o reconocido. Yo pienso leerlo y disfrutarlo. Estoy segura de que vale la pena. Cuando lo acabe, haré la oportuna despedida en este blog. De momento dejo caer título y autor. Creo que aún no se vende fuera de Jaén, pero todo se andará:
La Teoría del Efecto Rebote. El brillo del escalofrío
por Juan Gómez Ostos
Ed. Montedelagos
Sinopsis:
"Para encontrar la estrella que nos guíe en esta vida no siempre es suficiente con haber escalado la montaña para poder divisarla, tampoco con intentar verla con nuestra intuición o con nuestro corazón o con haber seguido al rebaño, muchas veces hace falta que te envuelva la oscuridad más opaca para poder lograrlo y con ello andar hacia el sendero soñado.
Esta es la historia de Pablo, un infeliz que nunca pudo imaginar que una simple gota de amor en forma de recuerdo lo encaminaría hacia el secreto de su propio sentir y lo ayudara a descifrar el camino tortuoso de misterios y peligros que la vida le tenía preparado para llegar a ser feliz".
¿Cómo es posible que dos personas similares en sexo, educación, sueldo, edad, familia, ciudad, etc.... le afecten de diferente forma una misma desgracia? Hasta el punto de que una de ellas piense en el suicidio y otra sin embargo salga más reforzada. La Teoría del Efecto REbote nos habla de la posibilidad de mejorar nuestro estado anímico en cualquier estado de decaimiento, en una historia entretenida en forma de parábola.
La imaginación es es primer paso para avanzar en lo imposible".

Te deseo, Juan, un camino repleto de imposibles superados. Mucha suerte.