CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

31 julio 2008

No hay lugar para el desencanto.

Ángel ha vuelto a dar mala noche. No ha sido tan terrible como la anterior pero me he levantado hecha pedazos. Al menos esta mañana no tiene fiebre y está contento.
Doy gracias a la burra que descubrió el café y trato de recuperar el tiempo perdido con la promesa de no volver a malgastar un fin de semana mientras no esté todo listo.
No dudo ni por un momento de que tengo todas las capacidades del mundo para girar la rueda del destino a mi favor y esa fe es lo que me mantiene llena de vida a pesar de los contratiempos: saberme capaz de superar todo lo que parezca torcerse y aprovechar los contratiempos en mi propio beneficio. Por ejemplo, el hecho de no ser contratada durante el mes de agosto por una segunda empresa me dona tres o cuatro días para tomarme unas vacaciones con mi hijo, o sin él. Tengo varias opciones posibles aunque, conociéndome como me conozco, fácil será que decida pasar esos pocos días libres aquí mismo, a solas con mi hijo, que para eso tenemos una piscina en el residencial que apenas hemos pisado y un parque de arena cerca de casa y un cubo con pala y rastrillo que le vuelve loco. Otra opción sería pasar unos días con Shunna en el campo, o en la casa grande con Alf y Gloria... de mañanita temprano y pensando en las vacaciones. Puede que sea cierto eso de que necesito descansar.
En mi ajetreada vida plagada de trivialidades necesarias y juegos con mi hijo no hay mucho lugar para el desencanto. Es algo que sucede y pasa deprisa porque me esperan emociones más útiles y satisfactorias. Y eso sin olvidar, de todos modos, que además de madre, hija, trabajadora y estudiante también soy mujer.

29 julio 2008

El baile de Lucía

Cuando Lucía entró en la séptima planta no encontraba razones suficientes para que estuviera allí. Cuando la vi este sábado no me explicaba por qué estaba fuera.
Lucía bailaba sola en el pub, se veía reflejada en los cristales y se reía de sí misma y hablaba sola, no sé sobre qué, imagino que las mismas incoherencias que nos decía a nosotros. Se repetía y su tono tenía menos expresividad que el vuelo de un moscardón.
Ningún tema era bueno para ella. Sumergida en su mundo paralelo parecía querer únicamente que estuviéramos allí. Lucía ha perdido todo rastro de cordura y a sus 35 años parece tener diez más, o cien más... o treinta menos, según se mire. Ahora si es un peligro para sí misma. Ahora sí que no sabe cuidar de su persona. Se refugia en los esperpentos menos recomendables y pronto lo perderá todo. A veces me veo reflejada en ella, como aquello en lo que podría haberme convertido si no hubiera aprendido a afrontar a tiempo todo cuanto me sucedía. La vida pudo con ella y ya no puedo ayudarla.
Me he rendido y siento que la he traicionado. Pero sé que ya no puedo hacer por ella nada más.
Sospecho que el personal sanitario ha terminado de romperla en pedazos, sometiéndola a un tratamiento poco apropiado. Pero es sólo una sospecha sin mucho fundamento, tal vez el simple deseo de pensar que no todo está perdido.
¿A dónde se esconde el alma de la gente sin alma? ¿Dónde se apoya la almohada cuando se ha perdido la cabeza? ¿Cuándo los locos se quedan solos de verdad? Cuando uno deja de ser uno mismo ¿a quién cuidan los que le querían? ¿Qué piensa un niño cuando ve a su madre hablando sola? ¿Qué parte de verdad hay en las mentiras del loco? Una mentira sin conocimiento de estar mintiendo ¿es una mentira? ¿Qué futuro tienen los que no saben dónde están hoy?
No me duele el tiempo perdido en tratar de ayudarla. Le hubiera dedicado mucho más si hubiera podido. He hablado con abogados, psicólogos, trabajadores sociales, hasta sacerdotes... lo más que he conseguido, y no lo he conseguido yo directamente, ha sido que la bajaran a una planta más habitable para ella. Después de lo que vi el sábado no creo que tarde mucho en regresar, entre otras cosas porque dudo mucho que pueda pagarse el alquiler de los próximos meses. Puede que dentro de poco eso ya no le importe. Lo que me duele verdaderamente es darme cuenta de que no merece la pena perder más el tiempo.

Espejismo

Cuando se tiene mucha sed es fácil ver manantiales que no existen. Uno corre en su búsqueda creyendo oler el agua para encontrar más de lo mismo. Y es esa la impresión que me recorre la sangre desde hace unos días, malos días en general y hoy peor día en particular.
El autoengaño es poderoso aunque me jacto de que en mi caso sea siempre poco duradero. Así que regreso más o menos al punto de partida, con un chute de realidad en las venas y en suspensión, a la espera del resultado de muchas cosas que aún hay en el aire: un par de trabajos, una mudanza, unas "vacaciones"...
Hoy ha salido todo mal: una propuesta de trabajo aplazada, otra suspendida, un mal día en el trabajo a nivel de rendimiento y a nivel de relaciones con los compañeros y también con los clientes, también he decidido dejar de ir a la cafetería de siempre porque el camarero me tira los trastos hace tiempo y me siento muy incómoda. Para acabar el día encuentro a Ángel enfermo y estoy muy preocupada por él.
No estoy triste porque creyera que comenzaba algo y fuera sólo un espejismo, pero sí que me siento un poco estúpida. Continúo apoyando la triste predicción de que acabaré viviendo sola en una mansión llena de gatos... y eso que no me gustan los gatos. Mi tiempo libre es tan escaso que me cuesta "desperdiciarlo" lejos de mi hijo y menos aún me gusta la idea de perder el tiempo que necesito para hacer "cosas útiles". El hombre de gris me martillea el cerebro repitiendo "no hay tiempo, no hay tiempo, no hay tiempo". Hay quien le gusta juzgar ese instante y llamarlo "miedo" o "defensa" o "escusa" y no puedo reprocharlo porque yo misma he dado esos tres nombres a la misma realidad: que no hay tiempo.
Hoy no encuentro la paz; hace días que todo parece salir mal y eso me gasta mucho. Se me vuelve la sonrisa triste y me enfurruño hasta cuando no soy capaz de mantener la mueca de disgusto porque sigue siendo demasiado fácil hacerme reír, pero hasta no querer reírme me sale mal. También se me ha roto la lavadora y el frigorífico. ¿Qué bicho me ha mirado?
Hoy no estoy de buen humor. Espero que los pájaros sigan cantando mañana.

23 julio 2008

Abrecaminos

De pronto se abren nuevas puertas en todos los ámbitos de mi vida y algunas de ellas se abren tarde. Es cierto que hace un año hubiera dado un riñón por un piso más barato que el mío. Ahora surge la oportunidad, aunque ya no es tan necesario y lo cierto es que me agota pensar en otra mudanza, aunque sea en el edificio de enfrente y aunque sea mucho más económico y tenga algunas ventajas. Así que de nuevo me veo sopesando pros y contras y de mudarme sería durante el mes de agosto. Me canso sólo de pensarlo. Dentro de una hora voy a verlo. ¿Será compatible la mudanza en agosto con los tres empleos que tengo durante ese mes? Se me ponga como se me ponga la vida, el puente del quince es para el mar (siempre que haya alguien en la costa que me quiera dar asilo durante cuatro días :P)

22 julio 2008

No hace falta tratar de entenderlo

Una luna y dos nubes reían en la noche. Eran como dos niñas vestidas de viento. Una luna y dos nubes, estrellas no había, y su magia vestía la noche de encanto. Yo soñaba con ellas, no existía el mundo. Los pies en el suelo. Pesaban mis zapatos. Yo hubiera querido volar con las palomas. Me nacieron dos alas cuando cerré lo ojos. Y yo sé que he volado, flotando entre la niebla.
Quisiéramos a veces ser águilas en las cumbres. obrevolar los valles y ser parte del viento... y sólo somos ratas asustadas, ratis vulgaris, que se pasean entre escombros de humanidad podridos.
Que las ratas oscuras y hambrientas de agonía se vuelvan tigres feroces sedientos de aguas claras o se vuelvan caballos con sus crines al viento, o se vuelvan halcones de alas extendidas.
Que la basura humana que tanto nos apesta se vuelva cataratas sobre un río de aguas puras, se vuelvan olas limpias rebosantes de espuma...
... La podredumbre abundante, maloliente se vuelva, aunque sea sólo nada, para empezar de nuevo.
Si hay un dios que en la Tierra se rindió, eso creemos, que vuelva y que sepamos qué hacer para alegrarnos.
Que las ratas acallen para siempre sus gritos y tormenta sin lluvia para siempre sus truenos haga callar. Que no hay mundo sin esperanza siempre que haya ratas que quieran ser palomas.


(Al borde de la cordura)

Confianza ciega

"¡Estás con dos mujeres en la cama!
-¡No, no es verdad!
-¿Cómo que no? ¡Te estoy viendo!
-Pero, cariño, ¿Vas a creer más a tus ojos que a mí?"

Hablé con Mágicus largo rato acerca de la confianza y de cómo cuando esta se quiebra cuando ha sido ciega y se ha mantenido a pesar de las evidencias, no sólo se rompe para la persona que te ha traicionado, sino para todas las demás, hasta de las que están por venir.
Él no lo considera justo y no acaba de comprenderlo. Su mente cuadriculada de ingeniero le dicta que dos más dos son cuatro, aunque se las dé de hombre abierto y flexible. Sus argumentos racionales son indiscutibles, pero importan poco de todos modos.
La inocencia sólo se pierde una vez y sólo una vez te pueden romper el corazón. Y conocer esto me da una tranquilidad tremenda que me permite disfrutar del presente sin demasiado temor al futuro. Sin embargo, he descubierto en mí facetas de niña que creía perdidas, como la ingenuidad o la capacidad de entusiasmarse por todo y no sé si las he recuperado o es que Ángel me las contagia.
Estos días puedo disfrutar mucho de él, de sus diálogos y de sus juegos, de sus miradas y de su calma cuando duerme o está a punto de quedarse dormido. En este momento mi vida es plena, pero mi despacho sigue desordenado y dentro de unos minutos tengo que hacer la comida. Qué bien me siento.

Media noche, te espero.

"Nunca sé despedirme de tí, siempre me quedo con el frío de alguna palabra que no he dicho" (Luis García Montero).

El adiós es tan largo y la espera tan honda que me río de miedo cuando se nos hace tarde. Es tan sencillo acostumbrarse a la belleza que he de hacer un esfuerzo para mantener los pies en la tierra, que soñar es gratis, demasiado fácil.
Mañana me espera la autodisciplina. Que se me ha cambiado el sueño y el hambre contigo y los días no me cunden nada, y esto no puede ser. El teletrabajo es lo que tiene, la facilidad de dejarlo todo para después. Y más porque tú me resultas mucho más atrayente que todas esas tablas repletas de números que nadie entiende, al menos, hasta que yo los descifre.
Descifrarte a tí, sin embargo, es más apasionante. Me encanta descubrirte y sorprenderte y me encanta dejarme sorprender.
Puedo decirte lo que sea sin que te escandalice. Puedo mostrarte el blog sin miedo a nada. Puedo ser yo misma en todo momento. Puedo hablar contigo durante horas sin que nos repitamos, más que lo justo, más que aquello que nos gusta repetir, aquello de lo que nunca nos hartamos.
No me hago muchas preguntas y no creo más expectativas que las justas. No hay tiempo de predecir, sólo de vivir intensamente cada momento con la certeza de que hay un después.
Te paseas a gusto por cada una de mis habitaciones sin que te sienta menos importante en ninguna de ellas. En mi despacho desordenado, en mi niña revoltosa, en mis recuerdos pasados, en mis preocupaciones cotidianas, en mis divagaciones filosóficas, en mis dobles sentidos, en mis desayunos torpes...
Gracias por hacerme sentir que, además de madre, también soy mujer. Algo que ya sabía pero que me encanta volver a saber contigo.

20 julio 2008

Más allá de las palabras.

Mi hijo y yo hemos mantenido, como cada mañana, una conversación larga y enriquecedora. Así son sus despertares, su parloteo y mis divagaciones o un simple y divertido diálogo de besugos en el que las palabras son tal vez lo menos importante, porque las palabras tienen poder, pero también se las lleva el viento y es la intención y la energía que va en ellas la que se graba definitivamente en el corazón.
Ángel está tardando en hablar y a veces me preocupa, pero sé que sólo es cuestión de tiempo y lo más importante es que, a pesar de su corto vocabulario, sabe hacerse entender perfectamente; algo que muchos eruditos y muchos parlanchines no consiguen en toda su vida.

19 julio 2008

La risa de mi niño

Ángel se recupera a pasos de gigante del susto del hospital... yo me estoy recuperando más despacio, aún con el susto en el cuerpo, pendiente de cada tos, cada pis y cada caca. Cuando de lunes a viernes se trabaja a doble turno y el trajín es tanto que hasta da pereza cenar, el sábado se alarga como la sombra del ciprés y los minutos se alargan, lo que no quiere decir que me cunda más el día. El calor nos ha condenado a Ángel y a mí a permanecer en el salón casi todo el tiempo y sus paseos son a primera hora de la mañana, de paso que vamos a la frutería.
Cuando salió del hospital Ángel se puso a crecer y la ropa que le había comprado hacía dos semanas ya está guardada en bolsas para Cáritas. Los sábados son nuestros, el mando de la tele es mío y las cortinas son para él; ha descubierto varias formas de jugar con ellas pero lo que más le gusta es encontrarme detrás de ellas; hago como que me asusto y Ángel se ríe a carcajadas llenando de luz todos los rincones de la casa. Es difícil entonces sentir el agotamiento con el que has llegado a casa, todo se te olvida y el mundo se reduce al juego y a la risa.
Ahora duerme tranquilo, como siempre, con la paz de los niños bien alimentados, bien cuidados y bien queridos. Algunas veces se duerme junto a mí en el "sofá" que es en realidad un colchón de ochenta forrado de sábanas y colchas y con un montón de cojines. Es entonces cuando le consulto mis dudas contadas en en mismo tono en el que le cuento los cuentos: Dime, hijo mío, de los cuatro trabajos que tengo, ¿Cuál debería dejar? y él suspira, sonríe y se me engancha a la pierna y es como si me dijera "El que te robe más tiempo para mí".
La decisión está tomada. Una vez cubierta y recubierta nuestra subsistencia el tiempo se convierte en el objeto más importante y más cotizado. Me hice un plano de tiempos en la mesa del despacho y me di cuenta de lo difícil que resultaría mantener un ritmo de salir a las dos para entrar a las tres y de la incompatibilidad del trabajo que voy a dejar con la búsqueda de otro mejor pagado y más de acuerdo a mi formación, mis posibilidades y mi vocación.
Después de las divagaciones ambos nos quedamos dormidos; qué maravilloso invento ese de la siesta y después volvimos a jugar, rizando las cortinas, haciendo música, corriendo descalzos por ese salón tan grande y tan poco peligroso que he creado para mi hijo y me doy cuenta que, desde su llegada a este mundo, todas mis decisiones han sido las más adecuadas y que, aunque durante estos dieciocho meses he vivido los momentos más plenos y felices de mi vida, lo mejor aún está por llegar.

De locos

Cuando fui a verla, sabía que no me enfrentaría a un espectáculo agradable. Me habían hablado ya de la séptima planta del Princesa y había escuchado y leído relatos. Realmente era un lugar similar al que pintan en algunas películas. Varios controles para poder pasar, un largo pasillo hacia la sala y seres humanos y sus restos vestidos de azul.
Una mujer con el pelo sobre la cara, señalaba sonriente las líneas de una revista. Otro repetía todo cuanto escuchaba. Otro se lamentaba.
Lucía miraba al vacío contando historias que nadie se creía y había perdido, puede que para siempre, el brillo y la sonrisa de sus ojos y se miraba las manos como buscando en sus dedos ese polvo mágico que hace volar a las mariposas.
Recuerdo que cuando era adolescente la envidiaba. Era una chica vivaracha, chiquita y regordeta con la sonrisa puesta a todas horas en la boca, siempre con la palabra amable y la risa a punto de salir. Una mujer muy inteligente que sacaba notas brillantes, con mucha esperanza en el futuro, preocupada por los sectores más desfavorecidos de la sociedad, se movía por diversas ONGs y tenía ideas políticas muy revolucionarias, muy utópicas porque realmente creía que un mundo mejor es posible. Aquel día Lucía era una sombra vestida de azul hospital, su mirada era tan apagada que, si la mirabas un buen rato a los ojos, todo se volvía oscuro; Lucía estaba delgada y descuidada y su discurso era ingenuo e incoherente. No parecía importarle su hijo y hablaba de irse a vivir a Senegal con un indigente recién llegado en patera que había acogido en su casa.
Podría decirse que la vida no la trató bien, tanto como que no supo enfrentarse sanamente a los obstáculos. Pero en ese lugar en el que el tiempo se para irremediablemente en el peor de los momentos, da lo mismo el tema de la culpa.
No volví a verla. Mis turnos de trabajo no me lo permitían entre semana y el fín de semana tampoco resultaba sencillo y yo tampoco hacía un poder. Mi hijo estuvo además ingresado unos días en el hospital y aunque ya no necesitaba tantos cuidados y los abuelos podían hacerse cargo de él un par de horas, me costaba, y me sigue costando muchísimo, separarme de él por motivos distintos al trabajo. No obstante continuaba en mis ratos libres tratando de averiguar lo que le sucedía, cómo y cuándo saldría de allí y las circunstancias legales y recursos que tiene que saber en lo que respecta a la custodia de su hijo. No soy la juez que debe determinar o no su capacidad o incapacidad como madre, pero en pocas semanas han cambiado muchos puntos de vista y si quiero ser objetiva no puedo asegurar al cien por cien la capacidad de Lucía de ejercer como madre, al menos no volver a hacerlo tan bien como lo venía haciendo hasta ahora.
Lucía tiene dos horas para estar fuera del hospital y me ha pedido ayuda. Yo no se la he negado en ningún momento pero sí a dársela en las circunstancias que ella me pide: quiere verme a solas en su casa. Por la mañana he puesto una excusa barata y he tratado de quedar con ella en un lugar público a medio camino entre su casa y la mía, pero no ha accedido y me ha dado una nueva cita para esta tarde. ¿Dos permisos de dos horas en el mismo día?. Extrañada por ello y por su empecinamiento en quedar únicamente en su casa he optado por la solución más cobarde, aunque a mí me gusta llamar solución más precavida. Si nadie me acompaña esta tarde para ir a verla me veré obligada a apagar el móvil y llamarla esta noche inventando una nueva estupidez.
Y es que Lucía me da miedo. Nunca ha sido agresiva y nunca me ha dado motivos pero ahora, por primera vez desde que la conozco, no es la primera vez que la visito después de uno de sus ingresos en el hospital, me da miedo ir a verla. Es un miedo irracional, simplemente intuitivo; un miedo que me pone muy triste porque Lucía está sola, más sola que nunca y aunque he hecho todo cuanto he podido durante estas semanas, no ha sido suficiente.
Si me pongo los zapatos de Lucía un instante, puedo ver cómo la gente me huye y me da largas, siento una decepción profunda, una desazón amarga y una soledad extrema. Así que aún le ando dando vueltas a la idea de apañármelas esta tarde para verla y darle la orientación de Alf (gracias Alf, te echo de menos, te quiero).
Me he autoimpuesto una condición: no verla a solas en su casa, o voy acompañada o quedamos en un sitio público. Y otra condición: si nadie se hace cargo de mi hijo, no le voy a llevar conmigo. Mucho me temo que estas dos condiciones son incompatibles con ver a Lucía esta tarde, pero mucho me temo también que ya existe una idea trazada sobre cómo van a ser las cosas de ahora en adelante y que, en realidad, no puedo ayudarla mucho. Al menos no en el sentido que ella cree.