CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

16 noviembre 2006

La vida, las mates y el miedo al riesgo

Suelo decir a mis alumnos que no existe una única respuesta correcta o un único camino para resolver un problema. Como en Matemáticas, la vida son cuentas (que resolvemos de un modo automático y nos equivocamos poco) y los problemas _que hay que pensar y se pueden resolver de muchas maneras_
Me dan vértigo las consecuencias de mi error, si es que estoy cometiendo un error. No he dormido bien. Dormida o despierta he pasado la noche entera arreglando en mi imaginación los desperfectos de mi casa nueva, los estores de un blanco sucio y desgarrados han sido pintados con bellos paisajes; he arreglado la calefacción del baño con una llave inglesa; he limpiado el óxido de grifos y desagües con vapor; he pegado el abrepuertas de la lavadora con loctite...
No es la primera vez que salgo con un "simplón". No sé qué busco en ellos pero siempre llegan a mi vida en un momento complejo. Luego su vida les cambia a mejor, durante o después de estar conmigo.
A veces me nace decirle a Javier que le quiero. Me despierta la ternura y el deseo de abrirle un poco los ojos y el espíritu. Es un hombre inteligente con aspecto de bobo. Incurre en incoherencias que en mi vida siempre trato de evitar.
Ayer le hablaba a Javier de mis miedos, mi temor a enamorarme de verdad y que vuelva a suceder el abandono, el olvido, la traición... y todo eso. Le hablé de lo difícil que resulta volver a confiar y de hecho creo que no volverá a sucederme. No espero lo mismo. Cada emoción tiene guardado su momento, lo mismo que cada lugar.
He reflexionado mucho sobre lo que han supuesto estos dos años para mí y para todos los que han formado parte de mi vida y espero haber aprendido lo suficiente como para no volver a ser herida de la misma manera y, sobre todo, para no dañar a nadie.

De vuelta a donde los pájaros no cantan... o no se les oye

Echaré de menos la luz que al atardecer convertía mi salón en un lugar casi mágico, como salido de un cuento; contemplar la luna llena desde mi cama cuando el día ya ha despertado y sigue reinando entre cúmulos grises, como montañas inmensas; al gato callejero que maullaba en torno a la media noche bajo mi balcón hasta que le echaba un trozo de carne y se iba con él sin darme las gracias; el canto de los pájaros que me abría la sonrisa al despertar; el balcón donde me sentaba a repasar el día, a ver las estrellas o simplemente a oler la lluvia caer; a los niños moros saltando gozosos sobre los charcos sin miedo al resfrío; el balcón en el muro, el olor a madera quemada, los diez minutos de media que tardaba en ir a cualquier parte...
Regreso a la capital; mi hermano cerca, el trabajo cerca, el ruido demasiado cerca... por seguridad y por espíritu práctico, harta de la insistencia de la familia, de la gente de pueblo, de estar lejos de algunos amigos...
Me voy sin quererlo; porque quiero; con la incertidumbre asesina de todos los cambios y a sabiendas de que cada lugar tiene su momento. Poco a poco vacío un lugar y ocupo otro, lo ordeno, lo pongo bonito. La antigua casa a fin de cuentas nunca estuvo ordenada del todo y la felicidad, después de todo, está donde se la lleva. No podría decir que he sido feliz en Pinto. He derramado más lágrimas que risas, ha habido más tragos amargos que dulces, me he sentido morir y me alejo de la cama en la que fui violada, de la bañera en la que ví deshacerse a mi hijo, del sofá donde me senté a llorar derrotada tantas veces. y decoro mi hogar, mi nuevo hogar, con la ilusión de quien pone una minibañera en la bañera y una cuna en su cuarto y unas cajas con ositos en su armario con ropa diminuta y delicada dentro.
Hace varias semanas que no duermo sola. No es el amor que llega y arrasa con todo; no hay temor a la traición o al olvido. Es un amor tranquilo que sabe estar ahí y esperar lo necesario, que me gana día a día acurrucándome en sus brazos o haciéndose a un lado cuando le busco la soledad a los minutos. No le importa el pasado y tiembla de emoción cuando el Feti se pone bruto; está pendiente de que no me falte la leche con calcio, la crema antiestrías o mi dosis de hierro; me abraza tiernamente cuando los ardores me hacen saltar las lágrimas y me arropa bien cuando me desabrigo en la noche. No sé si este amor durará o está destinado a una muerte rápida, como todos los que llegaron después de Jorge. Lo único que sé es que me da mucha paz y que si el amor se ganara con actos bien se está ganando el mío.

Pequeñajo

Las contracciones comenzaron a las nueve de la noche del día de Todos los Santos. A las once eran cada diez minutos, regulares, intensas, duraderas. En pleno turno de guardia fui al hospital más cercano, tal como me indicaron en el 061. La recepcionista puso bocas diciendo que tenía que ir al hospital que me correspondía y me sentí como una adolescente que se come en el instituto un marrón que no le pertenece. No le encontraban el corazón. El "pequeñajo", como bautizaron los médicos al más pequeño de los seres que esa noche amenazaba con nacer, no paraba de moverse y de dar patadas contra mi vejiga. Una infección de orina provocó esas contracciones que cesaban si me tumbaba. Al final todo quedó en el susto y en un par de semanas de baja con "reposo absoluto" que he aprovechado para hacer mi mudanza.
Me impactó mucho el trato de la recepcionista aclarándome términos burocráticos que poco me importaban mientras me deshacía de dolor y lo más paradójico de todo es que realmente ese era el hospital donde me corresponde parir, aunque todavía no he iniciado los trámites del cambio de centro porque si no me van a dar cita para la tercera eco cuando el bebé tenga dos meses. No está hecha la burocracia para las embarazadas que cambian de domicilio.
Según una extraña teoría lunar, Manuel, Ángel, Daniel, Mario, Darío... o como leches le llame, nacerá el primero de Enero. Pero eso nunca se sabe.