CUADERNOS DE TZADE

Cosas que me pasan, cosas que pienso, cosas que digo y cosas que callo

20 agosto 2006

Hola Samuel

Estoy arreglando la casa siempre que tengo tiempo libre. Ayer arreglaba los altillos, me estiré más de la cuenta y te quejaste... aún te quejas un poco. Me han mandado reposo absoluto por tres días pero estás bien, te he visto y te he oído... y tienes dos piernas y media cabrón. Ha mejorado el tiempo y , a pesar del reposo, creo que caminaré unos minutillos hasta el parque más cercano para que nos de el aire y el sol. Te pusiste el brazo en la cara tapando los ojos. Estás muy sano. Yo estoy muy sana. Aún no estoy segura pero creo que te llamaré Samuel, a no ser que encuentre otro nombre que me guste más para tí. Te quiero.

15 agosto 2006

el tornado

Últimamente suelo vestir de blanco y naranja. No sé muy bien por qué, pero son los colores escogidos por el estado de ánimo, el antojo, o qué sé yo. Me tomo mucho tiempo para ir de un sitio a otro y me gusta tomar un refresco en una terraza y mirar a la gente e inventarme historias sobre ellas. Básicamente, me aburro. La calma y la profunda tristeza me sumergen en una especie de estado del no estar.
Me pregunto hasta cuándo pagaré las consecuencias de mis errores, si soytan mala como me ven unos, tan buena como me ven otros, tan estúpida com ome creo algunas veces, si alguien me conoce realmente o si acaso merece la pena intentarlo.
Pero se está a gusto a la brisa de la tarde, junto a la legendaria Torre de Éboli, sobre la arena, bajo la danza suave de las hojas y es perfecto, porque es una de esos instantes en los que todo es lo mismo y da igual. El sistema es un asco pero funciona y en el centro del caos todo está en su sitio, como ojo de tornado. Y hablando de tornados... me estoy poniendo redonda.

13 agosto 2006

Pasó el olvido

Creía que siempre estarían ahí, pero una tarde el olvido paseó delante de ellos y se perdieron sus caras, sus olores, sus voces, sus sonidos para siempre. Llegaste tú cuando el olvido ya había pasado y pensé que esta vez sería para siempre y después de ti llegaron los otros y el olvido paseó delante de ellos y se borraron sus caras, sus olores, sus voces y sus sonidos pero te olvidó el olvido y se acostumbró a desconocerte. No hay nada tan absurdo como esforzarse en olvidar. Siempre hay otros y algunos hasta se me asoman al alma y sin embargo, cuando huyen, o les huyo, tú, que ya no estás ni volverás a estar nunca, permaneces y muchas veces creo que todo es una pesadilla muy larga y que despertaré, pero cada vez lo creo menos.
La vida continúa y en ella me han pasado cosas terribles y cosas maravillosas, he aprendido cosas que no sé si me servirán alguna vez para algo, he hecho cosas que hubiera jurado que no haría jamás y he superado cosas que hubiera jurado que me matarían. Sigo disfrutando de cada gota de lluvia y de cada soplo de viento; sigo riendo con facilidad y sigo creyendo que merezco ser feliz y por tanto lo seré.
Pero lo cierto es que hoy me he echado a llorar por cualquier cosa, me he reventado el dedo índice por un altercado con el mando a distancia, he paseado sola entre la multitud, he visto una estrella fugaz y le he pedido dinero (ya no soy la misma), he bordado durante horas sentada en el balcón y no me llega el sueño y he pensado en tí una veintena de veces... y no me sirve saber que no te lo mereces. Y es un milagro que el mando a distancia siga funcionando y que la uña siga en su sitio.
No me puedo dormir y esta vez no es el bebé quien me da pataditas sino la jodida realidad la que me golpea con saña.
Me siento culpable y estúpida por no haberme dado cuenta de que te perdía, por no haber sabido hacer nada para evitarlo, por no haber dejado de amarte, por no haber podido amar a nadie más, por no saber a quién llamar a las cuatro de la mañana, por seguir durmiendo en el sofá porque la cama es muy grande, por tener un hijo de un fantasma, por ser tan débil, tan poca cosa y tan frágil.
No hay nada más jodido que dos putos días libres. Y en el trabajo me han obligado a tomarme quince que llegarán inevitablemente en septiembre. Ya tengo planes para tratar de arreglar eso. Menos mal que mañana vuelvo al bendito trabajo.

10 agosto 2006

La llamada de la carne

Fue hace meses, pero lo recuerdo como mi último brote de mujer fatal, de esa que me late siempre y siempre me habitará. Sólo me contuvo saberme embarazada pero se me grabó en el recuerdo como uno de esos pocos momentos en que no me dejo enfierecer.
Me senté en el metro y abrí un libro que hablaba sobre el amor. Junto a mí un hombre atractivo de piel clara y pelo oscuro y corto. De cuando en cuando volvía la cara y le veía mirarme a mí o a mi libro. Abrió las piernas rozando la mía y comenzó a moverlas sutilmente. Nuestros brazos también se rozaban de un modo que pudiera ser casual. Comencé a excitarme y me sentí culpable; crucé mano sobre mano en las rodillas, en actitud pudorosa, y deseé ser más recatada o más atrevida, pero me incordiaba ese artificial centro en el que me había situado seducida por la idea de lo que debía ser según unos cánones que hace demasiado tiempo no tienen nada que ver con mi persona. Al llegar a mi parada me apoyé en la barra metálica junto a la puerta y él dio un paso apelando al descaro, situándose tras de mí y poniendo su mano sobre la mía. La aparté despacio. El corazón me latía deprisa; deseé darme la vuelta y besarle y en cuanto se abrieron las puertas me disparé hacia las escaleras mecánicas escandalizada de mí misma. Él volvió a situarse tras de mí, me olió el cuello y me habló al oído tomándome por l acintura con una mano larga, fuerte y precisa. Su nombre impronunciable venía de algún lugar de Europa del Este. Tenía 8 años menos que yo e iba a encontrarse con una mujer 8 años menor que él. No procedía compartir teléfonos y el encuentro breve se quedó ahí, sin más.
Hoy lo recuerdo, no sé por qué, tal vez la añoranza de la dama fugaz y atrevida que se entregaba sin tregua al amor y al olvido en tramos de tiempo indigeribles e intensos y que respondía visceralmente a las señales de su cuerpo abriendo y cerrando precipitados paréntesis a una vida cargada de responsabilidades y de inquietudes más espirituales, profundas y maduras.
A estas alturas mis muslos se humedecen al mínimo recuerdo y trato de encubrir mi olor a deseo con colonia de bebé, como el lobo que se disfraza de cordero. Demasiado tiempo sin aliento en mi ombligo, demasiado sin uñas en la espalda, demasiado sin lenguas húmedas como caracoles e inquietas como culebras, sin olor animal, sin instinto visceral, sin mordiscos salvajes, sin gritos, quejidos, lágrimas y respiraciones encendidas. Porque lo que es es... y no puede dejar de ser y yo soy una mujer que siempre, siempre, desea al ser amado y, en su ausencia, a cualquier ser en el que naufragar como si amara y esta soledad que se alarga como un canto de cigarra me cruza las piernas y los brazos añorantes de varón bravo y humano porque, por maravilloso que sea, hay huecos que un hijo no puede cubrir.

Turnos

Qué distintos son unos turnos de otros.
El turno de día te da el privilegio de ver amanecer, pasear sin calor por la ciudad bostezante y tranquila hasta el tren, donde todo se condensa, se amasa y se precipita. Temes que uno de esos empujones te haga caer en el hueco de la vía y te dan ganas de gritar "eh, ¡que estoy embarazada!" como si los que no estuvieran embarazados no tuvieran derecho a vivir. Temes empujar a alguien sin querer. Entras en los vagones de todos los trenes a presión y los rostros están tensos, somnolientos o ambas cosas. Te regalan un períódico, o dos, o cinco. Todo el mundo te da los buenos días en el trabajo con una sonrisa, te da tiempo a cubrir trabajo atrasado, sales con hambre, corres el riesgo de quedarte más tiempo de la cuenta, vuelves en otra masa y llegas dándote cuenta de que tienes varias horas por delante.
El turno de tarde es más lento. Hay que salir mucho antes para, a veces, llegar mucho después. Puedes acercarte al Bibliometro y con suerte sobra media hora para comer. Nada se abarrota. Nadie te regala periódicos, pero sí tarjetas de restaurantes cercanos. Todo el mundo te saluda en el trabajo con una sonrisa. Corres el peligro de trabajar de más, pero, algo que no sucede en la mañana: existe la posibilidad de trabajar de menos; si las jefas se van antes hay un sorteo y si te toca te puedes ir media hora antes. Sea como sea, llegas a casa más tarde de lo previsto, agotada y sin tiempo para nada más.
Al turno de noche se va en vagones vacíos, nadie se choca, nadie te empuja, nadie te cede el asiento porque hay asientos de sobra para todo el mundo. Si hay calma puedes dormir hasta tres horas. No te regalan nada. Al llegar todo el mundo te sonríe y te desea una buena noche. Hay más bromas, más pervertidos, más llamadas límites, más emoción y más momentos de aparente calma para echar unas risas con el compañero, mirar el correo o hacer un sudoku. El regreso es contracorriente y es cuando contemplas como si fueras de otro mundo corrientes rápidas de humanos deshumanizados atravesando de parte a parte el suburbano sincronizados en dirección, ritmo y expresión, como bancos de alevines en medio del océano. Tienes prisa por irte a dormir, pero no tienes ganas de correr y te dejas llevar por las escaleras mecánicas y las cintas de los largos pasillos con música de guitarra, saxo o violín. Te regalan un periódico, o dos o cinco durante el trayecto que usas para limpiar los cristales porque no hay tiempo ni ganas de leerlos.

09 agosto 2006

Libre

Hago lo que quiero y me gusta lo que hago. La pena que eso no me permita vivir un poco más desahogada pero eso le pasa a la mayoría de los españoles. Yo he decidido no hipotecarme hasta las cejas porque ese argumento de que un alquiler es tirar el dinero y comprando el piso es tuyo me da risa. ¿Mío? Del banco hasta que cumpla los setenta y gracias a Dios. Tengo mis dudas acerca de la duración de mi vida y del mundo.
Antes los pisos se vendían como churros y seguían subiendo. Jorge y yo pagábamos menos de hipoteca que de alquiler. Pero ahora veo pisos en venta durante meses; eso enlentece el cambio y aumenta el temor al cambio por no poder responder a los pagos.
Sobra decir que un piso pide más que un hijo tonto y que además de la hipoteca está la comunidad, averías diversas y minucias que en mi caso paga la dueña. ¿Que la dueña se embolsa de mi parte 500 euros al mes?. No digo que no. Pero a cambio un terremoto, una inundación, una bomba o unos vecinos rumanos no me arruinarán la vida, sólo sería un fastidio y no hay más ataduras que me impidan irme a otra ciudad cuando yo quiera que 500 eurillos de fianza.
El caso puede resumirse en una frase muy despectiva: "el que no se conforma es porque no quiere". Yo prefiero pensar que he elegido entre el tener y el ser. No digo que sean incompatibles pero el primero suele joder bastante al segundo. Y si un día decido "tener" espero no olvidar que en realidad no poseemos nada, salvo la obligación vital de gozar de lo que "no tenemos", ya sea porque más pronto o más tarde deja de ser nuestro.

Borrachos

Les observo como tras una burbuja irrompible cayendo por momentos. Les miro de reojo o con la mirada perdida detrás de elos, como si fueran invisibles. El murmullo se expande y cigarrea y se eleva hasta el punto de crear un subsilencio, un silencio debajo del ruido que destroza las palabras sin que se salve una sola. Me gustaría ser invisible del todo. Siempre hay uno, al menos uno, más indiscreto que todos los demás, que mira sin pudor y sin pureza alguna, de una manera tal que podría tocar la pringue de su mirada si se acercara un metro más. Por suerte no se atreve.
Madrid tiene algo de pueblo cabrero. Puede que sea por la ola de inmigrantes de cultura machista que refuerza el machismo que nunca acabó.
Sigue sin respetarse a la mujer que cena sola en un bar. Se la sigue invadiendo a piropos salvajes y a miradas obscenas.
Les veo desde que entran, perdiendo el equilibrio por momentos y yo en mi rincón, trato de disfrutar de esa lubina a la espalda tan rica pero... se me agria.


Bello, triste y tranquilo, como una puesta de sol, transcurre el tiempo y creces más rápido de lo que parece, con tonos suaves como un cosquilleo y feroces como un naranja incendiario. Nada nos nubla y todo es absurdo o ridículo como un aguacero a las tres de la tarde.
Supe que tu padre murió y no le lloré. Siento no sentirlo. Pero me dió más calma que pena saberlo y no puedo evitar sentirme como un monstruo. El violinista huyó no sé si por cobardía o por inteligencia y pienso en él sin sentirle. Se acercan muchos y les alejo con un gruñido antipático. Estoy bien sola; confieso que a veces echo de menos a alguien, pero no a cualquiera. Me siento contigo en el suelo del balcón cuando no me dejas dormir (maldita esa costumbre mía de dormir boca abajo) y miramos la luna y las estrellas. Yo te hablo, tú me burbujeas, yo me río, tú te mueves.
Escuché tu latido como el galope de un caballo y vi tu silueta, tu derecha en la mejilla y tu izquierda saludando.
Ayer ví mis primeros desnudos. Decidí posar para un artista que inmortalice la curva de mi vientre mes a mes en una serie de fotos que culminan contigo en mis brazos o dándote el pecho. Se expondrán en una sala de Madrid y en un rincón de casa que aún no he decidido.
Debo darme prisa con mi proyecto para que mi trabajo y tú seáis compatibles. Quiero estar contigo. No te dejé estar con el propósito de que le dieras sentido a mi vida pero lo cierto es que mi vida nunca tuvo tanto sentido como ahora.