Sé que es muy tarde y debería estar durmiendo, que mañana madrugo como todas las mañanas desde que soy madre porque mi hijo es un reloj viviente y sé que para curar la gripe lo mejor es descansar. Pero hoy me ha dado por la meditación trascendental ¿qué se le va a hacer? Será porque es viernes, porque me he puesto una peli de llorar antes de irme a dormir y luego estaba demasiado triste o porque hace demasiado tiempo que no escribo en el diario sino en los cuadernos de siempre, esos que sirven para apuntarlo todo y que lo mismo guardan la lista de la compra, que un puñado de emociones recogidas en la cafetería.
Esta noche mi hijo duerme con sus abuelos y yo sola en casa porque temo contagiarles, aunque llevan toda la semana cuidándome. Me resulta extraño que se me mime estando enferma después de tanto tiempo cuidándome solita y es guay que te cuiden. Mola. Ya no siento ese afán desmedido por demostrar mi autosuficiencia. Me gusta que quienes quiero cuenten conmigo y he decidido que también está bien contar yo con ellos.
Me miro al espejo y me veo guapa, guapa de verdad. No solo porque me he cortado el pelo y me sienta de maravilla sino porque me ha cambiado la expresión del rostro desde el embarazo y también después de venir de Madrid. Es como si mi piel fuera menos gruesa, mi frente más despejada y mi mirada más transparente. Me veo y me siento distinta.
He estado en circunstancias menos complicadas siendo menos feliz que ahora.
El otro día mi hijo se atragantó con el dado azul de gomaespuma (nota mental: Ángel todavía no puede jugar con ese tipo de juguetes, se puede morir). El dado quedó para tirar, pero no lo he tirado porque le tengo cariño. En realidad eran dos, el otro lo tiene uno de mis antiguos amantes. No queda de la mujer que regaló ese dado más que una cicatriz que pica de vez en cuando en los días nublados. Durante mucho tiempo creí morir y quise morir. Tenía prisa por encontrar de nuevo el amor y rellenar ese espacio negro y enorme que me había nacido entre el pecho y la espalda y por otro lado temía volver a sufrir de la misma manera. Me daba mucho miedo quedarme sola, no volver a sentir Ágape nunca más. Cuando comencé a calmarme me invadió la pereza de todo y me limitaba a existir.
Mi hijo va a cumplir un año dentro de unos días. El miércoles dio sus primeros pasos y me eché a llorar. Gatea a una velocidad increíble y ya ha hecho sus primeros destrozos. Su vocabulario se ha ampliado bastante: mamá, a mí; abu, al abuelo; ita, a la abuela; tata, a la amiga de mi madre; gua-gua, al perro; qué hago, cuando tiene un juguete en cada mano; ya ta, cuando acaba de comer; dada al tito Dani; brrmm, brrmmm cuando está contento; godo cuando le preguntas cómo está... sabe hacerse entender y también entiende. Demuestra una empatía asombrosa con las personas que le rodean y alegra a todo el que le ve. Mi hijo es el resultado de toda una cadena desafortunada de acontecimientos, de decisiones que no hubiera tomado si las hubiera pensado fríamente. Pero está ahí y mi vida es otra cosa.
Estoy donde quiero estar. Todo está bien. Me siento en paz, como no lo había estado en mucho tiempo. Hay mucho por hacer, esto acaba de empezar pero no es un comienzo en el vacío. Me he reconciliado con mi familia; vuelvo a estar cerca de unos amigos, y lejos de otros, pero cerca de Shunna, Rafa, Rocío, Guel... y me gusta saber que están cerca de mí. Tengo tres currículum distintos, varios proyectos para presentar en colegios, parroquias y centros sociales, algunos contactos importantes, un sofá muy feo y una mesa muy bonita. Tengo la sonrisa pintada en la cara desde que me levanto y a veces durmiendo me río y mi propia risa me despierta. Me río varias veces a lo largo del día ¡a carcajadas! Y lloro de alegría dos veces por semana más o menos. Puede que en navidades me anime a volver a empezar a montar ese puzle de mil piezas tan bonito que me regaló Jorge por reyes cuando aún éramos felices y lo enmarque para celebrar que el puzzle deshecho que yo era hace unos años ya comienza a tomar forma y a parecerse a la muestra.
Seguro que este año encuentro unos zapatos que me calcen bien.